lunes, 2 de octubre de 2017

(Día 501) Dramática narración de Pedro de Cieza de León sobre las últimas batallas entre Huáscar y Atahualpa.

     (91) Cieza expone que Atahualpa decidió quedarse en Cajamarca, confiando a sus generales el avance  hacia el Cuzco, porque sus consejeros estimaron que no debía arriesgar tanto personalmente  y porque era conveniente que no perdiera de vista las andanzas de los españoles, que, aunque pocos, suponían una amenaza demasiado cercana, sobre todo si se aliaban con sus enemigos. Faltaban solo dos combates para la derrota total de Huáscar: “Partieron de Cajamarca Caracuchima y Quizquiz con los otros capitanes, y afirman los que de esto me informaron (que lo fueron capitanes que lo vieron todo por sus ojos  y se hallaron en las batallas) que iban ciento cuarenta mil hombres de guerra. Podéis ver la calamidad de todo aquel tiempo en Perú, y cuán claro se veía que Dios permitió la entrada de los españoles en un tiempo tan revuelto como nunca tuvieron los allí nacidos”. El choque de los dos ejércitos resultó brutal: “Pasados algunos acontecimientos entre una hueste y otra, se acercaron unos a otros para la pelea inflamados en ira, y al tiempo ordenado, lucharon sin dejar el zumbido de sus bocas, que era atronador. El suelo se llenó de muertos y la tierra se volvió de color de sangre. Los muertos de ambas partes fueron, según dicen, más de cuarenta mil hombres”.
     Los de Huáscar, a pesar de lo incierto del resultado, fueron derrotados y huyeron, pero se reorganizaron para volver al ataque porque ya no había, por ambas partes, ninguna posibilidad de solución pacífica: o victoria o muerte: “Le avisaron a Huáscar de la derrota, de lo cual recibió gran temor, hizo sacrificio a los dioses, mandó juntar a  los orejones y principales, que era lo nobleza del Cuzco, y que viniesen las guarniciones, para que con él en persona saliesen a procurar no perder la dignidad que le querían usurpar. Y partió con grandes compañías sentado en andas ricas. Traíanlo en hombros orejones de su linaje, mas tan triste que hablaba poco, deseoso de que le viesen menos de lo que entonces convenía. Caracuchima prosiguió su camino hacia el Cuzco victorioso y, junto al río Apurímac, resultó preso Huáscar en una celada. Tratáronle inhumanamente, tanto que es lástima contarlo, ultrajándolo con palabras de gran oprobio. Le robaron todo, deshonraron a las mujeres principales suyas y mataron a muchos inocentes que no pecaron. Mandaron a los del Cuzco que obedeciesen como señor a Atahualpa, teniéndolo por Inca. La noticia de caso tan extraño se derramó por todas partes”.
     Para complicar más las cosas sobre quién fue el malo de la película, si Huáscar o Atahualpa, la teoría que parece imponerse es la de que este se rebeló sin motivo. Cito a la historiadora Concepción Bravo: “Atahualpa tuvo interés en justificar ante los españoles su oposición al reconocimiento de la soberanía de su hermano. Estas explicaciones de la división del imperio por voluntad de Huayna Cápac fueron aceptadas por la mayoría de los cronistas (no así Estete, Ruiz de Arce, Pedro Pizarro y Cieza de León). Teoría que no resiste una interpretación crítica de las fuentes que la apoyan”.
     En cualquier caso, con derechos legítimos o sin ellos, así fue como Atahualpa llegó a ser el único y más grande emperador de Perú, con un brillo resplandeciente y cegador, pero que va a resultar tan efímero como el de una estrella fugaz.


     (Imagen) Es curioso que, tanto Atahualpa como Moctezuma, ambos emperadores divinizados, se mostraran tan sencillos frente a los españoles durante su prisión. Quizá se debiera a una astuta capacidad de fingimiento. Hay que dar por seguro que, si tuvieran en sus manos a Pizarro y a Cortés, los habrían liquidado con refinada crueldad. El ‘manso’ Atahualpa, quien, desde la cárcel, seguía mandando en sus tropas, convirtió la muerte de su hermano Huáscar en un espantoso suplicio. Por orden suya, el general Quizquiz, antes de matar a Huáscar, le obligó a contemplar un espectáculo desgarrador. Reunió a sus concubinas, a más de ochenta hijos suyos, a los criados de su servicio, a su madre, a su esposa, Mama Chuqui Uspay, a su hermana y concubina, Mamaragua Ocllo, a varios de sus parientes y a cinco de sus capitanes, ejecutándolos a todos. Por si fuera poco, les acuchilló el vientre a las embarazadas para que no quedara ni rastro de descendencia suya.


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