(164) No conseguían encontrar la ruta que llevaba a Quito a pesar de
haberlo intentado en todas las direcciones y siguieron pasando penalidades. El
caso es que debían de estar bastante cerca de Quito porque allí seguía cayendo
ceniza del volcán quiteño Cotopaxi, al que hizo referencia antes Cieza:
“Llegaron a un gran cañaveral, donde se les dobló la angustia y creció la sed
al ver que no había agua, porque siempre hay manantiales en los cañaverales.
Andando un negro cortando de estas cañas para hacer alguna ramada, halló que
tenían dentro agua abundante, y con mucha alegría dio la buena noticia, de lo
que todos se holgaron, y aunque era tarde, cortaron muchas cañas, donde
hallaran tanta agua que bebieron todos y los caballos”. De vez en cuando,
sufrían ataques de los indios y la marcha era calamitosa: “El Adelantado por su
parte y el licenciado Caldera por la suya, iban caminando con gran trabajo
y fatiga, y el hambre que tenían era tan
canina que no dejaban de comer caballo que muriese, lagartijas, ratones,
culebras y todo lo que podían meter en la bocas, aunque fuesen de estas
bascosidades (asquerosidades). Mas,
cuando supieron que Diego de Alvarado había hallado tierra fácil, tomaron tanto
esfuerzo que parecían tener en poco el trabajo pasado y no veían la hora de
verse de pie en tal tierra porque, con sus trabajos y hambres, ya no piaban tanto
por el oro de Quito como al principio”.
Cieza abandona a Pedro de Alvarado en ese punto (más adelante continuará
con sus peripecias) y vuelve al momento en que Pizarro y sus hombres avanzaban
hacia el Cuzco. Ya nos lo contaron otros cronistas, pero le tomaré algunos
comentarios que completan ‘el cuadro’. Menciona la muerte de Caracuchima, y,
como es habitual en él, critica la ejecución como si fuera basada en infundios,
cuando, en realidad, lo lógico era pensar que el gran capitán de Atahualpa, en
cuanto pudiera, liquidaría a los españoles: “Pizarro traía preso a Caracuchima,
del cual dicen, si no fue inventado, que, cuando Pizarro dividió sus tropas, se
holgó de que los indios podrían matar a los españoles, y que envió un mensajero
al capitán Quizquiz para que se mostrase valiente en procurar su muerte, y que
tuvo aviso Pizarro de lo que tramaba Caracuchima. Pizarro llegó al valle de
Jaquijaguana, donde tornó a ser informado por algún indio, que estaría borracho
(la imparcialidad de Cieza se tambalea),
de que Caracuchima hacía aquella junta de gente para matar a los españoles y
quedar libre. Entendidas estas cosas por Pizarro, mandó quemar a este capitán
Caracuchima sin querer oír justificaciones ni defensas, tan desastrosamente y
con muerte tan temible”. Sin embargo, está comprobado que fue Manco Inca quien
le advirtió a Pizarro del peligro de Caracuchima, y que, tras ser interrogados
los mensajeros de este, confirmaron que estaba conspirando para matar a los
españoles. A lo que hay que añadir que la decisión de ejecutarlo la tomó
Pizarro con la conformidad unánime de sus capitanes. Cieza se despide de
Caracuchima resaltando sus méritos: “Fue Caracuchima de gran reputación entre
los indios; Atahualpa no hizo ningún gran hecho sin él, y él, sin Atahualpa, muchos.
Fue opinión entre los mismos indios que si Caracuchima se hallara en Cajamarca
cuando los españoles entraron en ella, no tan fácilmente consiguieran su
propósito”. No parece que los otros dos grandes capitanes, Quizquiz y
Rumiñhaui, valieran menos, ni tampoco el mismo Atahualpa, que fue quien los
dirigió en la durísima guerra civil contra Huáscar.
(Imagen) Era muy antigua la existencia de
ESCLAVOS NEGROS en Europa. Llegaron también pronto a las Indias porque se
prohibió esclavizar a los nativos y tenían más resistencia que ellos. Pizarro
tuvo permiso para llevar cincuenta esclavos negros, entre los cuales debía
haber, al menos, un tercio de mujeres. Pasaban peligros y penalidades, pero no
luchaban (hubo casos en que lo hicieron voluntariamente). Solo valían por su
utilidad, a pesar de ser cristianos. En las crónicas casi nunca se habla de ellos, salvo por algo
anecdótico. A veces mostraron afecto por sus amos, como uno que le salvó la
vida a Almagro en un ataque indio. Y también hubo españoles que los trataron
con respeto: Núñez Cabeza de Vaca, durante su tremenda odisea de nueve años
caminando desde Florida a California, siempre consideró como compañero al negro
Estebanico. Algunos obtuvieron la libertad, los llamados ‘horros’. Y también
los hubo en rebeldía, que siempre acababa mal para ellos, como cuando Pedro
Ortiz de Matienzo (sobrino de Sancho) derrotó a un nutrido grupo de
‘cimarrones’ en Santo Domingo. Honor y gloria al jesuita catalán san Pedro
Claver por haberse entregado en cuerpo y alma a los esclavos que llegaban de
África al puerto de Cartagena de Indias, hasta tal punto que algunos compañeros
suyos lo consideraban trastornado. Sería cómico ver el ‘cabreo’ de los
españoles cuando el santo obligaba a respetar el turno de los esclavos en la
fila que se formaba ante su solicitado confesonario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario