sábado, 11 de noviembre de 2017

(Día 536) Pizarro obliga a su hermano Hernando a mantener el buen trato con Almagro. Atahualpa se siente en peligro y cultiva la amistad de Hernando Pizarro. Llega el momento de fundir el oro y la plata para establecer su reparto. Pizarro decide reparar los barcos y enviar noticias al rey de todo lo conseguido.

     (126) Añade Cieza: “Pizarro habló con su hermano afeándole el poco comedimiento que había tenido con Almagro, certificándole que lo que se había dicho era todo maldad y que por ello (Almagro) había ahorcado a Rodrigo Pérez (su secretario), y que quería que fuesen pronto a su posada a verle. Hernando Pizarro hubo de cumplir la voluntad del gobernador, y fueron donde estaba Almagro y se hablaron, pidiéndose el uno al otro perdón del descuido pasado, y quedaron en lo público en conformidad”. Casi parece que Hernando estaba deseando que Almagro fuera de verdad un traidor para acabar cualquier tipo de relación con él. Pues bien: esto aclara asimismo un detalle importante. A pesar del fuerte carácter de Hernando Pizarro y de tener su indudable ascendiente en las relaciones familiares con sus hermanos (no se olvide que era el señor y heredero de la casa de los Pizarro), así como un glorioso pasado militar en España, no queda la menor duda de que Francisco Pizarro ejercía sin problemas como gobernador y líder indiscutible en la campaña de Perú. Otra cosa sería la labor de zapa que los Pizarro, especialmente Hernando, llegaran a hacer para conseguir la ruina de Almagro. Esto tuvo también repercusión en la actitud de Atahualpa, porque creía que lo iban a matar y que, contando con algún amigo en uno de los bandos, podría salvarse. Dice el cronista Pedro Pizarro: “Como Atahualpa era indio sabio, tomó gran amistad con Hernando Pizarro, que le había prometido que no le dejaría matar, y así decía Atahualpa que no había visto español que pareciese señor si no era Hernando Pizarro”. Y tan sabio que, como nos contó Cieza, ya se había trabajado al del bando contrario, Almagro, en cuanto supo de su llegada, “diciendo que era igual a Pizarro en el mando y que deseaba verle, para  ganarle la gracia”.
      Llegó el momento de concretar la forma de repartir el tesoro habido (y el por haber, ya que seguía llegando oro). Dice Xerez: “Visto por el Gobernador que seis navíos que estaban en el puerto de San Miguel no se podían sostener y que, dilatando su partida, se pudrirían, decidió despacharlos y enviar con ellos relación a su majestad de todo lo sucedido. Y juntamente con los oficiales de su majestad, acordó que se hiciese fundición de todo el oro que Atahualpa había hecho traer y de todo lo demás que llegase antes de que la fundición acabase, para que, fundido y repartido, no se detenga más aquí el Gobernador y vaya a hacer una población, como manda su majestad”.  Xerez es muy conciso y, a veces, se le escapan datos importantes. Enseguida veremos que quien partiría con esos seis navíos para llegar ante el rey era Hernando Pizarro. Con mucha frecuencia usa el pretérito y el presente en su narración (así se observa en este último párrafo), probablemente porque la iba escribiendo en el mismo escenario de los hechos. Esos cronistas ‘menores’ dieron información muy valiosa. Pero quedan muy por debajo de la riqueza de datos y la extensión de lo que narra Cieza, quien, teniendo la desventaja de no haber sido protagonista directo como ellos, supo manejar magistralmente la enorme información que consiguió.


     (Imagen) Hubo mitos fantásticos en las Indias, como el de Eldorado, lugar que se suponía con minas de oro inagotables, y hasta el de la fuente cuyas aguas daban la eterna juventud. Lo malo es que se tomaron en serio pero nunca se encontraron, y lo peor fue que tal empeño costó la vida de muchos hombres. Sin embargo en México, y más aún en el Perú, los soñados tesoros de oro y plata sí se hallaron. El valor de uno solo de los muchos conseguidos, el que Atahualpa les dio como rescate de su libertad a los 170 españoles que lo tenían preso, equivaldría hoy a unos 1.200 millones de euros. De la noche a la mañana, se hicieron todos ricos, aunque solo aprovecharon todo su valor los que volvieron con lo ganado a España, ya que en Perú tal cantidad de los preciosos metales los devaluó, y más todavía por el alto precio de las escasas mercancías. Se llegaron a hacer herraduras de plata por falta de hierro. La ignorancia también perjudicó los aprovechamientos: los españoles tardaron mucho tiempo en apreciar las esmeraldas. Y también la ignorancia provocó una catástrofe cultural por la falta de comprensión de la riqueza artística y espiritual de los objetos que encontraron. Todo se fundía; solo interesaba el vil metal, y el fuego destruyó la delicada ‘alma’ de  ingentes tesoros creados con la más refinada orfebrería para reproducir bellas imágenes de los dioses incas, como la de Viracocha, que lo creó todo, y la de Inti (el Sol), que era la fuente de la vida.


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