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‘Money, Money, Money…’. La noticia de los chorros de oro que iban cayendo
enardecieron hasta a los funcionarios del rey. Cieza, como de costumbre, hace
su reflexión moral (¿quién dijo que todos los españoles fueron crueles?):
“Habían quedado en Tangarará los oficiales del rey, que son los que cobran sus
quintos y guardan todo lo que a su real persona pertenece, los cuales, como
supieron de Atahualpa y de cómo había prometido tan gran tesoro por su rescate,
subieron a la sierra a juntarse con el gobernador. Que no debieran, porque es
público entre los españoles de acá que, todo el tiempo que estuvieron solos los
ciento sesenta, hubo gran conformidad y amor entre todos, y cuando llegaron los
oficiales y la gente de Almagro, tuvieron sus puntos unos con otros y sus
envidias, lo que nunca entre ellos cesó. Almagro deseaba también verse con su
compañero y fue camino de Cajamarca, siendo muy bien proveído por los pueblos
donde pasaba, porque, con la prisión de Atahualpa, todo estaba seguro. Pizarro
y los españoles que estaban con él salieron a recibirlo mostrando grande
contento en verse los unos con los otros. Supo Atahualpa que Almagro, el
capitán que venía, era igual a Pizarro en el mando y deseaba verle para ganarle la gracia”.
Cieza imagina que la larga estancia de los españoles en Cajamarca tuvo
que ser un desastre para aquella zona: “Nosotros hacemos estragos en estas
tierras andando en conquista o en guerra; en algunas partes veíamos los campos
poblados de muchas sementeras, casas y frutales, y en verdad que, en menos
tiempo de un mes, parecía que toda la pestilencia del mundo había dado en ello;
cuánto más sería donde estuvieron más de siete meses”. También da por hecho que
entonces la relación de Almagro y Pizarro era buena: “Dicen algunos que aunque
Almagro y Pizarro se hablaron bien, tenían el uno sospecha del otro y algún
rencor secreto de enemistad, manada de la ambición que causó verse ya en tan
gran tierra y con esperanza de poseer tantos tesoros. Por ventura, sería lo
contrario de esto”.
Pero
que había mar de fondo para futuras tormentas, y principalmente por la inquina
de los hermanos Pizarro (en especial el prepotente Hernando) contra Almagro, lo
deja claro Cieza: “Cuando Hernando Pizarro llegó a Cajamarca, sabía que estaba
el mariscal don Diego de Almagro, con quien estuvo indignado por lo que pensó
de lo que se dijo de él antes de que saliera para lo de Pachacama (que pensaba conquistar por su cuenta).
Dicen que también le pesó cuando supo que su hermano y él estaban en
tanta conformidad y que los indios creían que Almagro era igual en tan grande
autoridad. Pizarro, cuando supo que estaba cerca de Cajamarca, salió con muchos
españoles a le recibir juntamente con
Almagro, y cuando llegaron unos juntos de otros, se hablaron; aunque Hernando
vio a Almagro y lo conoció y le había hablado, no haciendo caso de él, pasó de
largo. Pizarro le dijo que hablase al mariscal, pero no atendió a lo que el gobernador le decía; de lo que Almagro
mostró sentimiento, viendo cuán a la clara se mostraba el aborrecimiento que
los Pizarros le tenían”.
(Imagen)
Todo linaje ilustre lo fundaba un gran hombre, y lo heredaban sus descendientes
legítimos. El único legítimo de los Pizarro era Hernando, pero siempre acató la
autoridad que Francisco Pizarro se ganó en la terrible odisea de Perú, dando
con ello inicio a un linaje superior al de su hermano. Sin embargo, Hernando
pudo sentirse de una clase especial desde la misma infancia, a lo que hay que
añadir el orgullo que acumuló, desde muy joven, en los campos de batalla al
servicio del emperador Carlos V, especialmente en la guerra de Navarra que
acabó estableciendo el mapa definitivo de lo que hoy es España. La imagen nos
muestra el documento por el que el rey lo nombró capitán cuando apenas tenía 19
años. En el texto (octubre de 1521), Carlos V dice que Hernando fue nombrado
capitán en el cerco de Pamplona por el Virrey de Navarra durante la guerra
contra los franceses, para sustituir al traidor Juan Ricorte, y que ahora le
concede a perpetuidad el título, teniendo en cuenta también los grandes méritos
de su padre, Gonzalo Pizarro. Como para no estar orgulloso. Si a eso añadimos
que de por sí era un hombre soberbio y ambicioso, es fácil entender que no
‘tragase’ a Almagro ni soportase que, por contrato con Francisco Pizarro,
tuviese los mayores derechos en los beneficios y honores de la campaña de Perú.
La descortesía con que recibió a Almagro cuando se vieron en Cajamarca fue como
un presagio de los terribles conflictos que llegaron después.
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