lunes, 16 de octubre de 2017

(Día 513) Hernando Pizarro llega adonde Atahualpa después de Soto y cuenta en su relato las fanfarronas palabras que le dijo al gran inca. El cronista Trujillo, también presente, confirma la ‘chulería’ de Hernando Pizarro.

     (103) Para conocer la  intervención de Hernando Pizarro, nos servirá su propio relato, en la que no puede evitar un tono altanero (no había Atahualpa que lo ‘arrugase’): “Cuando llegué adonde Atahualpa, hallé a los de caballo en su real, y el capitán (Soto) había ido a hablar con él. Yo dejé allí la gente que llevaba e con dos de caballo pasé al aposento. Y el capitán le dijo cómo iba y quién era yo. E yo le dije a Atahualpa que el Gobernador le rogaba que le viniese a ver e que le tenía por amigo. Díjome que un cacique de San  Miguel le había dicho que éramos mala gente e no buena para la guerra, e que aquel cacique nos había muerto caballos e gente. Yo le dije que los de San Miguel eran como mujeres e que un  caballo bastaba para toda aquella tierra, e que cuando nos viese pelear vería quiénes éramos; que si tenía algún enemigo, que se lo dijese al Gobernador, que él enviaría gente a conquistarlo. Sonriose como hombre que no nos tenía en tanto. Ya puesto el sol, le dije que me quería ir e que viese lo que había de decirle al Gobernador. Díjome que le dijese que, al otro día por la mañana, le iría a ver (es lo mismo que le había dicho a Soto)”. Aunque resulte algo repetitivo, creo que merece la pena recoger brevemente cómo cuenta parte de esta escena el cronista Diego de Trujillo, que iba acompañando a Hernando Pizarro, a quien nos muestra con sus ‘delicadas maneras’: "­­­Sospechando el Gobernador que Atahualpa había muerto a los españoles, fue Hernando Pizarro con gente de a pie y a caballo a reconocer lo que había. Yo fui con él. Llegados, estaba el capitán Soto con la gente que había llevado, y díjole Hernando Pizarro: ‘¿Qué hace vuestra merced?’. Y él respondió: ‘Aquí me tienen, diciendo que ya sale Atahualpa, y no sale’ (Soto ya había visto a Atahualpa, quien le dijo que le esperara). Dijo Hernando Pizarro a la lengua (Martinillo): ‘Dile que salga’. Y volvió el mensajero (de Atahualpa) y dijo: ‘Que esperéis, que luego saldrá’. Y entonces dijo Hernando Pizarro: ‘Decidle al perro que salga luego (pronto)’. Y entonces salió Atahualpa con dos vasos de oro llenos de chicha, y diole uno a Hernando Pizarro y el otro bebió él. Y luego tomó dos vasos de plata y el uno dio al capitán Soto y el otro bebió él (lo que dio pie a un detalle de cortesía de Hernando Pizarro, que lo honra). Y entonces le dijo Hernando Pizarro a la lengua: ‘Dile a Atahualpa que de mí al capitán Soto no hay diferencia, que ambos somos capitanes del Rey, y por hacer lo que el Rey nos manda dejamos nuestra nuestras tierras y vinimos a hacerles entender las cosas de la fe’. Y allí concertaron con Atahualpa que vendría al otro día, que era sábado, a Cajamarca”. Recordemos que el campamento de Atahualpa estaba como a una legua de Cajamarca.
     Tras la despedida y antes de partir, ocurrió algo que ‘parecía’ un simple juego, pero que tuvo terribles consecuencias de las que se enteraron los españoles más tarde. Hernando de Soto, al que se le describe como hombre pequeño, pero gran capitán y muy querido por sus soldados, tenía otra cualidad muy valiosa para las batallas: era un magnífico jinete. Quizá por vanidad o por meterles el miedo a los guerreros indios, o por ambas cosas, hizo ante Atahualpa una exhibición del mejor manejo de su brioso caballo en situación de ataque.


     (Imagen) Qué osadía introducirse en la temible ‘guarida’ de Atahualpa. Tras estar Hernando de Soto con el emperador inca, también se presentó Hernando Pizarro, quien, una vez más, dio pruebas de su carácter soberbio y desafiante. En aquella época los títulos se mostraban ostentosamente. Sancho Ortiz de Matienzo, por ejemplo, siempre firmaba como Doctor Matienzo. Ser ‘capitán del rey’ era un alto puesto de mando y un orgullo en todo el imperio español. Por eso, a Francisco Pizarro no le gustó nada que el gobernador Pedrarias nombrara capitán a Almagro, temiendo que mermara su autoridad. Hernando Pizarro, además, había obtenido esa jerarquía con apenas veinte años en aquellas guerras de Navarra que completaron lo que hoy es España. Fue grosero con Atahualpa, pero tuvo el noble detalle de advertirle que también Hernando de Soto era, como él, ‘nada menos’ que un capitán del rey.


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