martes, 26 de diciembre de 2017

(Día 574) La sed los desespera. Un negro encontró cañas que contenían agua y fue suficiente. Cieza abandona de momento a Alvarado y enlaza de nuevo con las andanzas de Pizarro, juzgando duramente que ejecutara a Caracuchima.

     (164) No conseguían encontrar la ruta que llevaba a Quito a pesar de haberlo intentado en todas las direcciones y siguieron pasando penalidades. El caso es que debían de estar bastante cerca de Quito porque allí seguía cayendo ceniza del volcán quiteño Cotopaxi, al que hizo referencia antes Cieza: “Llegaron a un gran cañaveral, donde se les dobló la angustia y creció la sed al ver que no había agua, porque siempre hay manantiales en los cañaverales. Andando un negro cortando de estas cañas para hacer alguna ramada, halló que tenían dentro agua abundante, y con mucha alegría dio la buena noticia, de lo que todos se holgaron, y aunque era tarde, cortaron muchas cañas, donde hallaran tanta agua que bebieron todos y los caballos”. De vez en cuando, sufrían ataques de los indios y la marcha era calamitosa: “El Adelantado por su parte y el licenciado Caldera por la suya, iban caminando con gran trabajo y  fatiga, y el hambre que tenían era tan canina que no dejaban de comer caballo que muriese, lagartijas, ratones, culebras y todo lo que podían meter en la bocas, aunque fuesen de estas bascosidades (asquerosidades). Mas, cuando supieron que Diego de Alvarado había hallado tierra fácil, tomaron tanto esfuerzo que parecían tener en poco el trabajo pasado y no veían la hora de verse de pie en tal tierra porque, con sus trabajos y hambres, ya no piaban tanto por el oro de Quito como al principio”.
     Cieza abandona a Pedro de Alvarado en ese punto (más adelante continuará con sus peripecias) y vuelve al momento en que Pizarro y sus hombres avanzaban hacia el Cuzco. Ya nos lo contaron otros cronistas, pero le tomaré algunos comentarios que completan ‘el cuadro’. Menciona la muerte de Caracuchima, y, como es habitual en él, critica la ejecución como si fuera basada en infundios, cuando, en realidad, lo lógico era pensar que el gran capitán de Atahualpa, en cuanto pudiera, liquidaría a los españoles: “Pizarro traía preso a Caracuchima, del cual dicen, si no fue inventado, que, cuando Pizarro dividió sus tropas, se holgó de que los indios podrían matar a los españoles, y que envió un mensajero al capitán Quizquiz para que se mostrase valiente en procurar su muerte, y que tuvo aviso Pizarro de lo que tramaba Caracuchima. Pizarro llegó al valle de Jaquijaguana, donde tornó a ser informado por algún indio, que estaría borracho (la imparcialidad de Cieza se tambalea), de que Caracuchima hacía aquella junta de gente para matar a los españoles y quedar libre. Entendidas estas cosas por Pizarro, mandó quemar a este capitán Caracuchima sin querer oír justificaciones ni defensas, tan desastrosamente y con muerte tan temible”. Sin embargo, está comprobado que fue Manco Inca quien le advirtió a Pizarro del peligro de Caracuchima, y que, tras ser interrogados los mensajeros de este, confirmaron que estaba conspirando para matar a los españoles. A lo que hay que añadir que la decisión de ejecutarlo la tomó Pizarro con la conformidad unánime de sus capitanes. Cieza se despide de Caracuchima resaltando sus méritos: “Fue Caracuchima de gran reputación entre los indios; Atahualpa no hizo ningún gran hecho sin él, y él, sin Atahualpa, muchos. Fue opinión entre los mismos indios que si Caracuchima se hallara en Cajamarca cuando los españoles entraron en ella, no tan fácilmente consiguieran su propósito”. No parece que los otros dos grandes capitanes, Quizquiz y Rumiñhaui, valieran menos, ni tampoco el mismo Atahualpa, que fue quien los dirigió en la durísima guerra civil contra Huáscar.


    (Imagen) Era muy antigua la existencia de ESCLAVOS NEGROS en Europa. Llegaron también pronto a las Indias porque se prohibió esclavizar a los nativos y tenían más resistencia que ellos. Pizarro tuvo permiso para llevar cincuenta esclavos negros, entre los cuales debía haber, al menos, un tercio de mujeres. Pasaban peligros y penalidades, pero no luchaban (hubo casos en que lo hicieron voluntariamente). Solo valían por su utilidad, a pesar de ser cristianos. En las crónicas casi  nunca se habla de ellos, salvo por algo anecdótico. A veces mostraron afecto por sus amos, como uno que le salvó la vida a Almagro en un ataque indio. Y también hubo españoles que los trataron con respeto: Núñez Cabeza de Vaca, durante su tremenda odisea de nueve años caminando desde Florida a California, siempre consideró como compañero al negro Estebanico. Algunos obtuvieron la libertad, los llamados ‘horros’. Y también los hubo en rebeldía, que siempre acababa mal para ellos, como cuando Pedro Ortiz de Matienzo (sobrino de Sancho) derrotó a un nutrido grupo de ‘cimarrones’ en Santo Domingo. Honor y gloria al jesuita catalán san Pedro Claver por haberse entregado en cuerpo y alma a los esclavos que llegaban de África al puerto de Cartagena de Indias, hasta tal punto que algunos compañeros suyos lo consideraban trastornado. Sería cómico ver el ‘cabreo’ de los españoles cuando el santo obligaba a respetar el turno de los esclavos en la fila que se formaba ante su solicitado confesonario.


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