sábado, 16 de diciembre de 2017

(Día 566) Soto, además de aventurarse demasiado, comete el error de castigar duramente a unos indios que cree traidores. Sufre un duro ataque y mueren 5 españoles. Llega la ayuda de Pizarro. Los cañaris se unen (para siempre) a los españoles.

     (156) Lo que Pedro Pizarro considera mala intención de Soto, fue algo consultado con sus hombres y, al parecer, decidido por un afán valiente y legítimo de alcanzar el objetivo que perseguían. Si acaso, podría haber sido una imprudencia que tuvo su precio. Veámoslo. El cronista Diego de Trujillo, que iba acompañando a Soto, hace mención a lo mismo, pero igual que Cieza, tampoco lo critica y hasta lo alaba; hay que tener también en cuenta que el cronista Pedro Pizarro no fue testigo de los hechos porque formaba parte del grupo rezagado de Francisco Pizarro. Como va a ser casi lo último que narra Trujillo, escuchémosle hasta el final de su crónica (que se lo merece): “El capitán Soto entró en consejo para ver si esperaríamos al Gobernador y a Diego de Almagro, que venían caminando en pos de nosotros. Hubo pareceres de que allí los esperásemos, pero algunos dijeron, como fue Rodrigo Orgóñez, Hernando de Toro (que pronto va a morir) y Juan Pizarro de Orellana y otros valientes, que pues habíamos gozado de las duras, que gozásemos entrar en el Cuzco sin el socorro que atrás venía. Y así caminamos sin tener guerra hasta llegar a Limatambo, a siete leguas de la ciudad del Cuzco. Estaba la gente de guerra a una legua de Limatambo y vinieron dos indios del escuadrón del cacique de Tarama, diciendo de su parte que quería venir a servir a los cristianos con trescientos indios de guerra, por diferencias que tenía con los capitanes de Atahualpa. Y hubo pareceres de que venían como espías, y no lo eran, según después se vio. Y el capitán les mandó cortar (no dice qué, pero sería la nariz o una mano), y los envió así.
     “Al otro día caminamos la cuesta arriba y dieron los indios en nosotros de golpe, que de cuarenta de a caballo que éramos, mataron cinco, que fueron Hernando de Toro, Miguel Ruiz (sevillano), Francisco Martín, Gaspar de Marquina (vasco) y Juan Alonso, e hirieron a diecisiete. Y los que más daño nos hicieron fueron los trescientos indios que querían venir de paz. Y a medianoche sonó la trompeta de Alconchel (curioso que cite el nombre del ‘corneta’). Y en oyéndola, nos animamos de tal manera que pegamos contra los indios, y ellos, que debieron de oír también, apagaron los fuegos y caminaron hacia el Cuzco. Luego vino Almagro con veinte de a caballo. Y al otro día vino el Gobernador con la demás gente y caminamos con los heridos. Al medio de la cuesta, salió Chilche, el que al presente es cacique de Yula, con tres indios cañaris, y le dijo al Gobernador: ‘Yo vengo a servir y no negaré a los cristianos hasta que muera’. Y así lo ha hecho hasta hoy (confirmación de la excepcional fidelidad de los cañaris)”.
    Un pequeño comentario sobre los nombres de españoles que cita el cronista: Juan Pizarro de Orellana iba como capitán, era de Trujillo y pariente de los Pizarro. En 1535, sensatamente, ya estaba de vuelta en España, y días atrás pudimos contemplar el gran palacio que se preparó en Trujillo. También de Orgóñez hemos visto algo, pero él mismo nos mostrará su gran relieve en el importante papel que va a jugar más adelante. Hernando de Toro, otro trujillano, había llegado a las Indias, siendo muy joven, como escudero de Hernando Pizarro. De los otros dos fallecidos, lo más destacable fue su intervención en la captura de Atahualpa y el gran botín que les tocó en suerte, pero voy a resumir un documento sobre Gaspar de Marquina que acabo de  encontrar en la página PARES de Internet, que es una mina oficial e inagotable de expedientes históricos auténticos.


     (Imagen) Una más de aquellas tristes y gloriosas historias. Entre los cinco hombres de Soto a los que mataron los indios en 1533, estaba el guipuzcoano GASPAR DE MARQUINA (era de Mendaro). Poco antes le había enviado una carta a su padre, Martín de Gárate, presumiendo de la hazaña de haber apresado con Francisco Pizarro a Atahualpa siendo solo 160 españoles, y diciéndole que ya era rico y que le iba a mandar oro. Precisamente, porque era rico tenía caballo. Cinco años después, la reina Isabel, esposa de Carlos V, envía desde Valladolid al valle de Zuya (Guipúzcoa) la cédula que vemos en la imagen, ordenando que se investigue por los medios oficiales (pregones, consultas con la parroquia…) si se sabe de la existencia de herederos de Gaspar de Marquina, que vivía en la “provincia de Perú, que está en nuestras Indias” y allá murió sin testamento,  y que remitan el informe certificado al Consejo de Indias. Todo ello, por petición de MARI ORTIZ DE ZÁRATE, quien aseguraba que, por ser la única heredera de Gaspar, “los bienes que de él quedaron le pertenecen a ella”. Pero también quedó un leve rastro de su memoria y nos sirve para recordarlo quinientos años después.


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