miércoles, 15 de noviembre de 2017

(Día 539) Derroche y devaluación del oro y la plata. Excesos de todo tipo y deterioro de la moral con escándalo para los indios. Cieza, siempre moralista, considera que Dios los castigó con las guerras civiles. Empiezan a peligrar las vidas de Atahualpa y Caracuchima; según Cieza, por infundios de los criados indios.

     (129) Semejante borrachera súbita de oro trajo sus consecuencias: “Como entre tan pocos hubiese tantos dineros, andaban grandes juegos. Vendíanse las cosas a precios muy excesivos, muchos estaban bien proveídos de las señoras (indias) principales y hermosas, para tenerlas por mancebas: pecado grande que  los que mandaban lo habían de evitar, porque la principal causa por la que los indios los aborrecieron fue por ver cuán en poco los tenían los españoles y cómo usaban con sus mujeres e hijas sin ninguna vergüenza”. Otra consecuencia de tanta abundancia de oro y escasez de bienes fue su devaluación y la poca previsión de futuro. Escribe Xerez: “No dejaré de decir los precios que se han pagado por las mercaderías, aunque algunos no lo creerán; puédolo decir con verdad, pues lo vi y compré algunas cosas. El precio común de los caballos era de dos mil quinientos pesos (más de ocho kg de oro; cada peso, unos 4,5 gramos). Yo di por dos azumbres de vino cuarenta pesos. Una cabeza de ajos, medio peso. Muchas cosas había que decir de los crecidos precios   a que se han vendido todas las cosas, y de lo poco en que eran tenidos el oro y la plata. La cosa llegó a que, si uno debía a otro algo, le daba un pedazo de oro a bulto, sin pesar. Y de casa en casa andaban los que debían con un indio cargado de oro buscando a los acreedores para pagar”.
     El comentario moralista de Cieza es implacable: “Dios ha hecho en los nuestros castigo bien grande, y todos los más de estos principales han muerto miserablemente, con muertes desastradas, que es de temer pensando en ello para escarmentar en cabeza ajena”. No es que Cieza se olvide de que las futuras guerras civiles se desencadenaron inicialmente por los conflictos entre Almagro y los Pizarro, sino que, además, las atribuye principalmente a un castigo de Dios por los abusos contra los indígenas. Evidentemente es una exageración providencialista, pero reveladora de la confusión y del rigor moral que había en las conciencias de los españoles, más dados al remordimiento y más marcados por la religión católica que el resto de los europeos.
     Es de suponer que la angustia de Atahualpa fuera en aumento porque había cumplido entregando el oro prometido y, sin embargo, no le daban la libertad. Cieza se va a poner incondicionalmente de parte del infortunado emperador: “Atahualpa estaba muy triste, aunque no lo daba a entender porque confiaba en la palabra que le había dado Pizarro. Algunos de sus capitanes le pedían licencia para dar guerra a los españoles, pero no lo consintió. Estaban entre los cristianos muchos anaconas (criados indios) sirviéndoles, los cuales se veían con fina ropa que no les era permitida sino a los incas principales. Estos bellacos y los intérpretes daban mil noticias falsas deseando que los españoles matasen a Atahualpa para seguir con su desenvoltura, y daban gran rumor de que venían contra los cristianos grandes escuadrones de guerra y que Caracuchima lo procuraba. Atahualpa procuraba quitarles tal pensamiento a los españoles que le guardaban, pero no le creían. Pizarro mostró gran enojo contra el inocente Caracuchima, y con parecer que le dieron algunos, determinó mandarlo quemar, y afirman que, si no fuera por Hernando Pizarro, que lo estorbó, le dieran cruel muerte de fuego (es curioso que en este caso el moderado fuera Hernando). El pobre capitán se excusaba con palabras, diciendo que no había promovido ningún alboroto”.


     (Imagen) Aquellos atormentados se enardecieron con el abrazo de la fortuna y con la enorme riqueza súbita. Perdieron todo pudor y se entregaron al carnaval, como en Sodoma y Gomorra, pero sin “el pecado nefando” porque eso podía costar la vida. La imagen de los españoles quedó destrozada ante los indios que lo contemplaron. El exagerado Cieza nos dice que Dios los castigó después haciendo que muchos murieran de mala manera en las guerras civiles. Sin embargo fue solamente una explosión temporal debida a tan largo calvario de sufrimientos y frustraciones. Tras el  tormentoso desenfreno, volvió la sensatez, la dedicación a organizarse y la disciplina de la guerra para seguir avanzando, porque eran, ante todo, hombres de acción y de conquista. Quedaba mucho trabajo por hacer y no tardaron en salir de Cajamarca y partir hacia el objetivo más importante: el Cuzco. Quien vemos en la imagen es Pizarro, pero podía haber sido el Cid, y estas sus palabras (adaptadas de las que escribió el poco reconocido  Manuel Machado): “Una voz inflexible grita: ¡En marcha! / El ciego sol, la sed y la fatiga. / Por la terrible sierra peruana, / hacia  el Cuzco con los suyos / -polvo, sudor y hierro-, Pizarro avanza”.


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