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Llegamos ahora a un momento de alta tensión, con todos los ingredientes de la
más dura tragedia griega: la muerte de Atahualpa. Vamos a ver varias versiones:
la de Xérez, que le hace responsable de su suerte al propio inca, al que nunca le
tuvo simpatía, aunque admirara su imponente majestad; luego oiremos a Pedro Pizarro, a quien, cuanto más se le lee,
más lo ve uno como obsesivo defensor de Pizarro; y después seguiremos el texto
de Cieza, siempre tan cuidadoso analizando los datos, pero al que su costumbre
de proteger al más débil lo llevó a juzgar duramente y sin atenuantes la
ejecución de Atahualpa, cosa que, por otra parte, también lamentaron muchos de
los hombres de Pizarro.
Vamos con Francisco de Xerez: “Hubo una cosa que no es para dejar de
escribir, y es que apareció ante el Gobernador un cacique de Cajamarca y le
dijo: Hágote saber que, después de que
Atahualpa fue preso, envió mensajeros a Quito, su tierra, y a todas las otras
provincias, para que se hiciera ayuntamiento de gente de guerra para venir
sobre ti y tu gente y mataros a todos; y que todos vienen con un gran capitán
llamado Rumiñahui, que está muy cerca de aquí, y vendrá de noche para sacar de
la prisión a su señor Atahualpa. De la gente natural de Quito, vienen
doscientos mil hombres de guerra y treinta mil caribes que comen carne humana;
y de otra provincia, que se dice Palta, y de otras partes, viene gran número de
gente’. Oído por el Gobernador este aviso, agradeciolo mucho al cacique,
hízole mucha honra y mandó a un escribano que lo asentase todo. Luego hizo
sobre ello investigación con un tío de Atahualpa y algunos señores principales
y algunas indias, y hallose ser verdad todo lo que dijo el cacique de
Cajamarca. El Gobernador habló a Atahualpa, diciendo: ¿Qué traición es esta que me tienes armada, habiéndote hecho yo tanta
honra como a un hermano? Y declarole todo lo que había sabido. Atahualpa respondió diciendo: ¿Te burlas conmigo? ¿Qué fuerza somos yo y
toda mi gente para enojar a tan valientes hombres como vosotros? Y todo
esto lo decía sin mostrar semblante de turbación, sino riendo, por mejor
disimular su maldad. El gobernador mandó echarle una cadena en la garganta y envió
a dos indios para saber dónde estaba el ejército, y le dijeron que se venía
acercando. Y súpose luego que Atahualpa mandó unos mensajeros para que su
ejército viniese sin detenerse, enviándoles aviso de cómo y por dónde y a qué
hora habían de atacar el real, porque él estaba vivo y, si tardaban, lo
hallarían muerto”.
Sigue diciendo que Pizarro puso a
su tropa en máxima alerta, con turnos de guardia continuos, durmiendo los
soldados sin quitarse las armas y estando los caballos permanentemente ensillados.
Hubo un nuevo aviso sumamente alarmante de otros indios amigos: “Dijeron al
Gobernador que venían huyendo de la gente del ejército, que llegaba a tres
leguas de allí y que llegarían pronto a atacar a los cristianos”. Sin más,
Xerez, nos planta en la tragedia: “Luego el Gobernador, con acuerdo de los
oficiales de su majestad y de los capitanes y personas de experiencia,
sentenció a muerte a Atahualpa”.
(Imagen) Nos acercamos a un momento tremendo: la muerte de Atahualpa.
Pero vamos a tomarnos un respiro. Sabíamos que estaba preso, pero ahora aparece
en la imagen maniatado porque ya le habían sentenciado a muerte. El dibujo fue realizado,
hacia el año 1600, por Felipe Guamán Poma de Ayala, para muchos un desconocido por
aquello de que vale más caer en gracia que ser gracioso. Puro indígena de alto
linaje, nacido en 1534, sus padres fueron Guamán Mallqui y la princesa Curi
Ocllo, hija del soberano Tupac Inca Yupanqui. Da la sensación de que la
princesa enviudó y se casó con el capitán Luis Arévalo Avalos de Ayala, porque
Felipe tomó su apellido. El extraordinario mérito de nuestro protagonista fue
redactar un gran libro con el raro título de “El primer nueva crónica y buen gobierno”, un ‘tocho’ de 1189
páginas, de las que 392 fueron láminas como la que vemos, dibujadas con un
estilo naíf y expresivo. Lo dedicó a un estudio muy detallado de la historia de
Perú desde antes de la llegada de los incas, mezclando en el texto el quechua y
el castellano. Su obsesión fue denunciar sin tapujos la opresión a los indios,
pero estimando que lo ideal sería unir lo mejor de las dos culturas, la nativa
y la española, todo ello enriquecido con la moral cristiana. La obra original
estuvo extraviada desde 1660 en la Biblioteca Real de Dinamarca (destino bien
extraño) hasta que fue descubierta en 1907 por el erudito alemán Richard
Pietschmann. El bueno de Felipe Guamán murió en Lima el año 1615.
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