miércoles, 25 de octubre de 2017

(521) Atahualpa iba rodeado de personajes de la aristocracia y todos murieron. De los españoles, milagrosamente, ninguno. Pizarro trató de consolar a Atahualpa con argumentos poco consoladores, le permitió que tuviera a sus mujeres y tranquilizó a los vencidos asegurándoles que los trataría bien.

     (111) Por su parte, el cronista Francisco de Xerez, quien, aunque juzgaba con dureza a Atahualpa no dejaba de admirar su talante  majestuoso, los caballos de tropel, cosa que nunca habían visto, que con gran completa algunos detalles de lo que vio: “En todo esto, no alzó armas ningún indio contra los españoles, porque fue tanto el espanto que tuvieron de ver entrar al Gobernador entre ellos y soltar de improviso la artillería y entrar turbación procuraban más huir para salvar las vidas que de hacer guerra. Todos los que traían las andas de Atahualpa parecieron ser hombres principales, los cuales todos murieron, y también los que venían en las literas y hamacas. Murió también el cacique señor de Cajamarca. El Gobernador se fue a su posada con su prisionero Atahualpa despojado de sus vestiduras, pues los españoles se las habían roto por quitarle de las andas”. Y le sale del alma la siguiente reflexión: “Cosa fue maravillosa ver preso en tan breve tiempo a tan gran señor, que tan poderoso venía”. Se le olvida otra maravilla: no murió ni un solo español a pesar de aquel loco ataque en medio de la estampida de los indios, en lo que fue la batalla más decisiva de la conquista de Perú. “El Gobernador mandó sacar ropa de la tierra y que lo vistieran, y quiso aplacarle el enojo y turbación que tenía de verse tan presto caído de su estado”. Le dijo que no se sintiera humillado por la derrota, puesto que los españoles habían puesto al servicio del emperador a otros más poderosos que él. Palabras diplomáticas que de poco podían valer, como las que añadió después (entre hipócritas y sinceras): “Cuando hayáis visto el error en que habéis vivido, conoceréis el beneficio que recibís de haber venido nosotros a esta tierra”. Se refería al conocimiento de la fe cristiana, pero también a otra cosa: “Debes tener por buena ventura que no has sido desbaratado por gente cruel, como vosotros sois, que no dais vida a ninguno. Nosotros usamos de piedad con nuestros enemigos vencidos, pues pudiéndolos destruir, los perdonamos, y no hacemos guerra sino a los que nos la hacen. Y si tú fuiste preso y tu gente desbaratada y muerta, fue porque venías con tan gran ejército contra nosotros, habiéndote rogado que vinieses de paz”.
     Cieza completa lo que dice Xerez con otros aspectos importantes: “El despojo obtenido fue grande de cántaros de oro y plata, y otras joyas y piedras preciosas. Cautivaron muchas señoras principales, de linaje real y de caciques, algunas muy hermosas, vestidas a su modo, que es galano. También muchas mamaconas, que son las vírgenes que estaban en los templos. De los españoles, no peligró ninguno y dieron muchas gracias por ello a Dios. Permitió Pizarro que tuviera sus mujeres Atahualpa, el cual mostraba buen semblante, fingiendo más alegría que tristeza, y esforzaba a los que veía de los suyos diciéndoles que era usanza de la guerra vencer y ser vencidos”. Por orden de Pizarro, fueron varios españoles al campamento de Atahualpa y recogieron otro importante botín: “No hicieron enojo a los indios que allí estaban porque ellos tampoco se resistieron; harto tenían que llorar por su calamidad. Amonestábanles los nuestros para que fuesen a ver a Atahualpa y a saber lo que les mandaba; muchos iban. Pizarro les consolaba certificándoles que él no daría guerra si ellos no la diesen primero; tranquilizoles mucho tal razón”.


     (Imagen) Los conquistadores españoles no solo exhibieron grandes dosis de valor en todas sus campañas. Como asociamos la muerte a las guerras, pasa desapercibido otro aspecto de aquel permanente calvario (a veces compensado con gloriosos triunfos, pero siempre pagando el precio de todo tipo de sufrimientos): no se pueden olvidar el hambre canina por quedarse sin suministros, los fríos en las altas montañas nevadas, los calores húmedos y tórridos, el esfuerzo agotador tragando leguas, las enfermedades devastadoras, los mortíferos caimanes… Y, como era habitual, la extenuación de batallar durante horas seguidas. Lo que quiere decir que no solo tuvieron una gran fuerza moral, sino, también, una excepcional resistencia física. El acierto estratégico de Pizarro en Cajamarca, atacando como un rayo a quienes rodeaban a Atahualpa, logró su apresamiento y la muerte de los aristócratas que lo rodeaban, así como la derrota, por desmoralización, de su ejército. Y para redondear el éxito, ocurrió algo totalmente fuera de lo normal: no murió ni un solo español.


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