martes, 14 de noviembre de 2017

(Día 538) Se apartó una cantidad del botín para los que llegaron con Almagro; la mayor parte fue para “los primeros conquistadores de Perú” (como se llamó a los que derrotaron a Atahualpa). Cieza opina que habría sido mucho mayor el tesoro de no haber muerto Atahualpa. Tanta riqueza, produjo derroche y envidias. Cieza reconoce que también él se habría quedado con el botín sin escrúpulos de conciencia.

     (128) Aunque hay opiniones diferentes sobre el número de los  que apresaron a Atahualpa en Cajamarca, se puede asegurar que eran ciento setenta porque Cieza escribe el nombre de todos ellos tal y como los copió en Lima directamente del documento del reparto del tesoro. El texto es de gran valor por todo lo que se puede deducir de él. No menciona a Diego de Almagro ni a los que vinieron con él porque no entraron en este reparto, y ya se había separado una cantidad para ellos, por supuesto mucho menor. Como dice Cieza, estos ciento setenta habían logrado por sus méritos la categoría (que siempre disfrutaron en vida ante la comunidad española) de “primeros conquistadores del Perú”. Figuran en primer lugar los de a caballo (sesenta y uno), y todo indica que sus nombres fueron escritos por orden de importancia, al menos entre los primeros de la lista. Siguen los de a pie. En el documento, del que da fe “Pero Sancho, teniente de escribano general en estos reinos (Perú) en nombre del secretario real Juan de Sámano (por cierto, pariente de Sancho Ortiz de Matienzo)”, se hace constar que “el Gobernador don Francisco Pizarro fue mandado por Su Majestad que todos los provechos que en la tierra se hubieren los dé y reparta, entre los conquistadores que los hubiesen ganado, como a él le pareciere que cada uno merezca por su trabajo y persona”.   
    Primero se repartió la plata, que fue mucha, y después el oro, que, por ser lo más valioso, lo voy a cuantificar. Dice Cieza: “Bien pudiera señalar lo que cada uno hubo de parte, mas no quiero, por algunas consideraciones que miré (se ve que no le gustaron algunos privilegios), mas pondré lo que todos juntos llevaron, sin que haya un real más ni menos. Después de hacer la fundición del oro, descontando lo que se hurtó, que fue mucho, y los cien mil ducados que se sacaron para la gente de Almagro (más la quinta parte que le correspondía a la Corona), se repartió lo demás entre el gobernador y sus compañeros, tomando él las partes de gobernador y capitán general, y los capitanes y personas señaladas lo suyo, y los demás conforme habían trabajado. Afirmo por cierto que se repartieron entre estos un millón trescientos veintiséis mil quinientos treinta y nueve pesos (¡unos 5.200 kilos de oro!). Y echaban la ley a este oro como cosa de burla, porque a mucho que tenía catorce quilates le daban siete. Esta ceguedad fue causa de que muchos mercaderes enriquecieron grandemente con solo mercar oro  y plata. Y si los españoles no mataran tan pronto a Atahualpa, fuera esta la décima parte de lo que se recogiera, porque no vino nada de los tesoros del Cuzco, Bilcas, Quito, Tomebamba y Carangue. Repartir tan pronto el tesoro fue causa de tener los españoles envidia unos de otros”. Luego Cieza hace una reflexión moral, pero, por esta vez, la zanja con sincero realismo (y me cuesta creer que en otro país europeo se lo hubieran planteado): “Como le mataron con tan poca justicia a Atahualpa, habiendo primero quitádole su hacienda, muchas veces he oído discutir a grandes teólogos sobre si lo que el rey y los españoles se llevaron fue bien habido, o no en conciencia. No es materia para que yo trate de ella; que lo pregunten y sepan los que lo hubieron, que yo, si me tocara parte, lo mismo hiciera (lo deja claro: como todos los demás)”.


    (Imagen)   A algunos les toca el premio gordo y los trastorna. Parece ser que fue el caso de bastantes de aquellos 170 héroes que derrotaron a Atahualpa. Pero otros supieron administrar sabiamente su espléndido botín; como Juan Pizarro de Orellana (ya vimos ayer que estaba en la lista). Era primo de los Pizarro y pariente del gran Francisco de Orellana (el primero que recorrió todo el curso del Amazonas). Pedro llegó a ser regidor del Cuzco, pero volvió a su localidad natal, Trujillo, compró una casa fortificada y, puesto que ya no había batallas feudales, la convirtió en un palacio renacentista. Su pasión y nostalgia por el Perú, así como un generoso interés por mejorar la vida de sus vecinos jóvenes, le animaron a instalar en ella una oficina para enrolar en aquella campaña a nuevos soñadores, a los que les financiaba el viaje. Años después, en un caprichoso cruce histórico, el genial Cervantes se alojó en este palacio cuando, cumpliendo una promesa a la Virgen, iba de paso hacia Guadalupe a depositar a sus pies las cadenas que lo mantuvieron preso de los turcos en Argel. Dejó constancia de su paso por Trujillo en su novela «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», dando las gracias a la familia Pizarro por la buena acogida que le dispensaron en su casa.


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