(152)
En relatos de otras conquistas, como la de México, tal comportamiento se
interpretaba como una ‘terapia de valor’, presumiendo los indios de haberlos
matado y haciéndoles sentir el alivio de
que los temidos caballos no eran invencibles. Quizá por temor reverencial, no
fueron capaces de domar caballos y aprender a montarlos, como luego hicieron
los del ‘Lejano Oeste’, aunque también se debió a que los españoles tuvieron sumo cuidado durante
mucho tiempo en evitar que lo consiguieran. Sin embargo, los temibles mapuches
argentinos sí llegaron a cabalgar. El ‘culpable’ fue el gran cacique Lautaro.
Fue apresado por Pedro de Valdivia, lo tuvo como fiel criado, asimiló la
cultura española y fue buen jinete, pero ‘la sangre tira’: se fugó, enseñó a su
pueblo a criar y montar caballos, y, con regusto o sin él, fue testigo de la
muerte de Valdivia, una de las más crueles que registran las crónicas.
“Belalcázar y los suyos supieron,
por algunos indios que se pasaban, que los que estaban en guerra eran muchos y
se habían hecho fuertes por el camino que les había de llevar a Quito.
Determinaron tomar otro que iba a salir a Chimo. Caminaron toda la noche, y un
indio de aquella tierra, queriendo granjear su amistad, les avisó de que
Rumiñahi y Zopezopagua (gobernador en
Quito de Atahualpa) y otros capitanes estaban con gran golpe de gente
aguardando para les dar guerra, mas que él, por amor de ellos, los guiaría por
camino seguro”. Belalcázar se fio del indio y le agradeció encarecidamente su
ayuda, que resultó vital porque pudieron dar un rodeo que dejó a los enemigos
desconcertados y les obligó a abandonar su posición, pero emplearon otra
estrategia: “Determinaron hacer junto a Riobamba una gran cantidad de hoyos muy
hondos cubiertos sutilmente con hierba para dañar a los españoles y a los caballos. Salieron luego a ellos
haciendo alharacas, y Belalcázar mandó
quedar en la retaguardia treinta de a caballo para que hiciesen rostro a los
indios hasta que los que iban en la vanguardia hubiesen ganado una loma que
tenían por delante”.
El
siguiente párrafo de Cieza retrata a Belalcázar como líder poco amigo de los
titubeos, y en este caso, excesivamente riguroso: “El griterío de los indios
fue mayor cuando los vieron dividirse; tanto, que los treinta de a caballo
mandaron aviso al capitán para que dejase socorro de más gente porque los
indios venían a dar en ellos. Belalcázar respondió con una gran voz que si
treinta de a caballo no eran suficientes para defenderse de los indios, que se
enterrasen vivos. Y como Zopezopagua y Rumiñahui habían llamado a toda la
comarca, habíase juntado tanta gente que Belalcázar dijo: ‘¡Válgame Dios!, ¿de
dónde ha salido tanta?, pues mana la tierra indios’. Y daban los indios tantas
voces y con tal tenor que era para haber espanto. Como eran muchos,
determinaron dar en los cristianos por cuatro partes, de manera que cercaron a
los cristianos. Como entre los españoles había algunos recién venidos de España
–que acá llamamos chapetones (novatos)-,
temían sus gritos porque para ellos era cosa nueva. Inspirando Dios su gracia
en uno de los indios, les vino voluntariamente y contó lo de los hoyos”.
(Imagen)
El que Pizarro, Almagro y Belalcázar fueran analfabetos les da todavía más
mérito a sus asombrosas biografías. Hoy le vemos a Belalcázar riñendo a sus
hombres (en este caso injustamente) por pedir ayuda contra los indios. Tenía
fama de duro, pero también pudo deberse a las acusaciones interesadas que
utilizaron años después sus enemigos para procesarle. El texto de la imagen es
una carta que envía Carlos V el día 9 de octubre de 1549 al juez Briceño para
que investigue y haga justicia “sobre las cosas que Belalcázar, gobernador de
Popayán, haya podido hacer en deservicio
de Dios nuestro señor y en el nuestro, y
en daño de los naturales de aquella tierra (prueba
de que se les protegía)”. En nombre del rey, firma su secretario, Juan de
Sámano (pariente de Sancho Ortiz de Matienzo). La acusación principal era haber
ejecutado a Jorge Robledo, un
conquistador ejemplar, pero que se metió en su zona. El mismo Cieza le disculpa,
ya que le había advertido a Robledo, su capitán, que no era legal penetrar en
esa demarcación. No obstante, en el juicio lo condenaron a muerte. El rey
admitió una apelación de Belalcázar, y en 1571 emprendió viaje hacia España
para efectuar personalmente su defensa. Cuando llegó a Cartagena de Indias
(Colombia), enfermó, y se le acabaron sus días a la edad de 71 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario