(270) Nos cuenta Cieza: “Tras dar noticia
de algunos descubrimientos que hubo en aquellos tiempos, veremos la ida de
Hernando Pizarro a España, y después, en el libro segundo, la segunda guerra,
que se llamó de Chupas. En estas guerras civiles, además de ser muy largas,
pasaron grandes acontecimientos, y no ha habido en el mundo gentes de una sola
nación que tan cruelmente las hiciesen, olvidados de la muerte y sin
importarles nada perder la vida por vengarse unos de otros. Los negocios que
las acarrearon tuvieron muy poco fundamento; después se fueron encendiendo de
tal manera que perdieron la vida más de cuatro mil españoles”.
Acabo de leer a un buen historiador que
coloca a Cieza entre los escritores que, a la hora de juzgar a los dos
principales protagonistas del inicio de este conflicto, absuelven a Pizarro y
condenan a Almagro. No puedo estar de acuerdo. Cieza aprecia y valora a los
dos, pero no tapa las responsabilidades que ambos tuvieron en el inicio de este
desastre, y, con sensatez, se limita a opinar sin hacer juicios temerarios cuando
no está seguro de las causas. Aunque también es cierto que, en caso de duda,
suele aplicarle automáticamente a Pizarro la presunción de inocencia. Lo que
escribe a continuación deja bien clara la postura que va a mantener: “Dicen que
estas guerras empezaron porque, cuando Hernando Pizarro fue a España, llevó un
encargo de Don Diego de Almagro para pedir a Su Majestad que le hiciese la merced
del Nuevo Reino de Toledo, pero que intentó, hablando mal de la persona de
Almagro, que no le hiciese la merced, aunque Su Majestad, acordándose de lo
mucho que le había servido Almagro, se la concedió; y que, al saberlo Hernando
Pizarro, obtuvo de Su Majestad, setenta
leguas más para añadir a lo que su hermano ya tenía en gobernación. Llegadas
estas provisiones, Almagro pretendió que el Cuzco entraba en su gobernación,
oponiéndose Pizarro; de manera que, por esta cuestión, se levantó la primera
guerra y las que siguieron. Mas yo no dejaré de creer que estas guerras las
formaron más bien, por envidias y rencores ya viejos entre Almagro y Hernando
Pizarro, los émulos que hubo de una parte y de otra (todos eran parte interesada), pues, de haber querido, habrían
podido intervenir cuerdamente y no dar lugar a que tal plaga se extendiera por
la tierra y vinieran tan grandes calamidades”.
(Imagen) Conviene recordar en líneas muy generales el proceso de
deterioro de la gran amistad que hubo entre Pizarro y Almagro. Eran los dos de
edad parecida. Pizarro desembarcó en las Indias casi diez años antes que
Almagro, lo que le daba un grado mayor de veteranía y una hoja de servicios ya
enriquecida por hechos extraordinarios, como el de haber formado parte del
grupo que descubrió el Pacífico bajo el mando de Vasco Núñez de Balboa. Su
primer encuentro lo tuvieron cuando Almagro llegó a aquellas tierras el año
1514 en la impresionante armada del durísimo Pedrarias Dávila, a cuyo ejército
también se incorporó Pizarro. Allí surgió tal amistad entre nuestros dos
héroes, que se asociaron, ya enriquecidos, para explotar una hacienda agrícola
ganadera. Luego les enardeció la idea de descubrir las maravillas de Perú. Se
asociaron además con el sensato clérigo Hernando de Luque, y ellos dos se
entregaron obsesivamente a la impresionante aventura, Pizarro como heroico
capitán, y Almagro, también gran sufridor, encargado de llevarle una y otra vez
provisiones en medio de grandes peligros. El equipo perfecto y sin fisuras. La
llegada de los hermanos de Pizarro y su mala influencia, especialmente por
culpa de Hernando Pizarro, en el reparto de los éxitos, con gran perjuicio para
Almagro, acabará con el idilio. El rey les concedió dos gobernaciones. Los
límites eran discutibles. Y, sin esperar a que Carlos V zanjara las
diferencias, lo resolvieron a las bravas, Pizarro con un ejército de veteranos
de Perú, y Almagro, con otro que estaba principalmente integrado por quienes le
habían acompañado a la fracasada conquista de Chile. Nada pudo ser peor que las
guerras civiles resultantes.
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