(91) Cieza expone que Atahualpa decidió
quedarse en Cajamarca, confiando a sus generales el avance hacia el Cuzco, porque sus consejeros estimaron
que no debía arriesgar tanto personalmente
y porque era conveniente que no perdiera de vista las andanzas de los
españoles, que, aunque pocos, suponían una amenaza demasiado cercana, sobre
todo si se aliaban con sus enemigos. Faltaban solo dos combates para la derrota
total de Huáscar: “Partieron de Cajamarca Caracuchima y Quizquiz con los otros
capitanes, y afirman los que de esto me informaron (que lo fueron capitanes que
lo vieron todo por sus ojos y se
hallaron en las batallas) que iban ciento cuarenta mil hombres de guerra.
Podéis ver la calamidad de todo aquel tiempo en Perú, y cuán claro se veía que
Dios permitió la entrada de los españoles en un tiempo tan revuelto como nunca
tuvieron los allí nacidos”. El choque de los dos ejércitos resultó brutal: “Pasados
algunos acontecimientos entre una hueste y otra, se acercaron unos a otros para
la pelea inflamados en ira, y al tiempo ordenado, lucharon sin dejar el zumbido
de sus bocas, que era atronador. El suelo se llenó de muertos y la tierra se volvió
de color de sangre. Los muertos de ambas partes fueron, según dicen, más de
cuarenta mil hombres”.
Los de Huáscar, a pesar de lo incierto del
resultado, fueron derrotados y huyeron, pero se reorganizaron para volver al
ataque porque ya no había, por ambas partes, ninguna posibilidad de solución
pacífica: o victoria o muerte: “Le avisaron a Huáscar de la derrota, de lo cual
recibió gran temor, hizo sacrificio a los dioses, mandó juntar a los orejones y principales, que era lo
nobleza del Cuzco, y que viniesen las guarniciones, para que con él en persona
saliesen a procurar no perder la dignidad que le querían usurpar. Y partió con
grandes compañías sentado en andas ricas. Traíanlo en hombros orejones de su
linaje, mas tan triste que hablaba poco, deseoso de que le viesen menos de lo
que entonces convenía. Caracuchima prosiguió su camino hacia el Cuzco
victorioso y, junto al río Apurímac, resultó preso Huáscar en una celada.
Tratáronle inhumanamente, tanto que es lástima contarlo, ultrajándolo con palabras
de gran oprobio. Le robaron todo, deshonraron a las mujeres principales suyas y
mataron a muchos inocentes que no pecaron. Mandaron a los del Cuzco que
obedeciesen como señor a Atahualpa, teniéndolo por Inca. La noticia de caso tan
extraño se derramó por todas partes”.
Para complicar más las cosas sobre quién
fue el malo de la película, si Huáscar o Atahualpa, la teoría que parece
imponerse es la de que este se rebeló sin motivo. Cito a la historiadora
Concepción Bravo: “Atahualpa tuvo interés en justificar ante los españoles su
oposición al reconocimiento de la soberanía de su hermano. Estas explicaciones
de la división del imperio por voluntad de Huayna Cápac fueron aceptadas por la
mayoría de los cronistas (no así Estete, Ruiz de Arce, Pedro Pizarro y Cieza de
León). Teoría que no resiste una interpretación crítica de las fuentes que la
apoyan”.
En
cualquier caso, con derechos legítimos o sin ellos, así fue como Atahualpa
llegó a ser el único y más grande emperador de Perú, con un brillo resplandeciente
y cegador, pero que va a resultar tan efímero como el de una estrella fugaz.
(Imagen) Es curioso que, tanto Atahualpa como Moctezuma, ambos
emperadores divinizados, se mostraran tan sencillos frente a los españoles
durante su prisión. Quizá se debiera a una astuta capacidad de fingimiento. Hay
que dar por seguro que, si tuvieran en sus manos a Pizarro y a Cortés, los
habrían liquidado con refinada crueldad. El ‘manso’ Atahualpa, quien, desde la
cárcel, seguía mandando en sus tropas, convirtió la muerte de su hermano
Huáscar en un espantoso suplicio. Por orden
suya, el general Quizquiz, antes de matar a Huáscar, le obligó a contemplar un
espectáculo desgarrador. Reunió a sus concubinas, a más de ochenta hijos suyos,
a los criados de su servicio, a su madre, a su esposa, Mama Chuqui Uspay, a su
hermana y concubina, Mamaragua Ocllo, a varios de sus parientes y a cinco de
sus capitanes, ejecutándolos a todos. Por si fuera poco, les acuchilló el
vientre a las embarazadas para que no quedara ni rastro de descendencia suya.
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