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También el Inca Garcilaso de la Vega se apunta a la teoría del ansia de más oro
y de la impaciencia por obtenerlo para explicar la rápida ejecución de Atahualpa:
“Cuando volvieron del Cuzco Hernando de soto y Pedro del Barco con las noticias
de las increíbles riquezas que vieron en aquella ciudad, y lo confirmaron los
otros tres exploradores, se alegraron grandemente los españoles, deseando ver y
gozar aquellos grandes tesoros, se dieron prisa en la muerte de Atahualpa, por
quitar estorbos que pudieran impedir o dilatar el poseer el oro y la plata. Y
así se determinó matarlo”. Da a entender, además, que los chismes de Felipillo
les vinieron bien para precipitar los hechos
Pizarro
necesitaba más pruebas de la traición de Atahualpa, aunque también podría ser que
lo fingiera con el fin de alejar a quienes eran contrarios a su ejecución.
Sigue contando Pedro Pizarro: “Acordó enviar a Hernando de Soto a Cajas a ver
si se hacía allí alguna junta de guerra, porque, ciertamente, el Marqués no
quisiera matar a Atahualpa. Viendo Almagro y los oficiales la ida de Soto,
apretaron al Marqués con muchos requerimientos, y el intérprete por su parte,
que ayudaba con sus retruecos, y vinieron a convencer al Marqués que muriese
Atahualpa, porque el Marqués era muy celoso del servicio de Su Majestad, y así
le hicieron temer, y contra su voluntad, sentenció a muerte a Atahualpa,
mandando le diesen garrote y, después de muerto, le quemasen porque tenía a las
hermanas por mujeres”. Este último motivo suena a descarado oportunismo y parece
más bien propio de las acusaciones de la Inquisición. Hasta Pedro Pizarro lo critica
porque ser pagano le debería haber librado de culpa a Atahualpa en estos
‘pecados’: “Ciertamente, pocas leyes habían leído estos señores, pues al
infiel, sin haber sido predicado, le daban esta sentencia”. Y llama la atención
que Francisco Pizarro, de ser contrario a lo que le pedían, no fuera capaz de
imponer su autoridad para esperar hasta la vuelta de Hernando de Soto y así confirmar
el dato más importante: si se estaba o no preparando un ejército indio para
atacar. Quizá la postura de Pizarro la revele definitivamente este cronista en
lo que añade a continuación: “Atahualpa lloraba y decía que no le matasen, que
no habría indio en la tierra que se menease sin su mandado, y que si era por
oro y plata, que él daría otros dos tantos de lo que había entregado. Yo vi
llorar al Marqués de pesar por no poder darle la vida, pues temió los
requerimientos (que le hicieron Almagro y
los oficiales) y el riesgo que habría en la tierra si lo soltaba”. Pues,
acabáramos: él decidió ejecutarlo porque le convencieron de que lo exigían el
bien de la Corona y la seguridad de los españoles.
Dejemos
la historia en este punto y pasemos a la versión de Cieza, aunque procede hacer
un comentario sobre esa repentina orden de ejecución. Fueron casi unánimes las
críticas por parte de los hombres de Pizarro. Quedaron recogidas en las
crónicas, pero hay discrepancias al señalar al responsable principal de los
hechos; como hemos visto, se hablaba de la villanía de Felipillo, y en cuanto a
la influencia última en la definitiva decisión, unos acusaron a Almagro, otros
a Pizarro y otros a los oficiales del rey. Con lo dicho anteriormente, parece
claro que Pizarro tomó libremente una decisión que desde siempre supo
inevitable por razones de peso que le obligaban a evitar la ruina total de la
campaña. Otra cosa es discutir si fue justo o no.
(Imagen) Extraña y privilegiada (pero también peligrosa) vida la de los
‘lenguas’ (intérpretes) indios. Aunque eran capturados por los españoles, lo
que supondría un trauma, recibieron muchas atenciones por ser imprescindibles en
las campañas. Vivieron momentos históricos, como el del fenomenal Martinillo
(aparece coloreado en el dibujo de Guamán Poma de Ayala) cuando llegó en andas
Atahualpa. Pero otro intérprete que ya
había visto antes al gran inca, Felipillo, resultó un desastre. No solo
manejaba mal los dos idiomas, el quechua y el español, sino que falseaba los
diálogos creando muchos problemas, hasta el punto de que, al parecer, influyó
en la muerte de Atahualpa. Pero no deja de ser extraño que pudiera tan
fácilmente traducir trampeando, puesto que el español Hernando de Aldana
conocía el quechua. Lo cierto es que tenía madera de traidor: abandonó a
Almagro y se fue adonde Alvarado en un momento muy conflictivo, estando a punto
de hacer mucho daño. Su última osadía la pagó cara: lo ejecutó con saña Almagro
por haberse unido a los indios del rebelde Manco Inca. El cronista Gómara dijo
de él: “Confesó el malvado Felipillo al tiempo de su muerte haber acusado falsamente
a su buen rey Atahualpa. Era un mal hombre, liviano, inconstante, mentiroso,
amigo de revueltas y sangre, y poco cristiano, aunque bautizado”.
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