miércoles, 1 de noviembre de 2017

(Día 527) Pizarro envía mensajeros para saludar a los españoles y saber si hay algo de verdad en lo que denunciaba Rodrigo Pérez, a quien Almagro tuvo que ahorcar. Los mensajeros comprueban que Pérez mentía. Atahualpa, para conseguir su libertad ofrece un tesoro. Pizarro acepta el trato.

     (117) Siguiendo el consejo que le dieron, Pizarro decidió enviarle una carta a Almagro sin tocar el espinoso tema, sino hablando únicamente del apresamiento de Atahualpa y del gran botín que esperaban obtener, que sería repartido entre todos. Fueron con el encargo Diego de Agüero y Pedro Sancho. El primero era paisano de Pizarro y se lo trajo a Perú tras su vuelta  de España; siempre  fue tan fiel a su capitán que, tiempo después, corrió a defenderlo del fatal ataque de los rebeldes, pero llegó tarde, y a punto estuvo de que lo mataran a él también. Pedro Sancho era escribano y secretario de Pizarro. Mandó, además, con ellos otras cartas para los más notables acompañantes de Almagro, “alegres y muy graciosas (amables) para atraerlos a su amistad, pidiéndoles que se enteraran de con qué intención venía el Mariscal (Almagro), para le avisar luego rápidamente. También dicen que no faltaron otros tramadores que le avisaron a Almagro que se guardase de Pizarro y mirase por sí, porque le quería matar y quitarle la gente que traía. Andaban con estas cosas desasosegados los ánimos de los compañeros, y Almagro tuvo noticia de la bellaquería de su secretario, y como había escrito lo que él no tenía en el pensamiento, mandó llevarlo a los navíos, donde le tomaron  su confesión y conoció la maldad,  por lo cual Almagro mandó que se confesase y lo ahorcó de la entena del navío. Hecho esto, anduvo Almagro hasta Tumbes; halló a Pero Sancho y Diego de Agüero (los enviados de Pizarro), quienes escribieron a Pizarro que Almagro no venía con el intento que se pensaba, sino con gran deseo de verlo y llevarle socorro”.
    Dicho lo cual, Cieza enlaza de nuevo con la situación de Cajamarca. Se deja de zarandajas y, para que entendamos lo que pasó después, pone de relieve cuál era una de las principales motivaciones de los españoles: “Como para pasar a estas partes (las Indias) los españoles, haya sido tan importante el oro y la plata, no hace falta explicar mucho la codicia y el ansia tan grandes que para el dinero tenemos. Atahualpa no halló otro medio mejor para verse libre, esperando que habría de mandar como antes de que entrasen los españoles, que prometer parte de los grandes tesoros que tenía. Le dijo a Pizarro que daría por su rescate diez mil tejuelos de oro y de plata, con cantidad de joyas, que bastasen a henchir una casa larga que allí estaba, con tal de que lo dejasen en libertad. Pizarro le habló sobre ello y le prometió, dándole la palabra con la firmeza que Atahualpa pidió, dejarlo libre como cuando lo prendió, si daba por su rescate tanto oro y plata como prometía”.
     El trato, pues, era firme, y Atahualpa se apresuró a cumplir su parte: “Alegre por este concierto tan deseado, Atahualpa ordenó por todas partes que se recogiese lo que bastase para cumplir lo prometido y se trajese a Cajamarca. Mandando, además, que no tratasen de guerra ni de dar ningún enojo a los cristianos, sino de servirlos y obedecerlos como a su misma persona. Y le habló a Pizarro  diciendo que, para mayor brevedad, mandase ir a Cuzco dos o tres cristianos que trajesen el tesoro del templo de Curicancha. Contento de ello, Pizarro mandó a Pedro de Moguer, Zárate y Martín Bueno que fuesen con los indios al Cuzco para traer el tesoro del templo; pusiéronse en camino, llevándolos los indios en andas”.


     (Imagen) No se puede considerar una salvajada que Almagro ahorcara a Rodrigo Pérez por acusarle falsamente de traidor. Cualquier tiempo pasado fue peor, y además, aquel ambiente militar exigía dureza. Veamos el ejemplo de Magallanes. Él y sus hombres estaban en una situación desesperada, todo eran calamidades insoportables y parecía ya imposible encontrar el paso al Pacífico. Muchos de sus subordinados se le amotinaron porque no quería volver a España. Quizá fuera lo más prudente, pero un verdadero líder tiene siempre algo de suicida: se negó a tirar la toalla. La reacción de los rebeldes fue intentar matarlo. Magallanes descubrió el plan y a los conjurados, y tras un duro enfrentamiento armado, consiguió reducirlos. Ejecutó a varios cabecillas, pero asimismo, después de haberlos condenado a muerte, perdonó sensatamente  a otros cuarenta implicados, entre los que estaba Juan Sebastián Elcano. Los caprichosos dioses decidieron que el afortunado vasco se llevara la gloria de ser el primero en dar la vuelta al mundo, como atestigua el monumento que le han dedicado en su pueblo natal, Guetaria (PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME).


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