sábado, 9 de diciembre de 2017

(Día 560) Sabiendo los indios que Belalcázar se disponía a ocupar Quito, se preparan para la guerra. Eligen como capitán a Rumiñahui, quien esconde el tesoro y, al parecer, mata a los operarios para que no descubran el secreto. Los cañaris se alían con los españoles.

    (150) Dicho y hecho. Benalcázar organizó rápidamente la expedición y partió con ciento cuarenta hombres, todos ansiosos de oro y esperando que abundara: “Y luego, gastando de los dineros que sacó de Cajamarca (tras el reparto del tesoro de Atahualpa), comenzó a comprar caballos y reunir gente. Creyendo él y todos que habían de hallar en el Quito mucho más que repartir que en Cajamarca, ciento cuarenta españoles de a pie y de caballo se juntaron para la jornada, de la cual iba por alférez un Miguel Muñoz, por capitanes Francisco Pacheco y Juan Gutiérrez, por maese de campo Halcón de la Cerda”. Cieza nos revela cómo solían conseguir provisiones de los indios ‘colaboradores’: “Llegaron a Corrochamba, donde fueron bien albergados por los indios y proveídos de mantenimientos, sin les dar por ello paga ninguna; mas en todas las Indias ha sido general esta costumbre”. A veces este ‘impuesto’ forzoso resultaba desolador  cuando las tropas eran numerosas y permanecían largo tiempo en un poblado concreto. Pero muchos indios estaban en pie de guerra, especialmente los que habían sido partidarios de Atahualpa en las guerras civiles, bien dirigidos por los grandes capitanes del emperador inca, como estaría ansiando poder hacer el preso Caracuchima.
     Parece ser que los indios se dieron prisa en prepararse para la lucha y ocultar los grandes tesoros que probablemente todavía conservaban: “En el Quito súpose esta noticia. Habíanse alterado en aquellas regiones cuando supieron la muerte de Atahualpa, porque lo amaban mucho (eran sus paisanos), asombrándose de que siendo tan pocos los españoles pudieron desbaratar a tantos guerreros y prender a tan poderoso príncipe. Rumiñahui, Zopezapagua y otros habían tomado el mando de la república. Todos determinaron defender la tierra sin consentir que se hiciesen señores de ella los españoles. Era público que el capitán Rumiñahui, con otros principales, tomaron más de seiscientas cargas de oro que habían recogido de los templos sagrados y, según dicen algunos, lo enterraron en riscos grandes, y a los que lo llevaron a cuestas, para que no lo descubriesen, los mataron. Crueldad grande”. Cieza lo completa con algo que ocurrió más tarde: “Y ellos (Rumiñahui y los principales), aunque después murieron atormentados, extrañamente no quisieron descubrir lo que sabían, sino morir”. Explica también cómo los mitimaes formaron un ejército para luchar contra los españoles. (Los emperadores incas hicieron grandes traslados de indios amigos o sometidos, a los que llamaban mitimaes, por todo su imperio): “Los mitimaes, habiendo hecho liga para les dar guerra a los españoles, eligieron por capitán general a Rumiñahui”. Fue entonces cuando los cañaris, que habían sido diezmados por Atahualpa porque participaron en su captura aliados con su hermanastro Huáscar (como ya comenté), establecieron una fuerte amistad con los españoles, a los que nunca traicionaron, y participaron en las luchas a su lado. Comparándolo con la gran colaboración de los pueblos nativos que Cortés consiguió en México, esto en Perú fue algo más bien raro.


     (Imagen) Aunque la colaboración de los indios con los españoles no fue tan importante en Perú como en México, resultó también de gran ayuda, sobre todo la aportada por los cañaris y los chachapoyas, pueblos asentados en la zona del Ecuador y sometidos por los incas. Era especialmente intenso el rencor de los cañaris hacia Atahualpa por haber sufrido su brutalidad recientemente, y se van a incorporar ahora con entusiasmo a las tropas de Belalcázar para dirigirse a la conquista de Quito. Estos indios colaboradores se vieron a veces frustrados por no conseguir tan buen trato de los españoles como esperaban, pero mantuvieron su tradición de amistad y de una absoluta lealtad a la corona española. En gran parte, debido al sentido común con que se relacionó con ellos uno de los hombres de Pizarro: el capitán cántabro ALONSO DE ALVARADO, sobrino del gran Pedro de Alvarado. Fue un especialista en conseguir alianzas con y entre los indios, evitando peligrosos enfrentamientos. Mucho mérito tuvo que tener para que el mismísimo Cieza, tan crítico con el mal trato que se solía dar a los nativos, lo alabara incondicionalmente. Pero murió en 1556 profundamente deprimido, tras ser derrotado al servicio del rey y contra el rebelde Francisco Hernández de Girón en una batalla de la última guerra civil del Perú.




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