(156) Lo que Pedro Pizarro considera mala intención de Soto, fue algo
consultado con sus hombres y, al parecer, decidido por un afán valiente y
legítimo de alcanzar el objetivo que perseguían. Si acaso, podría haber sido
una imprudencia que tuvo su precio. Veámoslo. El cronista Diego de Trujillo,
que iba acompañando a Soto, hace mención a lo mismo, pero igual que Cieza,
tampoco lo critica y hasta lo alaba; hay que tener también en cuenta que el
cronista Pedro Pizarro no fue testigo de los hechos porque formaba parte del
grupo rezagado de Francisco Pizarro. Como va a ser casi lo último que narra
Trujillo, escuchémosle hasta el final de su crónica (que se lo merece): “El
capitán Soto entró en consejo para ver si esperaríamos al Gobernador y a Diego
de Almagro, que venían caminando en pos de nosotros. Hubo pareceres de que allí
los esperásemos, pero algunos dijeron, como fue Rodrigo Orgóñez, Hernando de
Toro (que pronto va a morir) y Juan Pizarro de Orellana y otros valientes, que pues
habíamos gozado de las duras, que gozásemos entrar en el Cuzco sin el socorro
que atrás venía. Y así caminamos sin tener guerra hasta llegar a Limatambo, a
siete leguas de la ciudad del Cuzco. Estaba la gente de guerra a una legua de
Limatambo y vinieron dos indios del escuadrón del cacique de Tarama, diciendo
de su parte que quería venir a servir a los cristianos con trescientos indios
de guerra, por diferencias que tenía con los capitanes de Atahualpa. Y hubo
pareceres de que venían como espías, y no lo eran, según después se vio. Y el
capitán les mandó cortar (no dice qué,
pero sería la nariz o una mano), y los envió así.
“Al otro día caminamos la cuesta arriba y dieron los indios en nosotros
de golpe, que de cuarenta de a caballo que éramos, mataron cinco, que fueron
Hernando de Toro, Miguel Ruiz (sevillano),
Francisco Martín, Gaspar de Marquina (vasco)
y Juan Alonso, e hirieron a diecisiete. Y los que más daño nos hicieron fueron
los trescientos indios que querían venir de paz. Y a medianoche sonó la
trompeta de Alconchel (curioso que cite
el nombre del ‘corneta’). Y en oyéndola, nos animamos de tal manera que
pegamos contra los indios, y ellos, que debieron de oír también, apagaron los
fuegos y caminaron hacia el Cuzco. Luego vino Almagro con veinte de a caballo.
Y al otro día vino el Gobernador con la demás gente y caminamos con los
heridos. Al medio de la cuesta, salió Chilche, el que al presente es cacique de
Yula, con tres indios cañaris, y le dijo al Gobernador: ‘Yo vengo a servir y no
negaré a los cristianos hasta que muera’. Y así lo ha hecho hasta hoy (confirmación de la excepcional fidelidad de
los cañaris)”.
Un
pequeño comentario sobre los nombres de españoles que cita el cronista: Juan
Pizarro de Orellana iba como capitán, era de Trujillo y pariente de los
Pizarro. En 1535, sensatamente, ya estaba de vuelta en España, y días atrás
pudimos contemplar el gran palacio que se preparó en Trujillo. También de
Orgóñez hemos visto algo, pero él mismo nos mostrará su gran relieve en el
importante papel que va a jugar más adelante. Hernando de Toro, otro
trujillano, había llegado a las Indias, siendo muy joven, como escudero de
Hernando Pizarro. De los otros dos fallecidos, lo más destacable fue su
intervención en la captura de Atahualpa y el gran botín que les tocó en suerte,
pero voy a resumir un documento sobre Gaspar de Marquina que acabo de encontrar en la página PARES de Internet, que
es una mina oficial e inagotable de expedientes históricos auténticos.
(Imagen) Una más de aquellas tristes y gloriosas historias. Entre los
cinco hombres de Soto a los que mataron los indios en 1533, estaba el
guipuzcoano GASPAR DE MARQUINA (era de Mendaro). Poco antes le había enviado
una carta a su padre, Martín de Gárate, presumiendo de la hazaña de haber
apresado con Francisco Pizarro a Atahualpa siendo solo 160 españoles, y
diciéndole que ya era rico y que le iba a mandar oro. Precisamente, porque era
rico tenía caballo. Cinco años después, la reina Isabel, esposa de Carlos V,
envía desde Valladolid al valle de Zuya (Guipúzcoa) la cédula que vemos en la
imagen, ordenando que se investigue por los medios oficiales (pregones, consultas
con la parroquia…) si se sabe de la existencia de herederos de Gaspar de Marquina,
que vivía en la “provincia de Perú, que está en nuestras Indias” y allá murió
sin testamento, y que remitan el informe
certificado al Consejo de Indias. Todo ello, por petición de MARI ORTIZ DE ZÁRATE, quien aseguraba que, por ser la única heredera de Gaspar, “los bienes
que de él quedaron le pertenecen a ella”. Pero también quedó un leve rastro de
su memoria y nos sirve para recordarlo quinientos años después.
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