(132) Al contar este acontecimiento, el cronista Pedro Pizarro añade
datos importantes con su peculiar perspectiva. Una vez más, carga gran parte de la culpa sobre Almagro y
‘comprende’ la actitud de Pizarro, aunque lo que cuenta es suficiente para ver
que la versión de Francisco de Xerez eliminó hechos esenciales: “Como se había
decidido por auto que a los que vinieron después de la prisión de Atahualpa no
les dieran nada del reparto del tesoro (en
realidad se dejó para ellos, como ya vimos, unos 500 kg de oro), se levantó
gran confusión en los oficiales del rey y los que habían venido con Almagro,
diciendo que de esa forma ellos nunca tendrían nada. Acordaron, pues, los
oficiales (Cieza dirá que el que más
insistió fue el tesorero Alonso de Riquelme) y Almagro que Atahualpa
muriese, porque, muerto Atahualpa, quedaba nulo el auto que se había hecho
acerca del tesoro”. Por si fuera poco, Pedro Pizarro afirma luego que trataron
de convencerle a Pizarro ocultando sus motivos y dándole otra razón (que, en
realidad, era poderosa): “Le dijeron al Marqués que no convenía que Atahualpa
viviese, porque, si se soltaba, Su Majestad perdería la tierra y todos los
españoles serían muertos, y ciertamente, si esto no fuera tratado con malicia,
tuvieran razón, porque era imposible, si se le soltaba, ganar la tierra. El
Marqués, no quiso hacer lo que le pedían”.
Esto plantea una cuestión clave. Resulta
contradictoria la concreta situación en que se encontraba Atahualpa (y caso
parecido era el de Moctezuma) con las eternas discusiones sobre por qué lo ejecutaron. Como dice Pedro
Pizarro, si se diera libertad a Atahualpa, arrasaría, casi con total seguridad,
a los españoles. No es realista exigir que se cumpliera la promesa de dejarlo
libre; una promesa que, sin duda, fue estrictamente utilitaria, falsa desde el
principio, con el único fin de que los enriqueciera. Es lógico suponer que
Pizarro no necesitaba que lo convencieran para ejecutarlo. Como líder nato, y
aun sabiendo que sus hombres lo iban a criticar, sería él quien, antes que
nadie, tuviera decidida su muerte. Es de suponer que a Moctezuma en México le
habría pasado lo mismo de no haber muerto accidentalmente, y de hecho, su
sucesor, Cuauhtémoc, también fue ejecutado por Cortés, curiosamente por
considerarlo sospechoso de rebelión, como le va a ocurrir ahora mismo a
Atahualpa. La similitud no puede ser mayor. Veámoslo.
Pedro Pizarro, incluso después de subrayar el
gran peligro de que Atahualpa siguiera vivo, intenta dejar impoluta la memoria
de Pizarro añadiendo como válidos otros motivos recogidos en versiones anteriores al año 1571, que es
cuando escribió su crónica: “Pues estando esto así, atravesose el demonio de un
intérprete que se decía Felipillo, uno de los muchachos que el Marqués había
llevado a España (para que aprendieran la
lengua), que andaba enamorado de una mujer de Atahualpa, y por haberla,
hizo entender al Marqués que Atahualpa hacía gran junta de gente para matar a
los españoles en Cajas. Pues sabido esto por el Marqués, prendió a Caracuchima,
que andaba suelto, y preguntándole por esta gente que decía la lengua que se
juntaba, aunque lo negaba y decía que no, el Felipillo lo traducía a la contra
y trastocaba las palabras que los indios decían a quien preguntaba sobre este
caso”.
(Imagen) En todas las expediciones de las Indias iban un tesorero, un
contador y un veedor para reservarle a la Corona un quinto de los botines, y lo
hacían con eficacia. Pero esos funcionarios podían enredar las cosas en
beneficio propio. No es totalmente seguro que el tesorero ALONSO DE RIQUELME
presionara mucho para que Atahualpa fuera ejecutado. Pero lo que sí muestra es
un perfil avaricioso. Nació en Jerez de la Frontera. Nombrado tesorero del Perú,
fletó cuarenta toneladas de mercancías en dos carabelas. Para financiar la
operación, recibió un préstamo de 225.000 maravedís que devolvió años después,
quedándole grandes beneficios. Ya vimos que Pizarro tuvo que salir tras él para
que no cumpliera su amenaza de ir a la Corte a denunciarle. Todo vino de un
conflicto al repartir el oro, por el que después se procesó al propio Riquelme,
acusado de utilizar fraudulentamente el cuño real, aunque fue rehabilitado y
continuó desempeñando el cargo. En 1535 fue designado regidor del cabildo de
Lima, cargo que compatibilizaba con el de tesorero. Total: pura avaricia. Pero a
esos funcionarios hay que reconocerles un mérito indiscutible: aunque no luchaban,
también vivían entre constantes peligros y sufrimientos.
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