(167) Cieza deja de momento a los dos capitanes incas con sus
preparativos de guerra, y enlaza de nuevo con las peripecias de Belalcázar en
su lucha contra otro gran rebelde, Rumiñahui, de quien nos muestra su estilo
brutal. En un enfrentamiento con un grupo de indios, Belalcázar los hizo
retroceder hasta Quito: “Los indios de guerra, aunque habían sido desbaratados
antes, hacían rostro a los españoles, y cerca de Quito se hicieron fuertes en
una quebrada algo áspera, desde donde tiraron tantos tiros que les hicieron
detener a los españoles algún rato, pero juntándose subieron a ganarles el
fuerte, y los indios, que lo tuvieron que dejar sufriendo muchas muertes,
fueron a la ciudad de Quito dando grandes voces a los que allí estaban para que
sin más dilación se fuesen a la sierra. Y así lo hicieron, con gran turbación,
pareciéndoles que los caballos estaban encima de ellos. Había muchas señoras
principales de los templos y de las que habían sido mujeres de Huayna Cápac y
de Atahualpa. Rumiñahui las habló cautelosamente (astutamente), diciéndoles que, como los españoles iban a entrar en
la ciudad, que las que quisiesen salir con él se pusiesen en camino, y las
demás mirasen por sí, porque eran tan malos y lujuriosos que las tomarían a
todas para deshonrarlas. Algunas salieron sin más aguardar; las otras, que eran
más de trescientas, dijeron que no querían salir de Quito, sino quedarse y
aguardar lo que sus hados de ellas ordenasen. Rumiñahui, llamándolas pampairunas
(en quechua, prostitutas), las mandó
matar a todas, según me contaron, siendo algunas demasiadamente hermosas y
gentiles mujeres”.
Rumuñahui partió con su ejército, y los españoles entraron en Quito sin
ninguna resistencia. Habían llegado por fin a su objetivo: una ciudad a la que
se consideraba llena de tesoros. Pero fue
un fiasco: “Los andaban buscando, pero no hallaron ninguno, y fue causa
de que su alegría se volviese en tristeza. Preguntaba Belalcázar a los indios dónde
estaba el tesoro de Quito, y respondían como espantados que Rumiñahui se lo
había llevado y ninguno de los que lo sacaron en cargas estaba vivo, porque se
dice que los mató a todos para no pudiesen descubrir dónde se puso tanta
grandeza. Los españoles estaban llenos de melancolía, pues, por venir a aquella
jornada, habían gastado y trabajado mucho. Tenían grande odio a Rumiñahui, de
quien llegó noticia a la ciudad de que estaba hecho fuerte a poco más de tres
leguas de allí. Cuando lo supo Belalcázar, mandó a Pacheco que con cuarenta
hombres saliese una noche y procurase de lo prender”. Le informaron a Rumiñahui
sus espías de esta salida y se refugió en una población llamada Cayambo: “Mandó
Belalcázar que entonces fuese Ruy Díaz contra él con setenta españoles de a
pie. Había entre los anaconas (criados
indios) algunos que avisaban a los indios de todo lo que los españoles
determinaban, y les comunicaron que los españoles que quedaban eran pocos y la
mayoría enfermos. Se juntaron más de
quince mil hombres de guerra para ir contra la ciudad de Quito y matarlos, y
llegaron allí a la segunda vigilia de la noche”.
(Imagen) Allá donde el dios Sol reina a más altura, en la línea
equinoccial, fue fundada Quito (varias veces). A los quiteños les alcanzó la
expansión inca, aunque se resistieron tanto que solo pudo someterlos
definitivamente Huayna Cápac, nacido en territorio cercano y padre de
Atahualpa. Los incas convirtieron la ciudad en la capital de la mitad norte de
todo su territorio, pero después de haber tratado a los derrotados pueblos
indígenas con una dureza implacable. El historiador quiteño Jorge Salvador Lara
dice: “El bárbaro sistema de la dominación incaica, aunque traía consigo
notables avances culturales, fue también expresión de una implacable ferocidad,
verdaderos genocidios que significaron el exterminio de las poblaciones
rebeldes. No alcanzamos a imaginar la magnitud de los destierros de la
población ecuatoriana mediante el sistema de los ‘mitimaes’; provincias enteras
quedaron despobladas, yendo sus habitantes a vivir y morir en lejanos confines
de Bolivia y Perú. En algunas zonas, las masacres fueron terribles. Se dio el
caso de etnias enteras en las que sobrevivieron apenas los niños. El exterminio
de la batalla de Yahuarcocha marca un jalón del heroísmo quitense en su lucha
contra el imperialismo incaico, que solo admite parangón con la tragedia en
Massada de los israelitas contra Roma”.
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