martes, 31 de octubre de 2017

(Día 526) Pesadilla de viaje de Almagro: mueren unos 30 españoles. Al fin, se enteran del éxito de Pizarro. Rodrigo Pérez le envía a Pizarro la falsa noticia de que Almagro quiere abandonarlo.

     (116) Almagro y sus acompañantes no tenían ni idea de lo que había sido de la tropa de Pizarro, así que los andaban buscando, unos por mar y otros por tierra. Sigamos el relato de Cieza: “Los de los navíos al no lograr noticias de Pizarro, sospechaban cosas tristes de muerte o prisión de los cristianos. Almagro y los suyos venían por tierra donde pasaron gran trabajo por malos caminos y ciénagas, y teniendo falta de comida. Con tal tormento iban los fatigados españoles con la congoja que podéis sentir (Cieza, expresivamente, nos habla a nosotros), que fue causa de que murieran más de treinta de ellos, y el mismo Almagro estuvo muy enfermo, y como supieron (por algún mensajero) que los navíos no habían hallado ninguna noticia cierta, tuvieron gran dolor y pena triste, pero no dejaron de andar con su fortuna (irónicamente, ni podían imaginar el gran éxito de Cajamarca). Otro navío que salió para saber de los cristianos no paró hasta llegar a Tumbes, donde los recibieron bien los indios, y les dijeron que los cristianos estaban en Tangarará, cerca de allí”. Sirvió como confirmación de que seguían vivos, pero los indios no estaban al día, o no quisieron hablarles de la derrota de Atahualpa: “En San Miguel (donde había quedado un destacamento de Pizarro) se supo pronto que estaba el navío en Tumbes. El teniente Navarro mandó que varios jinetes fueran a ver qué gente era. Hablaron con algunos que habían saltado a tierra, de quienes supieron que Almagro venía con gente y caballos en socorro de Pizarro, y los de San Miguel les dieron la noticia de que Atahualpa estaba preso en Cajamarca, donde se halló gran tesoro. Con esta noticia volvió el navío a dar aviso a Almagro. Cuando Almagro y los suyos oyeron tan buenas noticias, alegráronse en extremo, pues ya estaban determinados de volverse a Panamá o de poblar en Puerto Viejo;  no veían la hora de hallarse en tan buena tierra”.
    Luego habla Cieza de algo que quizá solo fueran habladurías, pero que, incluso siéndolo, son una confirmación palpable de que todos conocían la tensión soterrada de las relaciones entre Almagro y los Pizarro: “Algunos de los que hoy están vivos dicen que Almagro tuvo propósito de no acudir con el socorro adonde Pizarro, sino meterse hacia el norte a ocupar lo de Quito y pedirlo al rey en gobernación; otros lo reprueban: dicen que nunca tal pensó. Las más de las veces estas opiniones son inciertas, porque los que andan acá son mañosos, buscan por mil cabos enemistar a los que mandan para que, teniendo de ellos necesidad, puedan hacer lo que han hecho y harán, puesto que los movedores de tales tramas quedan sin castigo”. Probablemente, Cieza está dando a entender que los trágicos acontecimientos que ocurrieron después fueron más culpa de aduladores y maquiavélicos trepas que de Pizarro y Almagro. Pero, en realidad,  eso  no fue más que echar leña al fuego abrasador que nacería espontáneamente del choque de intereses entre Almagro y los Pizarro, por culpa, sobre todo, del injusto trato que estos le dieron.
     Y para sazonarlo todo con un episodio dramático en el que Almagro demostró que también él podía ser implacable, Cieza añade lo siguiente: “Traía el Mariscal (Almagro) por secretario a uno a quien llamaban Rodrigo Pérez, el cual dicen que escribió al Gobernador (Pizarro) avisándole de que Almagro tenía contra él ruin propósito y pensaba hacerse señor de lo mejor de la tierra, creyendo con ello ganar la gracia de Pizarro, quien se alteró con tal noticia, mandando llamar a sus hermanos y algunos amigos para comunicárselo”.


     (Imagen) Los méritos de Diego de Almagro fueron de primerísimo orden, pero todo se le volvió en contra. Fue ‘el pupas’ de la conquista de Perú, cuando en realidad le correspondía, por dedicación y por contrato, el segundo puesto en importancia. Le vemos ahora yendo presuroso a llevarle ayuda a un Pizarro ya vencedor de Atahualpa, pero sin él saberlo, y angustiado porque no lo encuentra. Antes de conseguirlo, se le mueren treinta hombres por el camino. Tampoco es fácil encontrar recuerdos de su heroico y triste paso por Perú y Chile. Sin embargo, hay uno que resulta sorprendente. En el norte chileno, junto al terrorífico desierto de Atacama que casi le costó la vida a toda la tropa de Almagro, hay una localidad que, quizá por tratarse de una zona minera, es por tradición radicalmente comunista. Se llamaba Pueblo Hundido, ¡y en 1977!, le cambiaron el deprimente nombre y le pusieron otro sin miedo a que resultara gafe y sin rechazo a que fuera español: DIEGO DE ALMAGRO. Dondequiera que esté, el sufrido capitán lo habrá agradecido filosóficamente haciéndoles a esos ‘parias de la Tierra’ un guiño de complicidad con el único ojo que le quedaba.


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