(168) Esa circunstancia nos va a permitir ver lo importante que fue
siempre para los españoles la ayuda de los indios cañaris. Odiaban a los
atacantes debido al terrible daño que les habían hecho por orden del vengativo
Atahualpa cuando luchaba contra su hermano Huáscar: “Los cañaris, confederados
de los cristianos, habían sabido de estos movimientos de los indios. Quito
tiene una fortaleza que mandaron hacer
los reyes incas, fuera de la cual estaban rondas y centinelas cañaris que
pudieron oír el estruendo de los indios que venían de guerra y dieron aviso a
Belalcázar, el cual mandó que los de a caballo y los peones saliesen a la plaza
para resistir a los enemigos. Los cuales supieron por el tumulto que oían que
los habían sentido, y abriendo las bocas daban grandes voces con muchas
amenazas, como lo tienen siempre de costumbre. Los cañaris, confiados en la
ayuda de los españoles, fueron a darles batalla, viéndose en la noche por la
lumbre que daban muchas casas de la ciudad que los guerreros del bando de
Ruminhaui habían quemado. Duró la pelea entre unos indios y otros hasta que,
queriendo venir el día, se retrajeron los que habían venido contra la ciudad.
Salieron los de a caballo tras ellos, alcanzándolos, y mataron e hirieron a tantos de ellos, que
fueron escarmentados y tuvieron por bien no volver más”.
Entretanto,
Rumiñahui huía de Ruy Díaz y sus hombres, por lo que estos aprovecharon la
salida para conseguir un botín: “Tomaron ropa fina y otras preseas ricas,
algunos vasos y vajillas de oro y plata, y muchas mujeres muy hermosas con que
se volvieron a dar cuenta al capitán”. Añade algo muy duro sobre Belalcázar.
Partió, antes de que volviera Ruy Díaz, hacia Cayambe porque algunos indios le
aseguraron que allí encontraría gran parte del tesoro. Fue poco lo que halló,
pero, de camino, hizo una barbaridad: “Llegados a un pueblo que se dice
Quioche, dicen que, hallando muchas mujeres y muchachos solos porque los
hombres andaban con los capitanes indios, mandó que los matasen a todos, sin
tener culpa ninguna. ¡Crueldad grande!”. Belalcázar no siguió adelante porque
le pasaron aviso de que Almagro había llegado a Quito; así que dio la vuelta.
Sin duda la llegada de Almagro a Quito le alarmó a Belalcázar, que no
quería moscones alrededor. De manera que el escenario se nos va a complicar
extraordinariamente con el trío Belalcázar, Almagro, Alvarado, en un revoltijo
de confusiones y sospechas. Primero explica Cieza por qué se había presentado
allí Almagro: “El capitán Quizquiz, con muchos indios de las comarcas, se
revolvió sobre la ciudad del Cuzco. Mandó Almagro preparar cincuenta de a
caballo y peones, y salió con Soto a darles batalla a los indios; les
alcanzaron y mataron e hirieron muchos de ellos. Quizquiz había apresado a más
de sesenta anaconas (indios de servicio)
de los españoles. Almagro peleó contra sus indios, los cuales le hirieron a él
y a su caballo, pero el Quizquiz, no pudiendo prevalecer contra los españoles,
después de haber muerto los anaconas e las indias que tenía, se fue con los
indios guamaraconas que le acompañaban camino de Quito sin haber podido
conseguir ninguna cosa en las que pensó. Alababan que fue capitán de mucho
ánimo y muy sabio. Matáronlo los mismos guamaraconas que con él iban cerca de
Quito, en el pueblo de Tracambe”.
(Imagen) Cieza nos muestra a Belalcázar matando a mujeres y niños. Y
exclama: “¡Crueldad grande!”. Aunque era un hombre duro, no se comportaba así
habitualmente. En la historia de las Indias hay de todo, incluso una galería de
monstruos que, paradójicamente, tuvieron cualidades admirables. Se lleva la
palma Lope de Aguirre. También fueron
implacables Nuño Beltrán de Guzmán en México y Pedrarias Dávila en
Panamá. Y hubo otros, menos conocidos pero tanto o más crueles. Pronto veremos
en acción a Francisco de Carvajal, que se ganó a pulso el apodo de Demonio de
los Andes. Fue sobresaliente en lo bueno y en lo malo: cruel y sarcástico, pero
también inteligente, heroico y hasta con sentido del honor. Nació hacia 1468 en
Arévalo (Ávila). Estuvo en México y de allí pasó a Perú en 1536, enviado para
luchar contra Manco Inca. Pero, muerto Pizarro, estuvo del lado de su hermano
Gonzalo contra Almagro. Esa participación en las guerras civiles lo convirtió
en una leyenda de bravura y de crueldad, y además, no solo contra los indios,
sino especialmente contra los españoles del bando contrario. Siempre leal a
Gonzalo Pizarro, fue ejecutado junto a él (exhibiendo un irónico estoicismo) al
perder la batalla de Jaquijaguana (es asombroso que tuviera más de 80 años). El
cronista Zárate anotó: “Fue muy cruel; mató mucha gente por causas muy
livianas, y algunos sin ninguna culpa, y lo hacía sin tener de ellos ninguna
piedad, antes diciéndoles donaires y cosas de burla”. Y Francisco de Xerez
añade: “Tenía fama de mala y
cruel condición, que por cualquier sospecha mataba a quien le parecía que no le
estaba muy sujeto”.
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