(99) Por si ya habíamos olvidado al indio
de San Miguel que partió para darle a Atahualpa un mensaje de Pizarro, lo vamos
a ver ahora, y bien ‘cabreado’: “Vino el indio de San Miguel que había enviado
el Gobernador adonde Atahualpa, y viendo a su mensajero, que presente estaba,
arremetió contra él y trabole de las orejas tirando reciamente hasta que el Gobernador
mandó que lo soltase, y preguntándole por qué lo había hecho, dijo: Este es un gran bellaco y viene aquí a decir
mentiras, porque Atahualpa está preparado para la guerra con mucha gente junto
a Cajamarca. A mí me quisieron matar, y no lo hicieron porque les dije que, si me mataban, matarían acá a los
embajadores suyos, y con esto, me dejaron. Díjeles que me dejasen ver a
Atahualpa para decirle mi embajada, y no quisieron, diciendo que estaba
ayunando y no podía hablar con nadie”. Un tío de Atahualpa quiso saber
datos de los españoles y el cacique de San Miguel le explicó con detalle su
poder militar y su eficacia con los caballos, pero, lógicamente, no se lo tomó
en serio debido a lo reducido de la tropa. El maltratado embajador de Atahualpa
rechazó de plano esa versión, insistiendo en que le estaba esperando en
Cajamarca en son de paz. Pizarro fingió creerle y hasta hizo el teatro de
afearle al indio de San Miguel su arrebato: “El Gobernador le dijo que le creía
y no dejó de hacerle en adelante tan buen tratamiento como antes, y riñó al
indio de San Miguel dando a entender que le pesaba que le hubiera maltratado en
su presencia, pero teniendo por cierto en lo secreto que era verdad lo que
había dicho”.
Tras otro día de marcha, se quedaron a dormir
en un llano, tan próximos a Cajamarca que su intención era llegar allí el
mediodía siguiente. Estaban tan cerca que se podían ‘quemar’, y también el
nerviosismo de los incas parecía descontrolado: “Vinieron mensajeros de
Atahualpa con comida para los cristianos”. Cieza lo cuenta con más detalle.
Habla primero de las dudas que tuvieron el emperador inca y sus generales
acerca de lo que convenía hacer, si salir en tromba arrasando a los españoles o
dejarlos llegar y aniquilarlos después: “Determinó Atahualpa no salir contra
los españoles y mandó que fuesen adonde ellos con un mensaje y un presente
donoso varios embajadores acompañados de quince o veinte indios”. La situación
era tan dramática y el poderío tan desigual, que Cieza, como todos los
cronistas, vio tras los acontecimientos una intervención divina: “Negocio fue
este grande y que muestra cómo Dios obró con su poder cegando el entendimiento
a los indios para que no saliesen contra los cristianos, porque aun sin pelear,
sino con solo que salieran al mismo tiempo en tropel, a todos los cogieran, y
más viniendo como venían por la sierra”. Recordemos de paso que esa ‘sierra’ no
era cualquier cosa, sino el enorme muro de los Andes. El cronista Pizarro, que
lo sufrió en sus carnes, confirma el gran riesgo de ese recorrido: “Caminando
con el Marqués aquellas jornadas, llegados que fuimos al subir de esta sierra,
no faltó temor harto, temiendo que hubiese alguna gente emboscada que nos
tomase de sobresalto”.
(Imagen) Ya comenté que Atahualpa podía
ser feroz. La mayor masacre la hizo en Tomebamba, donde acabó con casi toda la
población de cañaris, lo que provocó que después fueran los indios más fieles a
los españoles, llegando a luchar unidos, como ya veremos. En tiempos pasados,
los incas se expandieron hasta lo que
ahora es Ecuador. Tupac Yupanqui fundó Tomebamba, capital del norte del imperio,
y luego sede principal de su hijo Huayna Cápac. Su nieto Atahualpa fue allí
derrotado por Huáscar y hecho preso con ayuda de los cañaris. Se escapó, volvió
para vengarse y arrasó la ciudad. Cuando Atahualpa derrotó a Huáscar, envió a
su ejército a ocupar la principal capital del imperio, Cuzco, y él se retiró,
ya tranquilo y con muchas tropas, a Cajamarca, su lugar de esparcimiento preferido,
aunque quizá también pretendiera ver de cerca las andanzas de los españoles,
sin darse cuenta de que eran ellos los que lo habrían perseguido hasta el fin
del mundo. Tomebamba es hoy la bella ciudad de Cuenca, fundada en 1557 por el
conquense virrey de Perú Andrés Hurtado de Mendoza.
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