jueves, 21 de diciembre de 2017

(Día 570) En el Cuzco, Pizarro prohíbe que se abuse de los indios. Inca Garcilaso se equivoca al hablar de la muerte de Caracuchima. Su padre, Sebastián Garcilaso de la Vega, llega a Perú con la expedición de Pedro de Alvarado.

     (160) Después cuenta Pedro Pizarro que llegaron sin dificultad a su objetivo: “Entramos en el Cuzco y fue tanta la gente que salió a vernos, que los campos estaban cubiertos. El Marqués se quedó en unos aposentos que eran de Huayna Cápac, Gonzalo Pizarro y Juan Pizarro en los de al lado, Almagro junto a lo que es ahora la iglesia mayor y Soto en otros cercanos; la demás gente se aposentó en un galpón que estaba junto a la plaza. El Marqués mandó dar un pregón de que ningún español fuese osado de entrar en casa de los naturales a tomarles nada”. El hecho de que cite a Gonzalo antes que a Juan Pizarro, a pesar de ser más joven, quizá confirme que su valía le estaba dando más ascendiente.
     Es sorprendente que el Inca Garcilaso de la Vega haga un comentario que no tiene base para sostenerse. Niega que Caracuchima fuera quemado por los españoles, algo que rebate lo ya dicho por Pedro Pizarro y lo que  Cieza contará más adelante. Así lo explica: “Pedro de Cieza dice de Caracuchima que el Marqués don Francisco Pizarro lo quemó en Jaquijaguana; fue a otro capitán pariente suyo, de menos importancia y del mismo nombre, pues Caracuchima se halló presente en la muerte de Atahualpa y llevó su cuerpo a Quito, muriendo a manos de los suyos”. Solo se explica este ‘patizano’ si, a pesar de haber escrito su crónica más tarde que la de Pedro Pizarro, no llegó a conocerla; es imposible que un testigo directo de hechos tan señalados los confunda, ni tendría sentido que se los inventara, porque nada ganaría con ello; al contrario: habría sido ‘más bonito’ que a Caracuchima lo mataran los suyos.
     Todos los cronistas continúan el hilo de los acontecimientos después de la entrada de los españoles en el Cuzco, pero Cieza hace un regate para explicar las andanzas por aquellos tiempos de Pedro de Alvarado, que suponían una amenaza para Pizarro porque estaba entrando en su demarcación. Como ya vimos, Alvarado era mucho Alvarado y conviene que lo sigamos de cerca. Nos cuenta Cieza: “Don Pedro de Alvarado fue uno de los señalados capitanes que hubo en este nuevo mundo de Indias. Su majestad le hizo gobernador de la provincia de Guatemala con licencia para que pudiese descubrir, según yo oí, por mar (del Pacífico); aderezó navíos, procurando conseguir hombres y caballos. Mas sucedió que por una nave que llegó a aquella tierra, tuvo aviso de que el Perú se había descubierto y se habían hallado grandes tesoros, de manera que  determinó abandonar su proyecto y venir descubriendo en Perú lo que no hallase ocupado por Pizarro. Sacó de Guatemala y Nicaragua la más lucida armada que se ha hecho en las Indias (de España salieron otras mucho más importantes, como la de Pedrarias Dávila), en la cual venían unos quinientos hombres y trescientos veintisiete caballos (valían una fortuna)”. Se incorporaron muchos hombres notables que luego hicieron historia, de los que Cieza nombra a 26 y a un fraile. Y lo rubrica con un comentario muy típico de él: “Muchos más caballeros venían y de mucha presunción, pero no supe sus nombres; y estos puse porque casi todos ellos se señalaron por hacer buenos hechos, o en cometer grandes maldades en tiempo de tiranías (las guerras civiles)”.


     (Imagen) Éramos pocos y… Mientras Pizarro sigue su complicada tarea de conquista, llega el poderoso Pedro de Alvarado para hacerle la competencia. Al final resultará el fracaso de un triunfador nato. Se volvió a Guatemala, pero se quedaron muchos de sus hombres; lo malo fue que casi todos engrosaron el bando de Almagro, agravando su conflicto con Pizarro. Alvarado era de Badajoz y trajo consigo a un paisano de familia noble, SEBASTIÁN GARCILASO DE LA VEGA, padre de Inca Garcilaso de la Vega. Sebastián llegó muy joven a las Indias, y aunque murió con poco más de 50 años, protagonizó una vida trepidante, al principio junto a Alvarado, y después en Perú. En las guerras civiles, su fidelidad a la Corona fue oscilante. Asesinado ya Pizarro (al que siempre respetó), Cristóbal Vaca de Castro, el enviado del emperador, le encargó que hiciera justicia con los rebeldes almagristas, y Sebastián condenó a muerte a muchos de ellos. Sin embargo, después se alió abiertamente con Gonzalo Pizarro contra el virrey La Gasca. Llegó la definitiva batalla de Jaquijaguana y, en el último momento, cambió de bando. Resultado: él salvó la cabeza y Gonzalo perdió la suya. Y uno piensa en Inca Garcilaso de la Vega, aquel hijo suyo y de la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo, hombre piadoso y gran escritor, que vivió en España los últimos 30 años de su vida y escribió con gran estilo sus extraordinarias crónicas.


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