(103) Para conocer la intervención de Hernando Pizarro, nos servirá su
propio relato, en la que no puede evitar un tono altanero (no había Atahualpa
que lo ‘arrugase’): “Cuando llegué adonde Atahualpa, hallé a los de caballo en
su real, y el capitán (Soto) había
ido a hablar con él. Yo dejé allí la gente que llevaba e con dos de caballo
pasé al aposento. Y el capitán le dijo cómo iba y quién era yo. E yo le dije a
Atahualpa que el Gobernador le rogaba que le viniese a ver e que le tenía por
amigo. Díjome que un cacique de San
Miguel le había dicho que éramos mala gente e no buena para la guerra, e
que aquel cacique nos había muerto caballos e gente. Yo le dije que los de San
Miguel eran como mujeres e que un
caballo bastaba para toda aquella tierra, e que cuando nos viese pelear
vería quiénes éramos; que si tenía algún enemigo, que se lo dijese al
Gobernador, que él enviaría gente a conquistarlo. Sonriose como hombre que no
nos tenía en tanto. Ya puesto el sol, le dije que me quería ir e que viese lo
que había de decirle al Gobernador. Díjome que le dijese que, al otro día por
la mañana, le iría a ver (es lo mismo que
le había dicho a Soto)”. Aunque resulte algo repetitivo, creo que merece la
pena recoger brevemente cómo cuenta parte de esta escena el cronista Diego de
Trujillo, que iba acompañando a Hernando Pizarro, a quien nos muestra con sus
‘delicadas maneras’: "Sospechando el Gobernador que Atahualpa había muerto
a los españoles, fue Hernando Pizarro con gente de a pie y a caballo a
reconocer lo que había. Yo fui con él. Llegados, estaba el capitán Soto con la
gente que había llevado, y díjole Hernando Pizarro: ‘¿Qué hace vuestra
merced?’. Y él respondió: ‘Aquí me tienen, diciendo que ya sale Atahualpa, y no
sale’ (Soto ya había visto a Atahualpa,
quien le dijo que le esperara). Dijo Hernando Pizarro a la lengua (Martinillo): ‘Dile que salga’. Y volvió
el mensajero (de Atahualpa) y dijo:
‘Que esperéis, que luego saldrá’. Y entonces dijo Hernando Pizarro: ‘Decidle al
perro que salga luego (pronto)’. Y
entonces salió Atahualpa con dos vasos de oro llenos de chicha, y diole uno a
Hernando Pizarro y el otro bebió él. Y luego tomó dos vasos de plata y el uno
dio al capitán Soto y el otro bebió él (lo
que dio pie a un detalle de cortesía de Hernando Pizarro, que lo honra). Y
entonces le dijo Hernando Pizarro a la lengua: ‘Dile a Atahualpa que de mí al
capitán Soto no hay diferencia, que ambos somos capitanes del Rey, y por hacer
lo que el Rey nos manda dejamos nuestra nuestras tierras y vinimos a hacerles
entender las cosas de la fe’. Y allí concertaron con Atahualpa que vendría al
otro día, que era sábado, a Cajamarca”. Recordemos que el campamento de
Atahualpa estaba como a una legua de Cajamarca.
Tras la despedida y antes de partir,
ocurrió algo que ‘parecía’ un simple juego, pero que tuvo terribles
consecuencias de las que se enteraron los españoles más tarde. Hernando de
Soto, al que se le describe como hombre pequeño, pero gran capitán y muy
querido por sus soldados, tenía otra cualidad muy valiosa para las batallas:
era un magnífico jinete. Quizá por vanidad o por meterles el miedo a los
guerreros indios, o por ambas cosas, hizo ante Atahualpa una exhibición del
mejor manejo de su brioso caballo en situación de ataque.
(Imagen) Qué osadía introducirse en la temible
‘guarida’ de Atahualpa. Tras estar Hernando de Soto con el emperador inca,
también se presentó Hernando Pizarro, quien, una vez más, dio pruebas de su
carácter soberbio y desafiante. En aquella época los títulos se mostraban
ostentosamente. Sancho Ortiz de Matienzo, por ejemplo, siempre firmaba como
Doctor Matienzo. Ser ‘capitán del rey’ era un alto puesto de mando y un orgullo
en todo el imperio español. Por eso, a Francisco Pizarro no le gustó nada que
el gobernador Pedrarias nombrara capitán a Almagro, temiendo que mermara su
autoridad. Hernando Pizarro, además, había obtenido esa jerarquía con apenas
veinte años en aquellas guerras de Navarra que completaron lo que hoy es
España. Fue grosero con Atahualpa, pero tuvo el noble detalle de advertirle que
también Hernando de Soto era, como él, ‘nada menos’ que un capitán del rey.
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