miércoles, 28 de noviembre de 2018

(Día 687) Muchos de los de Alonso de Alvarado querían que empezara la guerra y unirse a Almagro. Alvarado le manda información a Pizarro, quien ya se había puesto en marcha hacia el Cuzco con 400 hombres. Almagro envía mensajeros para que Alvarado lo reconozca como Gobernador de aquellas tierras.


    (277) Alonso de Alvarado veía muy negra la situación, y le angustiaba también un problema añadido del que era muy consciente: “Tenía, además, gran cuidado porque no estaban conformes todos los ánimos de los que con él venían, sino que muchos de ellos se alegraban de la llegada de Almagro, esperando los que estaban pobres hacerse ricos con tales discordias, y comenzaron a aborrecer la tranquila paz, viniéndoles la ira fácil e pronta para darse a cualquier maldad por huir de la necesidad; y desde entonces comenzó a estar  desquiciada la confianza en estos reinos, y a tener todos por cosa provechosa la cruel guerra civil. Y así, los que eran de esta opinión, deseaban ver delante las banderas de Almagro para pasarse a ellas, diciendo, para poder justificarse, que había sido recibido con todo derecho como Gobernador en el Cuzco, y que era señor tan valeroso que iba a hacer a todos ricos y poderosos para que pudiesen volver a España a gozar en sus tierras”. El lamento de Cieza se centra de lleno en la eufórica insensatez de aquellos momentos cruciales. La misma que se ve en las fotos (tan repetidas) de entusiastas soldados despidiéndose desde el tren para ir a la guerra.
     Alonso de Alvarado tomó sus precauciones para no ser sorprendido por un ataque de Almagro. Luego envió a Gómez de León con cartas que le informaran ampliamente de la situación a Pizarro, quien al estar muy preocupado por la falta de noticias, ya se había puesto en marcha hacia el Cuzco con unos cuatrocientos hombres. Por consejo de sus capitanes (entre ellos Sebastián Garcilaso de la Vega), y dado que era muy peligroso andar tan largo camino por territorios de los indios, le acompañaban a Gómez de León doce jinetes de valía y absolutamente leales, como Alberto de Orduña, Gonzalo Hernández de Heredia, Juan Alejandre, Origüela, Losa y Juan Porcel.
     Por su parte, Almagro movió ficha, en principio solo diplomática, pero contundente: “En el Cuzco, Almagro y sus hombres principales habían tomado ya acuerdo de lo que harían sobre la estancia de Alonso de Alvarado en Abancay. Determinaron que se fuese a requerirle que le diese obediencia a Almagro como Gobernador y Capitán General de Su Majestad en aquellas provincias, y que le requiriesen que saliese de ellas si no lo quisiese hacer, para lo que envió a Gómez de Alvarado y Diego de Alvarado, por la autoridad de sus personas y por la amistad que les tenía Alonso de Alvarado, ya que vinieron juntos de Guatemala con el Adelantado Don Pedro de Alvarado. Irían con ellos a hacerle el requerimiento el contador Juan Guzmán, D. Alonso Enríquez de Guzmán, hombre de grandes mañas (lo que confirma que este ya se había pasado al bando de Almagro y la fama de habilidoso liante que tenía), el licenciado Prado, el factor Mercado, un escribano y un alguacil. Le escribió a Alonso de Alvarado muy graciosamente, para atraerle a que siguiese su opinión, haciéndole grandes ofertas y prometiéndole mucho dinero para poder ir a España si lo desease”. Se diría que Almagro olvidaba la inquebrantable honradez de Alonso de Alvarado.
   
     (Imagen) No era ninguna broma recorrer largas distancias a través del  territorio controlado por el rebelde  Manco Inca y sus miles de indios. Prueba de ello es que Pizarro fundaría después, principalmente por motivos de defensivos, la población de San Juan,  a mitad de camino entre Lima y el Cuzco. Por eso ahora Alonso de Alvarado, para enviar un correo urgente a Francisco Pizarro, utiliza un grupo de trece jinetes veteranos y de toda confianza, a pesar de que le hacen mucha falta para defenderse del más que probable ataque de Almagro. Entre ellos va Antonio de Orihuela, quien tres años más tarde iba a demostrar su absoluta fidelidad a Francisco Pizarro de una manera insensata. Poco después de su asesinato, llegó Orihuela a Lima procedente de Panamá, y se le ocurrió la idea de acusar públicamente a los almagristas de traidores, por lo que fue degollado. Otro acompañante, Juan Porcel, fue demandado judicialmente más tarde, como fiel pizarrista, por la viuda del virrey  Núñez Vela. Barriendo para casa, comentaré que el capitán que estaba al mando de los jinetes mensajeros, llamado Gómez de León, era alavés (murió tiempo después en la batalla de Huarina), y llevaba a su lado a dos casi paisanos suyos, Alberto de Orduña, y un tal Losa de apellido. El Valle de Losa, Orduña y Álava son colindantes. Y para que no haya discusiones, digamos de paso que, aunque quizá el gran Juan de Garay, fundador de Buenos Aires, naciera en Orduña, los años de su juventud los vivió en Villalba de Losa. Como se ve en la imagen, así lo reconocen los propios argentinos.



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