viernes, 30 de noviembre de 2018

(Día 689) En medio de su angustia, Pizarro se alegra de que haya sido Almagro el iniciador del conflicto armado. Anima a sus hombres confiando en que, con la ayuda de Alonso de Alvarado, someterían a su enemigo. La gravedad de la situación superaba lo que Pizarro y Almagro, ya ancianos, podían soportar.


     (279) Siguió Pizarro con sus lamentaciones, pero dijo que se alegraba de no haber sido él quien había iniciado el conflicto: “Mirando hacia el cielo, decía que mucho se holgaba de que hubiera sido Almagro el primero que rompió la paz y fue contra lo jurado, ya que sus hados y los de su compañeros habían querido que, en la senectud de ambos, contendiesen en guerras civiles e fueran tenidos por los principales promovedores; de lo cual él ponía por testigo a Dios de que no se holgaba, ni quería seguir adelante, porque el Rey sería de ello muy deservido”.
     Vemos que Cieza ha utilizado las reflexiones de Pizarro (al que sin duda apreciaba y admiraba) para ponerse de su parte en este punto concreto. Sabe, y no lo oculta en sus crónicas, que Almagro tenía poderosas razones para sentirse injusta y repetidamente ninguneado por los Pizarro, pero se nota que le produce cierta satisfacción que ahora el villano sea Almagro, y además en un acto de terribles consecuencias: desencadenó el inicio de las guerras civiles.
     Pizarro se sobrepuso y trató de animar a sus soldados: “A todos los que venían con él les pareció mal que Almagro hubiese entrado en el Cuzco por la fuerza de las armas e prendido a Hernando Pizarro, que estaba en ella como Teniente del Gobernador y Justicia Mayor, e decían que de aquella entrada habían de redundar grandes males en todo el reino. El Gobernador, mirando que convenía mostrar buen ánimo a sus gentes para que no deseasen algún cambio, les dijo que no se acongojasen, porque  su capitán Alonso de Alvarado se había situado en el puente de Abancay con tanta gente que, juntos con ellos, bastaban para constreñirle a Almagro, si hiciera falta,  a que se arrepintiese de lo hecho y volviese a su amistad”.
     Tanto Almagro como Pizarro eran entonces, para su época, unos hombre ancianos y, como veremos después, también achacosos. Aunque no debe olvidarse que, cuando tres años después, le atacaron sus asesinos a Pizarro, tuvo el arranque y el pundonor de morir matando, acabando con la vida de tres de los confabulados. Pero lo cierto es que Almagro estaba my afectado de sífilis, y Pizarro ya no peleaba abiertamente en campaña. El uno y el otro tenían que verse sobrepasados por el enorme problema en el que estaban metidos. Los dos ilustres analfabetos van a protagonizar, a través de sus asesores, una serie de inútiles intentos de negociación, con cartas y emisarios que volaban de un bando al otro, agotando hasta la última esperanza de una solución pacífica y acordada. Va a ser un espectáculo penoso por lo repetitivo y las eternas discusiones acerca de cómo había que interpretar las provisiones del emperador. Ni siquiera la batalla de Abancay, que, como enseguida vamos a ver, fue ganada por Almagro, cambiará el panorama. Habrá más y más negociaciones, siempre hechas tendenciosamente y sin posible arreglo, porque ni Pizarro ni Almagro estaban dispuestos a ceder en sus pretensiones, justas o no.

     (Imagen) Nunca podremos agradecerle suficientemente a Carlos Lummis los ‘buenos ojos’ y la admiración con que propagó en sus escritos los hechos de los españoles en América. Mérito doble tratándose de un ‘gringo’. Su propia vida fue novelesca. Valoraba especialmente la heroicidad  y no se equivocó sobre la grandeza de la epopeya de Indias. En su magnífico libro ‘Los exploradores españoles del siglo XVI’ (publicado ¡en 1893!) le dedica su mayor entusiasmo a Pizarro. Como hombre apasionado, se dejaba llevar a veces por su simpatía o antipatía hacia los personajes, y, con Almagro, fue muy injusto, haciéndole culpable de revolverse contra Pizarro por su mezquina envidia. Así juzga el inicio de los primeros enfrentamientos entre los dos socios: “La diferencia de poderes concedidos por el Emperador a cada uno de los dos dio pie a disgustos muy serios. Almagro jamás perdonó a Pizarro su preeminencia, y le acusó de haber procurado lo mejor para sí de forma traicionera. Algunos historiadores se han puesto de parte de Almagro, pero tengo fundados motivos para creer que Pizarro obró con rectitud, y que fue la Corona la que se negó a darle a Almagro los mismos poderes. Era una medida muy prudente, pues la existencia de dos jefes constituye siempre un peligro”. El bueno de Lummis murió en 1528, con 69 años, y seguro que, en alegre tertulia con los dos magníficos personajes, se habrá dado cuenta de que Almagro, aunque triturado por el destino y despreciado injustamente, como suele ocurrir con los perdedores, fue el más noble y leal.



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