miércoles, 11 de octubre de 2017

(Día 509) El indio mensajero de Pizarro dice que Atahualpa se prepara para atacar y agrede al enviado del inca acusándolo de mentiroso. Los españoles ascienden penosamente. A Atahualpa le aconsejan que los ataque, pero decide esperarlos. Cieza lo considera providencial.

     (99) Por si ya habíamos olvidado al indio de San Miguel que partió para darle a Atahualpa un mensaje de Pizarro, lo vamos a ver ahora, y bien ‘cabreado’: “Vino el indio de San Miguel que había enviado el Gobernador adonde Atahualpa, y viendo a su mensajero, que presente estaba, arremetió contra él y trabole de las orejas tirando reciamente hasta que el Gobernador mandó que lo soltase, y preguntándole por qué lo había hecho, dijo: Este es un gran bellaco y viene aquí a decir mentiras, porque Atahualpa está preparado para la guerra con mucha gente junto a Cajamarca. A mí me quisieron matar, y no lo hicieron porque les  dije que, si me mataban, matarían acá a los embajadores suyos, y con esto, me dejaron. Díjeles que me dejasen ver a Atahualpa para decirle mi embajada, y no quisieron, diciendo que estaba ayunando y no podía hablar con nadie”. Un tío de Atahualpa quiso saber datos de los españoles y el cacique de San Miguel le explicó con detalle su poder militar y su eficacia con los caballos, pero, lógicamente, no se lo tomó en serio debido a lo reducido de la tropa. El maltratado embajador de Atahualpa rechazó de plano esa versión, insistiendo en que le estaba esperando en Cajamarca en son de paz. Pizarro fingió creerle y hasta hizo el teatro de afearle al indio de San Miguel su arrebato: “El Gobernador le dijo que le creía y no dejó de hacerle en adelante tan buen tratamiento como antes, y riñó al indio de San Miguel dando a entender que le pesaba que le hubiera maltratado en su presencia, pero teniendo por cierto en lo secreto que era verdad lo que había dicho”.
     Tras otro día de marcha, se quedaron a dormir en un llano, tan próximos a Cajamarca que su intención era llegar allí el mediodía siguiente. Estaban tan cerca que se podían ‘quemar’, y también el nerviosismo de los incas parecía descontrolado: “Vinieron mensajeros de Atahualpa con comida para los cristianos”. Cieza lo cuenta con más detalle. Habla primero de las dudas que tuvieron el emperador inca y sus generales acerca de lo que convenía hacer, si salir en tromba arrasando a los españoles o dejarlos llegar y aniquilarlos después: “Determinó Atahualpa no salir contra los españoles y mandó que fuesen adonde ellos con un mensaje y un presente donoso varios embajadores acompañados de quince o veinte indios”. La situación era tan dramática y el poderío tan desigual, que Cieza, como todos los cronistas, vio tras los acontecimientos una intervención divina: “Negocio fue este grande y que muestra cómo Dios obró con su poder cegando el entendimiento a los indios para que no saliesen contra los cristianos, porque aun sin pelear, sino con solo que salieran al mismo tiempo en tropel, a todos los cogieran, y más viniendo como venían por la sierra”. Recordemos de paso que esa ‘sierra’ no era cualquier cosa, sino el enorme muro de los Andes. El cronista Pizarro, que lo sufrió en sus carnes, confirma el gran riesgo de ese recorrido: “Caminando con el Marqués aquellas jornadas, llegados que fuimos al subir de esta sierra, no faltó temor harto, temiendo que hubiese alguna gente emboscada que nos tomase de sobresalto”.


     (Imagen) Ya comenté que Atahualpa podía ser feroz. La mayor masacre la hizo en Tomebamba, donde acabó con casi toda la población de cañaris, lo que provocó que después fueran los indios más fieles a los españoles, llegando a luchar unidos, como ya veremos. En tiempos pasados, los incas se expandieron  hasta lo que ahora es Ecuador. Tupac Yupanqui fundó Tomebamba, capital del norte del imperio, y luego sede principal de su hijo Huayna Cápac. Su nieto Atahualpa fue allí derrotado por Huáscar y hecho preso con ayuda de los cañaris. Se escapó, volvió para vengarse y arrasó la ciudad. Cuando Atahualpa derrotó a Huáscar, envió a su ejército a ocupar la principal capital del imperio, Cuzco, y él se retiró, ya tranquilo y con muchas tropas, a Cajamarca, su lugar de esparcimiento preferido, aunque quizá también pretendiera ver de cerca las andanzas de los españoles, sin darse cuenta de que eran ellos los que lo habrían perseguido hasta el fin del mundo. Tomebamba es hoy la bella ciudad de Cuenca, fundada en 1557 por el conquense virrey de Perú Andrés Hurtado de Mendoza.


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