(276) En su versión, Cieza nos precisa
quiénes fueron los mensajeros de uno y otro bando. El enviado por Hernando
Pizarro a Alonso de Alvarado era Pedro Gallego, “hombre muy andador y que había
andado por todos los caminos de la tierra; partió del Cuzco tomando vestidura
de indio, cortándose la barba, sin llevar espada sino una honda, y metiendo la
carta en un canuto”. Con lo que dice queda claro que era muy grande el peligro
de que le interceptaran los indios por el camino. Nos acaba de hablar Pedro
Pizarro de la carta que el ‘traidor’ Pedro de Lerma le remitió a Almagro para
que atacara a Alonso de Alvarado. En la crónica de Cieza se aclara que era una
respuesta a un mensaje que anteriormente le había enviado el propio Almagro
pidiéndole que se pasara a su bando. Nos comenta que, para contestarle, Lerma
se sirvió de otro corredor de ‘ligeros pies’ (como Aquiles): “Pedro de Lerma,
habiendo recibido las cartas del Cuzco, deseando responder al Adelantado Don
Diego de Almagro (Cieza nunca le llama ‘Gobernador’),
envió con la respuesta a Melchor Palomino, que también era muy ligero, llevando
unas cartas escritas por él y por otros muchos del real ofreciéndose
enteramente al servicio de Almagro, y diciéndole que se alegraban mucho de que
lo hubiesen recibido como Gobernador en el Cuzco, pues así lo mandaba Su
Majestad en sus provisiones (la eterna
estrategia de dar por cierto lo dudoso). Al día siguiente, se echó de menos
a Palomino. Al saberlo el capitán Alonso de Alvarado, recibió mucha pena
suponiendo que lo había enviado alguno de sus capitanes”.
Justo entonces, llegó Pedro Gallego con el
aviso de Hernando Pizarro (quizá se
cruzara con Palomino): “Cuando Alonso de Alvarado leyó la carta, le pesó
que Almagro hubiese tomado por la fuerza la posesión del Cuzco (hasta entonces solo sabía que podía ocurrir)”.
Luego Cieza manifiesta una opinión mucho más creíble que la que hizo Pedro
Pizarro sobre el comportamiento de Alonso de Alvarado, hombre muy respetado por
casi todos los cronistas: “Y no habría
recibido esta pena si él hubiera llegado al Cuzco antes de que entrara Almagro,
pero la culpa no fue suya sino del Gobernador don Francisco Pizarro, que le
mandó invernar en Jauja para que dejase a todos los indios pacificados (como vimos, Pedro Pizarro aseguraba que
Alvarado hizo ese trabajo para proteger las encomiendas de indios del
influyente Antonio Picado, a quien, según él, le debía el puesto de general que
ostentaba Pedro de Lerma)”.
Después Alonso de Alvarado reunió a sus
capitanes y les leyó la preocupante carta de Hernando Pizarro. Decidieron
mantener allí su campamento, enviarle las noticias a Francisco Pizarro, y darle
a Almagro, si se sentía molesto por su permanencia en aquel lugar, la
explicación de que estaban a la espera de las órdenes de Pizarro. “Y, si
Almagro decidiera atacarlos, el tiempo diría lo que fuese mejor. Pero Alvarado
bien entendía que ya la cosa iba rota, y la amistad tan antigua de los de
Almagro y los de Pizarro, deshecha, y que estaba el negocio puesto en nivel tan
delicado que, si Dios no ponía en ello su mano, habría grandes daños, con
muchas muertes”.
(Imagen) Hoy hemos visto la actuación de
dos traidores haciendo de mensajeros espías, uno, Pedro Gallego, a favor de
Hernando Pizarro, y el otro, Melchor Palomino, para ayudar a Almagro. El primero
va a morir pronto, en la batalla de las Salinas, pero consta que el segundo aún
vivía en 1551, aunque no sabemos si por mucho tiempo, ya que era uno de los
demandados por doña Brionda de Acuña, la viuda del asesinado virrey Blasco
Núñez Vela. Adelantemos que, cuando las guerras civiles terminaron, les cayó a los
vencidos todo el peso de la justicia. Curiosamente, uno de los encargados de juzgarlos
fue el gran ALONSO DE ALVARADO, siempre consciente del demencial error de
alzarse contra la Corona. El Rey publicó la durísima sentencia. En la imagen
vemos la primera página del expediente (resumo el texto): “Por los delitos de
traición y rebelión cometidos en las provincias de Perú por Gonzalo Pizarro y
otros, sus secuaces, contra nuestro servicio y bien común de aquella tierra, el
Licenciado Oidor de la nuestra Audiencia e Cancillería Real de las dichas
provincias, y el Mariscal ALONSO DE ALVARADO, jueces nombrados para el castigo
de los dichos delitos, procedieron contra los dichos rebeldes y traidores, y los
proclamaron traidores, y a algunos de ellos condenaron a penas de muerte
natural, e a otros a penas de azotes e a que sirviesen perpetuamente en
nuestras galeras, y a otros en destierro de aquellas provincias para estos
reinos y para otra partes de las Indias, y en otras penas, y a todos ellos en
confiscación y perdición de todos sus bienes”.
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