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Semejante victoria resulta más asombrosa y extraña aun teniendo en cuenta que
el ejército de Atahualpa era una apisonadora mortífera. Lo explica Xerez: “En
la delantera de su ejército vienen honderos que tiran piedras como huevos,
llevan rodelas de tablillas angostas y muy fuertes, y jubones acolchados de
algodón; tras de estos vienen otros con porras de puntas agudas y hachas;
detrás vienen otros con lanzas pequeñas arrojadizas; en la retaguardia vienen
piqueros con lanzas largas. Todos vienen repartidos en escuadras con sus
banderas y capitanes, con tanto concierto como turcos. Eran todos hombres muy
diestros y ejercitados en la guerra, mancebos e grandes de cuerpo, que solo mil
de ellos bastan para asolar una población, aunque tenga veinte mil hombres”.
Total, que hubo dos milagros; el primero que Atahualpa cometiera el tremendo
error de presentarse ante Pizarro en Cajamarca como un pavo real seguro de su
poderío, rodeado de una multitud de indios tan grande que convirtieron la plaza
en una ratonera fatal para la estampida que les iban a provocar los españoles;
el segundo, que Pizarro y sus hombres, al ver un día antes el inmenso ejército
desplegado en el campamento de Atahualpa,
no salieran, también de estampida, corriendo y sin mirar atrás para volver
cuanto antes a Panamá.
Cieza cuenta la rapidez con que la noticia se extendió por Perú: “Como
se derramó la fama de estar preso Atahualpa, causó grande admiración; asombrábanse
de haber tenido ciento sesenta hombres el poder de hacerlo; muchos se alegraron
y otros lloraban con gemidos. Caracuchima fue el general que más notable
sentimiento hizo; quejábase de sus dioses por haber permitido tal cosa.
Encomendó la guarda de Huáscar a sus capitanes y fue al valle de Jauja a
sosegar a los huancas (indios contarios a
Atahualpa), donde hizo notable daño”. (Lo que revela que los principales
capitanes de Atahualpa iban a seguir en plan de guerra contra los partidarios
de Huáscar y contra los españoles). “Los indios del Cuzco, cuando llegó la
nueva de la prisión de Atahualpa, alegráronse; tenían el acontecimiento por
milagro; creían que su dios Ticiviracocha envió del cielo aquellos hijos suyos,
los españoles, para que libraran a Huáscar y lo restituyesen en el trono;
aguardaban a ver qué es lo que los cristianos harían de Atahualpa; nunca
pensaron que lo mataran, ni tampoco Atahualpa lo pensó”.
El cronista Xerez añade más detalles: “Cuando el
Gobernador y los españoles hubieron descansado del trabajo del camino y de la
batalla, envió mensajeros al pueblo de San Miguel, haciendo saber a los vecinos
(españoles) lo que le había acaecido,
y por saber de ellos cómo les iba y si habían venido algunos navíos. Mandó
hacer en la plaza de Cajamarca una iglesia donde se celebrase el santísimo
sacramento de la misa, derribar la cerca porque era baja y hacer otra más alta.
Sabida por los caciques de esta provincia la prisión de Atahualpa, muchos de
ellos vinieron de paz a ver al Gobernador. Todos estaban sujetos a Atahualpa y,
cuando ante él llegaban, le hacían gran acatamiento besándole los pies y las
manos. Él los recibía sin mirarlos. Cosa extraña es decir la gravedad de
Atahualpa y la mucha obediencia que todos le tenían”.
(Imagen) Todo es cuestión de grados: la ocupación de los territorios de
Indias fue fruto de una mentalidad imperialista que hoy repugna, aunque no se
debe olvidar que, como quien dice ayer, los británicos la pusieron en práctica.
En grados de crueldad e intolerancia, los españoles fueron ocupantes bastante
‘llevaderos’ comparados con otras naciones (basta ver lo que pasó con los
indios norteamericanos). Por su espíritu religioso, y hasta por sentido práctico,
respetaron las estructuras sociales de los indios. No les obligaban a
bautizarse, mantuvieron la autoridad de los caciques y no existió el tabú del
mestizaje. Un indio era tan súbdito del rey como un habitante de Castilla, con
sus mismos derechos y deberes. Cuando estuvieron presos Moctezuma y Atahualpa
se repitió la misma escena: les visitaban los caciques principales para escuchar
sus órdenes. Aunque tampoco cabe duda de que la vida práctica de los indios
quedaba muchas veces desprotegida de los derechos que les correspondían.
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