(121) El propio Hernando Pizarro lo cuenta: “En Guamachuco hallamos
cantidad de oro y plata, e desde allí lo envié a Cajamarca. Unos indios que se
atormentaron (Hernando era muy dado a
aplicar tormento) me dijeron que los capitanes y la gente de guerra estaban
a seis leguas de aquel pueblo. Y para que los indios no cobrasen ánimo de
pensar que huíamos, acordé llegar a aquel pueblo con catorce de caballo y nueve
peones porque los demás quedaron en guarda del oro porque tenían los caballos
cojos. Al otro día llegué sobre el pueblo e no hallé gente ninguna en él,
porque, según parece, había sido mentira lo que los indios dijeron. A este
pueblo me llegó licencia (en realidad,
orden) del Gobernador para que fuese a una mezquita que estaba a cien
leguas de la costa, en un pueblo que se dice Pachacama”. Su hermano le había
ordenado el cambio de plan basándose en que Atahualpa aseguraba que Caracuchima
no se atrevería a desobedecerle atacando a los españoles, por lo que lo
prioritario era ir a Pachacama a coger el tesoro. Sigue diciendo: “Tardamos en
llegar veintidós días, quince días fuimos por la sierra e los otros por la
costa de la mar. El camino de la sierra es cosa de ver, porque, en verdad, en
tierra tan fragosa, no se han visto en la cristiandad tan hermosos caminos,
toda la mayor parte de calzada. En un río grande, hallamos puentes de red, que
es cosa maravillosa de ver”. Lo confirma con detalle su acompañante, el
cronista Estete, prueba evidente de que todos quedaron impresionados: “A hora
de comer, el capitán llegó a un pueblo muy grande que está en un valle; en
medio del camino hay un río grande, muy furioso; tiene dos puentes juntas
hechas de red, con un gran cimiento desde el agua y con mucha altura; de una
parte del río a otra hay unas maromas tan gruesas como el muslo, y tiénenlas
atadas con grandes piedras, con anchura para una carreta. Por una de estas pasa
la gente común, y tiene su portero que les pide el portazgo, y por la otra
pasan los señores y sus capitanes. Abriéronla para que pasase el capitán y su
gente, y los caballos pasaron muy bien. En este pueblo descansó el capitán dos
días porque la gente y los caballos iban fatigados del mal camino. En este pueblo fueron los cristianos muy bien
recibidos y servidos de comida y de todo
lo que fue menester”.
Continúa Hernando Pizarro comunicando sus impresiones: “En todos los
pueblos principales tiene Atahualpa gobernadores, e asimismo los tenían los
señores antecesores suyos. Hay casas de mujeres encerradas, con guardas a las
puertas; guardan castidad. Si algún indio tiene parte con ellas, muere por
ello. Estas casas son: unas, para el sacrificio al sol; otras, para el del
Cuzco viejo (Huayna Cápac),
padre de Atahualpa. El sacrificio que
hacen es de ovejas (diferencia esencial
con la crueldad de los aztecas). Hay otra casa de mujeres en cada pueblo,
recogidas de los caciques comarcanos, para presentarle las mejores al señor de
la tierra (Atahualpa) cuando pasa. E
sacadas aquellas, meten otras tantas. También tienen cargo de hacer chicha para
cuando pasa la gente de guerra. De estas casas sacaban indias que nos
presentaban (todo indica que en ambos
casos la palabra presentación es un eufemismo)”.
(Imagen) El rudo Hernando Pizarro se asombra al ver las vías de los incas, trazadas por sierras
escarpadas y salvando con puentes ríos caudalosos. Un alarde de ingeniería,
como las calzadas romanas, con una extensión increíble: desde Chile hasta el
Ecuador, entre el trazado principal y sus desviaciones, alcanzaban una longitud
de unos 60.000 kilómetros. Eran esenciales para la administración y el control de todo aquel enorme imperio (que
tumbaron 170 españoles). Cada 20 o 30 kilómetros, estaban situados los
‘tambos’, locales para guarecerse y con suministros, en los que había
permanentemente indios de posta para llevar, corriendo y por turnos continuos,
los mensajes del emperador; podían hacer el trayecto Cuzco-Quito (unos 2.000
kilómetros) en diez días. Esa red de calzadas ha sido puesta en valor por la
UNESCO
como una muestra de integración multicultural entre Argentina, Bolivia, Chile,
Colombia, Ecuador y Perú. Su punto central era el lugar donde hoy se encuentra
la Plaza de Armas del Cuzco. ¿Cómo fue
posible que culturas tan importantes como la azteca y la inca se desarrollaran
con esa pujanza sin haber comprendido la utilidad de la rueda?
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