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Como Francisco de Xerez cuenta con
bastante detalle la vuelta entonces
de algunos conquistadores a España (él era uno de ellos), y además ya va
a terminar su crónica, démosle la despedida leyendo su texto: “Algunos de los
españoles que habían conquistado aquella tierra, mayormente los que hacía mucho
tiempo (a sufrimiento diario) que
estaban allá, y otros, fatigados de enfermedades y heridas, no podían servir ni
estar allá, pidieron licencia al Gobernador para venir a sus tierras con el oro
y plata que les habían cabido en su parte. La cual licencia les fue concedida,
y algunos vinieron con Hernando Pizarro (al
que se unieron, como dije, en Panamá) y otros después”.
Pero, para no variar, también este recorrido fue muy penoso: “El
gobernador dio algunas ovejas y carneros (llamas
y alpacas para transporte) e indios a estos españoles para que trajesen su
oro y plata y ropa hasta el pueblo de San Miguel, y en el camino perdieron
algunos mucho oro y plata porque los carneros y ovejas se les huían, y también
huían algunos indios. Y en este camino desde Cajamarca hasta el puerto, que son
casi doscientas leguas, padecieron mucha hambre y sed y trabajo, y falta de quien les trajese su
hacienda. Y embarcándose, vinieron a
Panamá, y desde allí (por tierra) a Nombre de Dios (puerto del
Atlántico), donde se embarcaron, y Nuestro Señor los trajo hasta Sevilla,
adonde hasta ahora han venido cuatro naos”.
Dice las fechas en que llegaron (todas entre finales de 1533 y junio de
1534) y el oro y plata que traían, así como los nombres de algunos pasajeros. En
la primera venía el capitán y cronista Cristóbal de Mena. En la segunda,
Hernando Pizarro. Hace un comentario que muestra la continuidad del total
control administrativo que tenía la Casa de Contratación de Indias, de la que
había sido tesorero Sancho Ortiz de Matienzo (fallecido en 1521): “Estos
tesoros fueron descargados en el muelle de Sevilla y llevados a la Casa de la
Contratación”. Aunque Xerez habla en tercera persona, nos revela que una de las
dos últimas naos era suya, y se supone que llegó en ella: “Una de las dos naos
postreras es de Francisco de Xerez, natural de esta ciudad de Sevila; el cual
escribió esta relación por mandado del gobernador Francisco Pizarro, estando en
la provincia de la Nueva Castilla (Perú), en la ciudad de Cajamarca, como
secretario del señor Gobernador”. Se ve, pues, que, tras la larguísima
peripecia de la conquista, en cuanto se apresó a Atahualpa, la estancia de
siete meses en Cajamarca sería, dentro de lo que cabe, feliz y tranquila para
los españoles, lo que explica que Pizarro le encargara entonces a su
secretario, Francisco de Xérez, que redactara una crónica del tercero y definitivo
viaje.
También Juan Ruiz de Arce se nos despide, y por la misma razón, puesto
que hizo el viaje de vuelta a casa al mismo tiempo que Xerez: “Del Cuzco vínose
el Gobernador a Xauxa, y con él, los que habíamos de venir a España. Vinimos
sesenta conquistadores (casi todos, ricos
y satisfechos con lo conseguido)”. Detalla el recorrido. Navegaron por el
Pacífico desde Pachacama a Panamá; siguieron por tierra para llegar a la costa
atlántica, se embarcaron en Nombre de Dios, y tras hacer escala en Santa Marta
y La Yaguana, hicieron la travesía directa hasta España: “Entramos en España
por el río de Sevilla. Tardamos desde que nos embarcamos en Perú hasta entrar
en España ¡un año! (se detuvieron mucho
tiempo en los puertos)”. De ida y vuelta y estancia, yo estuve diez años (a fe mía, don Juan, bien aprovechados, ¡vive
Dios!).
(Imagen) Sesenta españoles sensatos, sabiendo que las Indias eran una
trituradora de hombres, y más que satisfechos con su enorme botín, volvieron a
España. Entre ellos, los cronistas Cristóbal de Mena, Francisco de Xerez y Juan
Ruiz de Arce. Allá dejaron a los que ansiaban más triunfos y emociones.
En
México, la campaña de Cortés había sido terrorífica. Cuando los indios los
expulsaron de Tenochtitlán, aquella
‘noche triste’, murieron unos novecientos españoles; pero, una vez apresado
Cuauhtémoc, lo que más asombró al cronista Bernal Díaz del Castillo fue el
silencio repentino después de tres meses de constante griterío indio: misión
cumplida. En Perú, sin embargo, apresar a Atahualpa resultó un éxito rotundo y
sorprendentemente fácil, aunque con muchísimo mérito; pero después de morir el
gran Inca, a Pizarro y sus hombres les quedó mucho que pelear y mucho por
sufrir. Lo peor fueron las guerras civiles, cuyo aspecto más trágico se centró
en las muertes sucesivas de Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Gonzalo
Pizarro. Pero, además, los indios continuaron siendo una pesadilla. Quizá la
diferencia con México se debiera a que, como vemos en el mapa, el imperio inca
era incomparablemente más extenso que el azteca y tenía una orografía y un
clima nada acogedores. De forma intermitente, pero por largos años, los
españoles tuvieron que aguantar ataques de indios rebeldes; no llegó la paz definitiva
hasta la ejecución de Túpac Amaru en 1572. Sin embargo Cortés y Pizarro
tuvieron la misma increíble suerte en un tema esencial: encontraron y sometieron
las dos únicas civilizaciones verdaderamente extraordinarias que había en las
Indias.
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