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El círculo de los siete meses de Atahualpa preso en Cajamarca se cerró con su
ejecución. El momento en que fue capturado por los españoles había sido
precedido de un ataque fulminante, y a través de los tiempos se han cargado las
tintas contra la imagen de España. Se diría que muchos intelectuales y literatos tienen una clara tendencia a
radicalizarse hacia la izquierda populista. Grandes poetas han publicado
grandes tonterías (como las que versificaron Alberti y Machado sobre Stalin y
Líster). Un ejemplo claro es el vomitivo poema que escribió el gran Neruda
sobre el momento en que Atahualpa fue apresado (también le dedicó otra babosada
al ‘padrecito’ Stalin). El Inca aparece como un delicado querubín, y los
españoles como la encarnación de Satán. Valga como muestra el final del
‘panfleto’: “Atahualpa lo deja caer sonriendo (el breviario que le había dado fray Vicente de Valverde). ‘Muerte, venganza, matad, que os absuelvo’,
grita el chacal de la cruz asesina. Pizarro,
el cerdo cruel de Extremadura, hace amarrar los delicados brazos del Inca. La
noche ha descendido sobre el Perú como una brasa negra”. Lástima que la
bella metáfora (que esa sí nos muestra una verdadera tragedia) sea el remate de
una farsa tan brutal.
Sigamos con la historia. Después de la muerte de Atahualpa y el reparto
del botín, muchos continuaron
incorporados a la campaña, motivados por la ambición de más riqueza y más
gloria, aunque quizá también por creer que regresar a España sería caer en la
rutina. A los que volvieron, tuvo que llenarles de emoción el reencuentro de
personas y lugares, saboreando, además, la exhibición de su riqueza y de su
prestigio como heroicos conquistadores. Quizá entonces, o poco antes, naciera
la palabra ‘indiano’. Xerez cuantifica el oro y la plata que venían en
las cuatro naves y dice que su valor era equivalente a unos dos mil ochocientos
kilos de oro; hay que tener en cuenta que, ya en España, suponía una fortuna
extraordinaria porque sus dueños se habían librado de la inflación galopante
que había en las Indias. También anota el detalle de que el tesoro se llevó
íntegramente a la Casa de la Contratación de las Indias de Sevilla para el
preceptivo registro.
Salvo
en algunos casos, todos estos veteranos siguieron después su camino de forma
anónima, y en sus vidas continuaría habiendo felicidad y desgracia. Xerez había
venido a España antes de lo que pensaba, debido a que resultó cojo en una
batalla (ya lo mencioné). Pero le ocurrió lo que a otros: en un momento
determinado le pudo la nostalgia y partió de nuevo para La Indias, donde
acabaron sus días mientras ejercía como funcionario del rey. El último párrafo de
su crónica nos hace sentir que nunca está uno libre de posibles contratiempos.
Llegó glorioso a Sevilla, pero inmediatamente tuvo problemas con algunos
envidiosos, de los que un anónimo autor (que parece ser él) le defendió
enviando un poema al rey: “Y porque en esta ciudad de Sevilla, algunos con
envidia o malicia y otros con ignorancia de la verdad, han maltratado su honra
(la de Xerez), en su ausencia, un
hidalgo, doliéndose de afrenta tan falsa contra hombre que tan honradamente y
tan lejos de su natural ha vivido, hizo en su defensa (ante el rey) unos versos”. En cualquier caso, estuviera o no
justificada la maledicencia, es evidente que, de no ser un hombre cabal,
Pizarro no lo habría tenido a su lado tanto tiempo como su fiel secretario.
(Imagen) De vez en cuando se me aparece el ectoplasma de Sancho Ortiz de
Matienzo (soy su vecino porque vivo donde él nació), y me echa la bronca porque
ya no cuento cosas suyas. Esta es una buena ocasión puesto que esos sesenta
españoles que llegaron desde el Perú tuvieron que pasar por la Casa de la
Contratación de Indias de Sevilla para dejar constancia del botín que traían.
La pena es que Sancho, que había sido largo tiempo su Tesorero, llevaba 12 años
muerto. Fue enterrado en la catedral de Sevilla, y más tarde su hijo, Luis
(Sancho, canónigo pero pecador), lo trasladó al convento de Villasana de Mena
(Burgos). Curiosamente, hace una semana, confiando en documentos de la época,
se ha excavado en la capilla monacal y han aparecido varias tumbas con restos
bien conservados, parte de los cuales serán suyos. En Sevilla localicé una
calle que le fue dedicada. Una calle humilde, pero en el sitio ideal: cerca de
la Torre del Oro y al lado de la olvidada Torre de la Plata y de la que fue Real
Casa de la Moneda, donde Sancho comprobaba la ley de lo que se acuñaba. Solo
tiene un fallo: él no se conforma con que la llamen calle Matienzo; lo que
exige (yo lo conozco bien) es que la placa indique DOCTOR MATIENZO. ¡Ah!, y
otra cosa: si van a Sevilla, no dejen vuesas mercedes de visitar los extraordinarios
Alcázares, y ya dentro, vean cómo eran (y son)
las maravillosas dependencias de la Casa de la Contratación, donde hay
un precioso cuadro de la Virgen de los Mareantes (navegantes) pintado por Alejo
Fernández, que también retrató a Sancho (pero no en ese cuadro, como algunos
afirman).
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