jueves, 30 de noviembre de 2017

(Día 552) Tradicional falta de objetividad al juzgar la campaña de Perú. Neruda es un ejemplo. Los que volvieron a España traían un gran botín que quedaba ya libre de la enorme inflación de Perú. Más de uno fue víctima de la envidia, como se lamentaba de sí mismo Francisco de Xerez.

     (142) El círculo de los siete meses de Atahualpa preso en Cajamarca se cerró con su ejecución. El momento en que fue capturado por los españoles había sido precedido de un ataque fulminante, y a través de los tiempos se han cargado las tintas contra la imagen de España. Se diría que muchos intelectuales y  literatos tienen una clara tendencia a radicalizarse hacia la izquierda populista. Grandes poetas han publicado grandes tonterías (como las que versificaron Alberti y Machado sobre Stalin y Líster). Un ejemplo claro es el vomitivo poema que escribió el gran Neruda sobre el momento en que Atahualpa fue apresado (también le dedicó otra babosada al ‘padrecito’ Stalin). El Inca aparece como un delicado querubín, y los españoles como la encarnación de Satán. Valga como muestra el final del ‘panfleto’: “Atahualpa lo deja caer sonriendo (el breviario que le había dado fray Vicente de Valverde). ‘Muerte, venganza, matad, que os absuelvo’, grita el chacal de la cruz asesina.   Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura, hace amarrar los delicados brazos del Inca. La noche ha descendido sobre el Perú como una brasa negra”. Lástima que la bella metáfora (que esa sí nos muestra una verdadera tragedia) sea el remate de una farsa tan brutal.
     Sigamos con la historia. Después de la muerte de Atahualpa y el reparto del botín,  muchos continuaron incorporados a la campaña, motivados por la ambición de más riqueza y más gloria, aunque quizá también por creer que regresar a España sería caer en la rutina. A los que volvieron, tuvo que llenarles de emoción el reencuentro de personas y lugares, saboreando, además, la exhibición de su riqueza y de su prestigio como heroicos conquistadores. Quizá entonces, o poco antes, naciera la palabra ‘indiano’.  Xerez  cuantifica el oro y la plata que venían en las cuatro naves y dice que su valor era equivalente a unos dos mil ochocientos kilos de oro; hay que tener en cuenta que, ya en España, suponía una fortuna extraordinaria porque sus dueños se habían librado de la inflación galopante que había en las Indias. También anota el detalle de que el tesoro se llevó íntegramente a la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla para el preceptivo registro.     
     Salvo en algunos casos, todos estos veteranos siguieron después su camino de forma anónima, y en sus vidas continuaría habiendo felicidad y desgracia. Xerez había venido a España antes de lo que pensaba, debido a que resultó cojo en una batalla (ya lo mencioné). Pero le ocurrió lo que a otros: en un momento determinado le pudo la nostalgia y partió de nuevo para La Indias, donde acabaron sus días mientras ejercía como funcionario del rey. El último párrafo de su crónica nos hace sentir que nunca está uno libre de posibles contratiempos. Llegó glorioso a Sevilla, pero inmediatamente tuvo problemas con algunos envidiosos, de los que un anónimo autor (que parece ser él) le defendió enviando un poema al rey: “Y porque en esta ciudad de Sevilla, algunos con envidia o malicia y otros con ignorancia de la verdad, han maltratado su honra (la de Xerez), en su ausencia, un hidalgo, doliéndose de afrenta tan falsa contra hombre que tan honradamente y tan lejos de su natural ha vivido, hizo en su defensa (ante el rey) unos versos”. En cualquier caso, estuviera o no justificada la maledicencia, es evidente que, de no ser un hombre cabal, Pizarro no lo habría tenido a su lado tanto tiempo como su fiel secretario.


     (Imagen) De vez en cuando se me aparece el ectoplasma de Sancho Ortiz de Matienzo (soy su vecino porque vivo donde él nació), y me echa la bronca porque ya no cuento cosas suyas. Esta es una buena ocasión puesto que esos sesenta españoles que llegaron desde el Perú tuvieron que pasar por la Casa de la Contratación de Indias de Sevilla para dejar constancia del botín que traían. La pena es que Sancho, que había sido largo tiempo su Tesorero, llevaba 12 años muerto. Fue enterrado en la catedral de Sevilla, y más tarde su hijo, Luis (Sancho, canónigo pero pecador), lo trasladó al convento de Villasana de Mena (Burgos). Curiosamente, hace una semana, confiando en documentos de la época, se ha excavado en la capilla monacal y han aparecido varias tumbas con restos bien conservados, parte de los cuales serán suyos. En Sevilla localicé una calle que le fue dedicada. Una calle humilde, pero en el sitio ideal: cerca de la Torre del Oro y al lado de la olvidada Torre de la Plata y de la que fue Real Casa de la Moneda, donde Sancho comprobaba la ley de lo que se acuñaba. Solo tiene un fallo: él no se conforma con que la llamen calle Matienzo; lo que exige (yo lo conozco bien) es que la placa indique DOCTOR MATIENZO. ¡Ah!, y otra cosa: si van a Sevilla, no dejen  vuesas mercedes de visitar los extraordinarios Alcázares, y ya dentro, vean cómo eran (y son)  las maravillosas dependencias de la Casa de la Contratación, donde hay un precioso cuadro de la Virgen de los Mareantes (navegantes) pintado por Alejo Fernández, que también retrató a Sancho (pero no en ese cuadro, como algunos afirman).


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