(126) Añade Cieza: “Pizarro habló con su hermano afeándole el poco
comedimiento que había tenido con Almagro, certificándole que lo que se había
dicho era todo maldad y que por ello (Almagro)
había ahorcado a Rodrigo Pérez (su
secretario), y que quería que fuesen pronto a su posada a verle. Hernando
Pizarro hubo de cumplir la voluntad del gobernador, y fueron donde estaba
Almagro y se hablaron, pidiéndose el uno al otro perdón del descuido pasado, y
quedaron en lo público en conformidad”. Casi parece que Hernando estaba
deseando que Almagro fuera de verdad un traidor para acabar cualquier tipo de
relación con él. Pues bien: esto aclara asimismo un detalle importante. A pesar
del fuerte carácter de Hernando Pizarro y de tener su indudable ascendiente en
las relaciones familiares con sus hermanos (no se olvide que era el señor y
heredero de la casa de los Pizarro), así como un glorioso pasado militar en
España, no queda la menor duda de que Francisco Pizarro ejercía sin problemas
como gobernador y líder indiscutible en la campaña de Perú. Otra cosa sería la
labor de zapa que los Pizarro, especialmente Hernando, llegaran a hacer para
conseguir la ruina de Almagro. Esto tuvo también repercusión en la actitud de
Atahualpa, porque creía que lo iban a matar y que, contando con algún amigo en
uno de los bandos, podría salvarse. Dice el cronista Pedro Pizarro: “Como
Atahualpa era indio sabio, tomó gran amistad con Hernando Pizarro, que le había
prometido que no le dejaría matar, y así decía Atahualpa que no había visto
español que pareciese señor si no era Hernando Pizarro”. Y tan sabio que, como
nos contó Cieza, ya se había trabajado al del bando contrario, Almagro, en
cuanto supo de su llegada, “diciendo que era igual a Pizarro en el mando y que
deseaba verle, para ganarle la gracia”.
Llegó
el momento de concretar la forma de repartir el tesoro habido (y el por haber,
ya que seguía llegando oro). Dice Xerez: “Visto por el Gobernador que seis
navíos que estaban en el puerto de San Miguel no se podían sostener y que,
dilatando su partida, se pudrirían, decidió despacharlos y enviar con ellos
relación a su majestad de todo lo sucedido. Y juntamente con los oficiales de
su majestad, acordó que se hiciese fundición de todo el oro que Atahualpa había
hecho traer y de todo lo demás que llegase antes de que la fundición acabase,
para que, fundido y repartido, no se detenga más aquí el Gobernador y vaya a
hacer una población, como manda su majestad”.
Xerez es muy conciso y, a veces, se le escapan datos importantes.
Enseguida veremos que quien partiría con esos seis navíos para llegar ante el
rey era Hernando Pizarro. Con mucha frecuencia usa el pretérito y el presente
en su narración (así se observa en este último párrafo), probablemente porque
la iba escribiendo en el mismo escenario de los hechos. Esos cronistas
‘menores’ dieron información muy valiosa. Pero quedan muy por debajo de la
riqueza de datos y la extensión de lo que narra Cieza, quien, teniendo la
desventaja de no haber sido protagonista directo como ellos, supo manejar
magistralmente la enorme información que consiguió.
(Imagen)
Hubo mitos fantásticos en las Indias, como el de Eldorado, lugar que se suponía
con minas de oro inagotables, y hasta el de la fuente cuyas aguas daban la
eterna juventud. Lo malo es que se tomaron en serio pero nunca se encontraron,
y lo peor fue que tal empeño costó la vida de muchos hombres. Sin embargo en
México, y más aún en el Perú, los soñados tesoros de oro y plata sí se
hallaron. El valor de uno solo de los muchos conseguidos, el que Atahualpa les
dio como rescate de su libertad a los 170 españoles que lo tenían preso, equivaldría
hoy a unos 1.200 millones de euros. De la noche a la mañana, se hicieron todos
ricos, aunque solo aprovecharon todo su valor los que volvieron con lo ganado a
España, ya que en Perú tal cantidad de los preciosos metales los devaluó, y más
todavía por el alto precio de las escasas mercancías. Se llegaron a hacer
herraduras de plata por falta de hierro. La ignorancia también perjudicó los
aprovechamientos: los españoles tardaron mucho tiempo en apreciar las
esmeraldas. Y también la ignorancia provocó una catástrofe cultural por la
falta de comprensión de la riqueza artística y espiritual de los objetos que
encontraron. Todo se fundía; solo interesaba el vil metal, y el fuego destruyó
la delicada ‘alma’ de ingentes tesoros
creados con la más refinada orfebrería para reproducir bellas imágenes de los
dioses incas, como la de Viracocha, que lo creó todo, y la de Inti (el Sol),
que era la fuente de la vida.
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