lunes, 6 de noviembre de 2017

(Día 531) Pizarro le ordena a su hermano que no vaya directamente adonde Caracuchima, que parece estar de paz, sino a Pachacama. En el camino, Hernando se asombra por la perfección de las vías incas.

    (121) El propio Hernando Pizarro lo cuenta: “En Guamachuco hallamos cantidad de oro y plata, e desde allí lo envié a Cajamarca. Unos indios que se atormentaron (Hernando era muy dado a aplicar tormento) me dijeron que los capitanes y la gente de guerra estaban a seis leguas de aquel pueblo. Y para que los indios no cobrasen ánimo de pensar que huíamos, acordé llegar a aquel pueblo con catorce de caballo y nueve peones porque los demás quedaron en guarda del oro porque tenían los caballos cojos. Al otro día llegué sobre el pueblo e no hallé gente ninguna en él, porque, según parece, había sido mentira lo que los indios dijeron. A este pueblo me llegó licencia (en realidad, orden) del Gobernador para que fuese a una mezquita que estaba a cien leguas de la costa, en un pueblo que se dice Pachacama”. Su hermano le había ordenado el cambio de plan basándose en que Atahualpa aseguraba que Caracuchima no se atrevería a desobedecerle atacando a los españoles, por lo que lo prioritario era ir a Pachacama a coger el tesoro. Sigue diciendo: “Tardamos en llegar veintidós días, quince días fuimos por la sierra e los otros por la costa de la mar. El camino de la sierra es cosa de ver, porque, en verdad, en tierra tan fragosa, no se han visto en la cristiandad tan hermosos caminos, toda la mayor parte de calzada. En un río grande, hallamos puentes de red, que es cosa maravillosa de ver”. Lo confirma con detalle su acompañante, el cronista Estete, prueba evidente de que todos quedaron impresionados: “A hora de comer, el capitán llegó a un pueblo muy grande que está en un valle; en medio del camino hay un río grande, muy furioso; tiene dos puentes juntas hechas de red, con un gran cimiento desde el agua y con mucha altura; de una parte del río a otra hay unas maromas tan gruesas como el muslo, y tiénenlas atadas con grandes piedras, con anchura para una carreta. Por una de estas pasa la gente común, y tiene su portero que les pide el portazgo, y por la otra pasan los señores y sus capitanes. Abriéronla para que pasase el capitán y su gente, y los caballos pasaron muy bien. En este pueblo descansó el capitán dos días porque la gente y los caballos iban fatigados del mal camino. En  este pueblo fueron los cristianos muy bien recibidos y servidos de comida  y de todo lo que fue menester”.
     Continúa Hernando Pizarro comunicando sus impresiones: “En todos los pueblos principales tiene Atahualpa gobernadores, e asimismo los tenían los señores antecesores suyos. Hay casas de mujeres encerradas, con guardas a las puertas; guardan castidad. Si algún indio tiene parte con ellas, muere por ello. Estas casas son: unas, para el sacrificio al sol; otras, para el del Cuzco viejo (Huayna Cápac), padre  de Atahualpa. El sacrificio que hacen es de ovejas (diferencia esencial con la crueldad de los aztecas). Hay otra casa de mujeres en cada pueblo, recogidas de los caciques comarcanos, para presentarle las mejores al señor de la tierra (Atahualpa) cuando pasa. E sacadas aquellas, meten otras tantas. También tienen cargo de hacer chicha para cuando pasa la gente de guerra. De estas casas sacaban indias que nos presentaban (todo indica que en ambos casos la palabra presentación es un eufemismo)”.


     (Imagen) El rudo Hernando Pizarro se asombra al ver  las vías de los incas, trazadas por sierras escarpadas y salvando con puentes ríos caudalosos. Un alarde de ingeniería, como las calzadas romanas, con una extensión increíble: desde Chile hasta el Ecuador, entre el trazado principal y sus desviaciones, alcanzaban una longitud de unos 60.000 kilómetros. Eran esenciales para la administración y el control de todo aquel enorme imperio (que tumbaron 170 españoles). Cada 20 o 30 kilómetros, estaban situados los ‘tambos’, locales para guarecerse y con suministros, en los que había permanentemente indios de posta para llevar, corriendo y por turnos continuos, los mensajes del emperador; podían hacer el trayecto Cuzco-Quito (unos 2.000 kilómetros) en diez días. Esa red de calzadas ha sido puesta en valor por la UNESCO como una muestra de integración multicultural entre Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú. Su punto central era el lugar donde hoy se encuentra la Plaza de Armas del  Cuzco. ¿Cómo fue posible que culturas tan importantes como la azteca y la inca se desarrollaran con esa pujanza sin haber comprendido la utilidad de la rueda?


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