(277) Alonso de Alvarado veía muy negra la
situación, y le angustiaba también un problema añadido del que era muy
consciente: “Tenía, además, gran cuidado porque no estaban conformes todos los
ánimos de los que con él venían, sino que muchos de ellos se alegraban de la
llegada de Almagro, esperando los que estaban pobres hacerse ricos con tales
discordias, y comenzaron a aborrecer la tranquila paz, viniéndoles la ira fácil
e pronta para darse a cualquier maldad por huir de la necesidad; y desde
entonces comenzó a estar desquiciada la
confianza en estos reinos, y a tener todos por cosa provechosa la cruel guerra
civil. Y así, los que eran de esta opinión, deseaban ver delante las banderas
de Almagro para pasarse a ellas, diciendo, para poder justificarse, que había
sido recibido con todo derecho como Gobernador en el Cuzco, y que era señor tan
valeroso que iba a hacer a todos ricos y poderosos para que pudiesen volver a
España a gozar en sus tierras”. El lamento de Cieza se centra de lleno en la
eufórica insensatez de aquellos momentos cruciales. La misma que se ve en las
fotos (tan repetidas) de entusiastas soldados despidiéndose desde el tren para
ir a la guerra.
Alonso de Alvarado tomó sus precauciones
para no ser sorprendido por un ataque de Almagro. Luego envió a Gómez de León
con cartas que le informaran ampliamente de la situación a Pizarro, quien al
estar muy preocupado por la falta de noticias, ya se había puesto en marcha
hacia el Cuzco con unos cuatrocientos hombres. Por consejo de sus capitanes
(entre ellos Sebastián Garcilaso de la Vega), y dado que era muy peligroso
andar tan largo camino por territorios de los indios, le acompañaban a Gómez de
León doce jinetes de valía y absolutamente leales, como Alberto de Orduña,
Gonzalo Hernández de Heredia, Juan Alejandre, Origüela, Losa y Juan Porcel.
Por su parte, Almagro movió ficha, en
principio solo diplomática, pero contundente: “En el Cuzco, Almagro y sus
hombres principales habían tomado ya acuerdo de lo que harían sobre la estancia
de Alonso de Alvarado en Abancay. Determinaron que se fuese a requerirle que le
diese obediencia a Almagro como Gobernador y Capitán General de Su Majestad en aquellas
provincias, y que le requiriesen que saliese de ellas si no lo quisiese hacer,
para lo que envió a Gómez de Alvarado y Diego de Alvarado, por la autoridad de
sus personas y por la amistad que les tenía Alonso de Alvarado, ya que vinieron
juntos de Guatemala con el Adelantado Don Pedro de Alvarado. Irían con ellos a
hacerle el requerimiento el contador Juan Guzmán, D. Alonso Enríquez de Guzmán,
hombre de grandes mañas (lo que confirma
que este ya se había pasado al bando de Almagro y la fama de habilidoso
liante que tenía), el licenciado Prado, el factor Mercado, un escribano y
un alguacil. Le escribió a Alonso de Alvarado muy graciosamente, para atraerle
a que siguiese su opinión, haciéndole grandes ofertas y prometiéndole mucho
dinero para poder ir a España si lo desease”. Se diría que Almagro olvidaba la
inquebrantable honradez de Alonso de Alvarado.
(Imagen) No era ninguna broma recorrer largas
distancias a través del territorio controlado
por el rebelde Manco Inca y sus miles de
indios. Prueba de ello es que Pizarro fundaría después, principalmente por
motivos de defensivos, la población de San Juan, a mitad de camino entre Lima y el Cuzco. Por
eso ahora Alonso de Alvarado, para enviar un correo urgente a Francisco
Pizarro, utiliza un grupo de trece jinetes veteranos y de toda confianza, a
pesar de que le hacen mucha falta para defenderse del más que probable ataque
de Almagro. Entre ellos va Antonio de Orihuela, quien tres años más tarde iba a
demostrar su absoluta fidelidad a Francisco Pizarro de una manera insensata. Poco después de su asesinato, llegó Orihuela
a Lima procedente de Panamá, y se le ocurrió la idea de acusar públicamente a
los almagristas de traidores, por lo que fue degollado. Otro acompañante, Juan
Porcel, fue demandado judicialmente más tarde, como fiel pizarrista, por la
viuda del virrey Núñez Vela. Barriendo
para casa, comentaré que el capitán que estaba al mando de los jinetes
mensajeros, llamado Gómez de León, era alavés (murió tiempo después en la
batalla de Huarina), y llevaba a su lado a dos casi paisanos suyos, Alberto de
Orduña, y un tal Losa de apellido. El Valle de Losa, Orduña y Álava son
colindantes. Y para que no haya discusiones, digamos de paso que, aunque quizá
el gran Juan de Garay, fundador de Buenos Aires, naciera en Orduña, los años de
su juventud los vivió en Villalba de Losa. Como se ve en la imagen, así lo
reconocen los propios argentinos.
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