sábado, 30 de diciembre de 2017

(Día 578) Los cañaris, confiados en el apoyo español, luchan contra los hombres de Rumiñahui. Nota negra en el historial de Belalcázar: da muerte a mujeres y niños de enemigos huidos. Luego vuelve a Quito al saber que había llegado allí Almagro en su persecución de Quizquiz, al que matan sus propios aliados.

     (168) Esa circunstancia nos va a permitir ver lo importante que fue siempre para los españoles la ayuda de los indios cañaris. Odiaban a los atacantes debido al terrible daño que les habían hecho por orden del vengativo Atahualpa cuando luchaba contra su hermano Huáscar: “Los cañaris, confederados de los cristianos, habían sabido de estos movimientos de los indios. Quito tiene  una fortaleza que mandaron hacer los reyes incas, fuera de la cual estaban rondas y centinelas cañaris que pudieron oír el estruendo de los indios que venían de guerra y dieron aviso a Belalcázar, el cual mandó que los de a caballo y los peones saliesen a la plaza para resistir a los enemigos. Los cuales supieron por el tumulto que oían que los habían sentido, y abriendo las bocas daban grandes voces con muchas amenazas, como lo tienen siempre de costumbre. Los cañaris, confiados en la ayuda de los españoles, fueron a darles batalla, viéndose en la noche por la lumbre que daban muchas casas de la ciudad que los guerreros del bando de Ruminhaui habían quemado. Duró la pelea entre unos indios y otros hasta que, queriendo venir el día, se retrajeron los que habían venido contra la ciudad. Salieron los de a caballo tras ellos, alcanzándolos,  y mataron e hirieron a tantos de ellos, que fueron escarmentados y tuvieron por bien no volver más”.
     Entretanto, Rumiñahui huía de Ruy Díaz y sus hombres, por lo que estos aprovecharon la salida para conseguir un botín: “Tomaron ropa fina y otras preseas ricas, algunos vasos y vajillas de oro y plata, y muchas mujeres muy hermosas con que se volvieron a dar cuenta al capitán”. Añade algo muy duro sobre Belalcázar. Partió, antes de que volviera Ruy Díaz, hacia Cayambe porque algunos indios le aseguraron que allí encontraría gran parte del tesoro. Fue poco lo que halló, pero, de camino, hizo una barbaridad: “Llegados a un pueblo que se dice Quioche, dicen que, hallando muchas mujeres y muchachos solos porque los hombres andaban con los capitanes indios, mandó que los matasen a todos, sin tener culpa ninguna. ¡Crueldad grande!”. Belalcázar no siguió adelante porque le pasaron aviso de que Almagro había llegado a Quito; así que dio la vuelta.
     Sin duda la llegada de Almagro a Quito le alarmó a Belalcázar, que no quería moscones alrededor. De manera que el escenario se nos va a complicar extraordinariamente con el trío Belalcázar, Almagro, Alvarado, en un revoltijo de confusiones y sospechas. Primero explica Cieza por qué se había presentado allí Almagro: “El capitán Quizquiz, con muchos indios de las comarcas, se revolvió sobre la ciudad del Cuzco. Mandó Almagro preparar cincuenta de a caballo y peones, y salió con Soto a darles batalla a los indios; les alcanzaron y mataron e hirieron muchos de ellos. Quizquiz había apresado a más de sesenta anaconas (indios de servicio) de los españoles. Almagro peleó contra sus indios, los cuales le hirieron a él y a su caballo, pero el Quizquiz, no pudiendo prevalecer contra los españoles, después de haber muerto los anaconas e las indias que tenía, se fue con los indios guamaraconas que le acompañaban camino de Quito sin haber podido conseguir ninguna cosa en las que pensó. Alababan que fue capitán de mucho ánimo y muy sabio. Matáronlo los mismos guamaraconas que con él iban cerca de Quito, en el pueblo de Tracambe”.


    (Imagen) Cieza nos muestra a Belalcázar matando a mujeres y niños. Y exclama: “¡Crueldad grande!”. Aunque era un hombre duro, no se comportaba así habitualmente. En la historia de las Indias hay de todo, incluso una galería de monstruos que, paradójicamente, tuvieron cualidades admirables. Se lleva la palma Lope de Aguirre. También fueron  implacables Nuño Beltrán de Guzmán en México y Pedrarias Dávila en Panamá. Y hubo otros, menos conocidos pero tanto o más crueles. Pronto veremos en acción a Francisco de Carvajal, que se ganó a pulso el apodo de Demonio de los Andes. Fue sobresaliente en lo bueno y en lo malo: cruel y sarcástico, pero también inteligente, heroico y hasta con sentido del honor. Nació hacia 1468 en Arévalo (Ávila). Estuvo en México y de allí pasó a Perú en 1536, enviado para luchar contra Manco Inca. Pero, muerto Pizarro, estuvo del lado de su hermano Gonzalo contra Almagro. Esa participación en las guerras civiles lo convirtió en una leyenda de bravura y de crueldad, y además, no solo contra los indios, sino especialmente contra los españoles del bando contrario. Siempre leal a Gonzalo Pizarro, fue ejecutado junto a él (exhibiendo un irónico estoicismo) al perder la batalla de Jaquijaguana (es asombroso que tuviera más de 80 años). El cronista Zárate anotó: “Fue muy cruel; mató mucha gente por causas muy livianas, y algunos sin ninguna culpa, y lo hacía sin tener de ellos ninguna piedad, antes diciéndoles donaires y cosas de burla”. Y Francisco de Xerez añade: “Tenía fama de mala y cruel condición, que por cualquier sospecha mataba a quien le parecía que no le estaba muy sujeto”.


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