(138) Cieza continúa mostrándonos el pesar que la muerte de Atahualpa
produjo en todo el imperio (aunque sus adversarios se alegraron), pero vamos a
revisar fugazmente lo que dicen otros cronistas sobre este dramático
acontecimiento.
El
bueno de Juan Ruiz de Arce es muy escueto, pero opina también que la muerte del
emperador inca fue injusta, y hace una interpretación del motivo de la salida
de Hernando de Soto que tiene sentido, pero que no la he visto en otros
cronistas. Empieza explicando el compromiso mutuo entre Atahualpa y los
españoles. Ruiz de Arce volvía con sus compañeros de un enfrentamiento con los
indios: “Fuimos a darle al Gobernador (que
estaba con Atahualpa) la enhorabuena por nuestra victoria. Entramos adonde Atahualpa
(totalmente armados) y tuvo muy gran
temor, pues pensó que le íbamos a matar. Y estando con aquel miedo, llamó a la
lengua y díjole: ‘Dile a los cristianos que no me maten y darles he esta casa
en que estamos llena de oro’. Y a aquello que dijo se le respondió que, no
solamente le daríamos la vida, sino que, si hiciese lo que decía, le dejaríamos
ir a su tierra en paz. El dijo: ‘Pues si eso hacéis, yo daré un palmo más
arriba de lo que dije’, porque había dicho que daría la casa llena hasta una
raya marcada a un estado del suelo (un
metro setenta, aproximadamente). Y Atahualpa lo cumplió, muy como señor,
pero no se hizo con él como era de razón. La causa fue porque unos oficiales
del Rey aconsejaron al Gobernador que lo matase, porque luego estaría la tierra
en paz. Y para matarle, usó el Gobernador de una cautela con los
conquistadores: los envió a descubrir tierra y quedose con aquellos que
aconsejaron su muerte. Así, Atahualpa murió”. No deja en buen lugar a Pizarro
y, de ser verdad, explicaría por qué no esperó la vuelta de Soto confirmando o
negando que hubiera un ejército indio preparado para atacar. Parodiando a
Cieza, habrá que decir: “No digo ni que sí ni que no, sino solamente lo que
algunos contaron”.
Y
si no, veamos la versión de Pedro Pizarro, que es totalmente absolutoria para
su pariente: “Atahualpa había hecho entender a sus mujeres e indios que, si no
le quemaban el cuerpo, aunque le matasen había de volver con ellos, que su
padre el Sol le resucitaría. Pues sacándole a la plaza, el padre fray Vicente
de Valverde le predicó diciéndole que se tornase cristiano, y él dijo que si
tornándose cristiano le quemarían, a lo que le respondió que no, y así mostró
que quería ser cristiano; fray Vicente le bautizó y le dieron garrote. Al otro
día le enterraron en la iglesia que en Cajamarca teníamos los españoles.
“Esto se hizo antes de que Soto volviese a dar aviso de lo que le habían
mandado, y cuando vino trajo la noticia de no haber visto nada ni haber nada, y
al Marqués le pesó mucho de haberle muerto a Atahualpa (¿y por qué no esperó a que Soto volviera?), y al Soto mucho más,
porque decía que mejor habría sido enviarle a España y que él se habría obligado
a ponerle en el mar. Y ciertamente esto fuera lo mejor que con este indio se
podía hacer, pues que quedara en esta tierra no convenía; también se creyó que
no viviera muchos días (sin su poder),
porque él era indio muy regalado y muy señor”.
(Imagen) Creo que ningún otro
país europeo se habría tomado la ejecución de Atahualpa como un problema de
conciencia. Los cronistas sí lo hicieron, y muchos de los que acompañaban a
Pizarro también. Se diría que el imperio español, en su papel de riguroso
defensor del catolicismo, tenía un sentido de la culpabilidad exacerbado. Porque,
¿qué se podía haber hecho con Atahualpa? Era el ‘último emperador’, como el chino Pu Yi de la famosa película convertido en títere japonés y luego en simple ciudadano de a pie en la China
comunista. Se llegó a pensar en enviar a Atahualpa a la corte española, donde le habrían tratado con
dignidad. Pero, a diferencia del chino, que era ‘semidivino’, a él lo
consideraban los indios un emperador ‘divino’, y se supone que habría preferido la muerte.
Aun estando preso, tenía un poder absoluto sobre todo su imperio, con sus
temibles y enormes ejércitos. En las guerras incas las represalias con los
vencidos eran terroríficas, y a la menor oportunidad, Atahualpa habría barrido
a los españoles con saña, como lo hizo con su hermano Huáscar y toda su
familia. ¿Qué hacer con el último emperador de los incas? Dos años antes,
Nicolás Maquiavelo publicó ‘El Príncipe’: ahí está la respuesta.
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