miércoles, 8 de noviembre de 2017

(Día 533) Al ver Hernando Pizarro que Caracuchima trata de evitarlo, va a su encuentro. Consigue que lo visite y le exige que traiga oro para el rescate de Atahualpa. Mientras esperan que vuelva, los españoles están en suma alerta por temor al ejército de Caracuchima.

     (123) Llegaron a Bombón, donde unos capitanes de Atahualpa le entregaron a Pizarro ciento cincuenta arrobas de oro de parte de Caracuchima: “Hernando Pizarro les preguntó  por qué causa enviaba Caracuchima aquel oro y no venía él, como había prometido. Respondieron que porque tenía mucho miedo de los cristianos, y también porque esperaba mucho oro del Cuzco y no osaba ir con tan poco. El capitán mandó un mensajero a Caracuchima diciéndole que no tuviese miedo y que, pues él no había venido, que él iba adonde él estaba. En este pueblo descansó un día el capitán para llevar los caballos algo aliviados por si fuese menester pelear”.
     La descripción de Estete sobre el recorrido que va haciendo Hernando Pizarro para verse cara a cara con el gran capitán de Atahualpa nos muestra el tiento y la desconfianza que tenían los españoles sobre la actitud del indio: “El domingo por la mañana partió el capitán de este pueblo con su gente puesta en orden, recelando que Caracuchima estuviera de mal orden, puesto que no le había enviado mensajero. A hora de vísperas llegó a un pueblo del que le salieron a recibir los indios. Allí supo que Caruchima estaba fuera de Jauja, de lo que tuvo más sospecha, y en acabando de comer, caminó y, llegando a vista de Jauja, desde un cerro vieron muchos escuadrones de gente, y no sabían si eran de guerra o del pueblo. Llegados a la plaza del pueblo, vieron que era gente que se había juntado para hacer fiestas. El capitán preguntó por Caracuchima, y le dijeron que vendría al otro día. So color de ciertos negocios, se había ausentado hasta saber de los indios que venían con el capitán el propósito que los españoles llevaban, porque, como veía que había hecho mal en no cumplir su promesa de ir a verle, sospechó que iba a prenderle o matarle”. Es evidente que los nervios estaban desatados en ambas partes.
     “El capitán Hernando Pizarro llevaba consigo a un hermano de Atahualpa, el cual dijo que quería ir adonde estaba Caracuchima, y fue en unas andas”. La tensión crecía: “Toda aquella noche estuvieron los caballos ensillados y enfrenados, y mandó el capitán a los señores del pueblo que ningún indio apareciese en la plaza, porque los caballos estaban enojados y los matarían. El día siguiente vino aquel hermano de Atahualpa con Caracuchima, los dos en andas; fue a disculparse ante Hernando Pizarro por no haber ido a visitarle, como le había dicho, porque no lo dejaron sus ocupaciones. El capitán respondió que ya no tenía ningún enojo contra  él, pero que se aparejase para ir adonde estaba el Gobernador, el cual tenía preso a su señor Atahualpa, y que no lo había de soltar hasta que diese el oro prometido. Otro día por la mañana fue a la posada del capitán y  le dijo que iría con él”. Para juntar el oro y la plata, necesitó el general indio dos días, que a los españoles se les hicieron eternos: “En estos días se guardaron mucho los españoles, y de día y de noche estaban los caballos ensillados porque se vio a aquel capitán de Atahualpa tan poderoso de gente que, si hubiera dado de noche en los cristianos, hiciera gran daño”.


     (Imagen) Echándole mucho valor, Hernando Pizarro fue a encontrarse con el temible capitán Caracuchima. Confiaba en que respetara el deseo de paz de Atahualpa. Sin embargo, él y sus hombres iban muy nerviosos. No podrían olvidar la historia paralela de México. También Moctezuma estaba preso de los españoles, pero los guerreros aztecas, por un error de cálculo del gran Pedro de Alvarado (a quien veremos pronto en conflicto con Francisco Pizarro), decidieron atacar. Tuvo que ir rápidamente en su ayuda Cortés con unos 1.400 soldados y 2.000 guerreros tlaxcaltecas. Fue inútil. Moctezuma salió de donde se encontraba preso dando órdenes a los indios de que se retiraran, pero, ya sin autoridad, resultó alcanzado por la avalancha de piedras y flechas que seguían lanzando. Nunca se sabrá si sus graves heridas fueron mortales o lo mataron después los españoles. Aquella noche, la noche triste de Cortés, se vieron obligados a una huida desesperada de Tenochtitlán, en la que murieron más de novecientos. Seguro que Francisco Pizarro y sus hombres tenían la certeza de que su situación era similar e igualmente peligrosa.


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