jueves, 23 de noviembre de 2017

(Día 546) El proceso contra Atahualpa fue tendencioso. Su condena a muerte, quizá justa, provocó un conflicto social, en el reducido grupo de españoles, entre partidarios y contrarios, pero los que no estaban de acuerdo terminaron por aceptar aquella fatalidad.

     (136) Creo que merecerá la pena detenernos un poco más en el proceso que se le hizo a Atahualpa. Voy a utilizar lo que cuenta El Inca Garcilaso de la Vega sirviéndose del texto de La historia de las Indias y conquista de México, una obra publicada por el clérigo Francisco López de Gómara el año 1552.
     Vamos allá. “El proceso contra Atahualpa fue solemne y muy largo, aunque Gómara lo resume: Nombrose al Gobernador (Pizarro) por juez de la causa; tomó por acompañado a su compañero don Diego de Almagro. El escribano fue Sancho de Cuéllar; hubo fiscal acusador y hubo defensor”. Los testigos tenían que contestar a doce preguntas, algunas protocolarias y otras muy tendenciosas, con la clara intención de cargarle de culpas al acusado aunque estuvieran fuera de lugar. Solamente una tenía verdadero sentido. Las principales fueron de este tono: Si Huáscar Inca era hijo legítimo y heredero del reino; si Atahualpa era bastardo, no hijo del Rey, sino de algún indio de Quito (la pregunta apesta); si Atahualpa heredó el imperio por testamento de su padre o por tiranía; si Huáscar fue declarado heredero por testamento de su padre; si Huáscar murió de enfermedad o lo mataron por orden de Atahualpa, y si fue antes o después de la venida de los españoles; si Atahualpa era idólatra y si forzaba a sus vasallos a que sacrificasen hombres y niños; si Atahualpa había hecho guerras injustas y matado en ellas a mucha gente; si tenía muchas concubinas;  si Atahualpa, después de la venida de los españoles, había dado a gente de toda suerte dádivas de la Hacienda Real  (como robado al rey de España). La única pregunta procedente la pusieron al final, sin darse cuenta de que con ello reconocían que todo lo anterior (salvo la ejecución de Huáscar) era pura chatarra. Así la recoge Garcilaso: “La duodécima, si sabían que el Rey Atahualpa, después de preso, había tratado con sus capitanes de rebelarse y matar a los españoles, para lo cual había mandado juntar mucha gente de guerra”. Los testigos fueron todos indios, siete de ellos, criados de los españoles. Y Felipillo tuvo buena ocasión de manipular las declaraciones porque hizo de intérprete. Comenta Garcilaso: “Declararon lo que Felipillo quiso decir, como dice Gómara”. Un astuto testigo y capitán de los indios evitó el filtro de Felipillo contestando sí o no solamente por gestos.
     Continúa Garcilaso (el ser pariente cercano del rey inca tuvo que afectarle): “Mas, con todo eso, determinaron condenar a muerte a un rey tan grande como Atahualpa. Sabido por los españoles, muchos de ellos, que eran de ánimo generoso y piadoso, se alborotaron, diciendo que no era justo matar a un rey que había sido tan cortés con ellos, y que, si alguna culpa le hallaban, lo enviasen a España adonde el Emperador”. Incluso llegaron a apelar la sentencia y nombraron a Juan de Herrada protector de Atahualpa. La condena produjo mucha crispación dentro de aquella pequeña comunidad española. Los que la consideraban necesaria acusaban a los otros: “Decían que eran traidores a la Corona Real de Castilla y al Emperador, pues impedían el aumento de sus reinos, pues con la muerte de aquel tirano se aseguraba aquel imperio y la vida de todos ellos, y dijeron que darían cuenta a Su Majestad de las alteraciones que causaban. Se había encendido tanto el fuego que se habrían enfrentado y matado de no haber entrado de por medio otros menos apasionados, y tranquilizado a los del bando de Atahualpa, quienes, entre amenazas y buenas razones, se aplacaron y consintieron en su muerte, y los contrarios la ejecutaron”.


     (Imagen) Otro personaje de gran calibre fue el cronista FRANCISCO LÓPEZ DE GÓMARA. No pisó América, pero, sirviéndose de testigos, publicó en 1552 una "Historia General de las Indias”, cuya parte final la dedicó a México. Nació en la pequeña localidad soriana de Gómara en 1511, donde también falleció hacia 1562. Fue clérigo, humanista e historiador. Estudió en Alcalá de Henares y vivió en Roma. En el año 1541 se unió como religioso a las tropas españolas que partieron hacia Argel para luchar contra los turcos y coincidió con Hernán Cortés, quien lo hizo su secretario y capellán, comenzando una amistad que duraría para siempre. En su extensa y bien escrita obra estuvo a la altura de otros dos cronistas que abarcaron todos los acontecimientos del tema de Indias: los geniales Gonzalo Fernández de Oviedo y Bartolomé de las Casas (tan hiperactivo y justiciero como, a veces, exagerado). La parte final de su historia la dedicó a la conquista de México, y solo tiene un defecto: tiende a mostrar a Cortés más perfecto de lo que era. Pero fue una suerte, porque el entrañable Bernal Díaz del Castillo, que vivió todas las amarguras y la gloria de aquella impresionante campaña, ‘se cabreó’, y para resaltar el mérito de los ‘soldados rasos’, redactó, con un estilo muy llano (que también se le agradece), su  HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, un maravilloso tocho de unas 800 páginas, gracias al cual, sin duda, estará hoy a la diestra del Señor.


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