miércoles, 20 de julio de 2022

(1780) Gran malestar de los españoles porque el nuevo gobernador, Francisco López de Zúñiga, llegó con la orden real de que les aplicara un viejo impuesto. Incluso él iba a sufrir un retraso en el cobro de su sueldo.

 

     (1380) A lo largo de su texto, el estupendo historiador chileno Diego Barros peca, a mi modo de ver, de ser excesivamente crítico con el espíritu religioso de aquellos tiempos de Chile. También parece dramatizar con respecto a la situación económica y militar en que se encontraba España. Pero, en este punto, habrá que darle parte de razón porque nos  va  a mostrar datos inapelables. Y no solo de eso, sino también de la durísima situación de los españoles en aquel país. Escuchémosle: "Nada más tomar posesión de su cargo el nuevo gobernador, Francisco López de Zúñiga, Marqués de Baides (Guadalajara), el contento de los vecinos de los vecinos desapareció, produciéndose un inquietante malestar. Hasta entonces, los españoles, a causa del estado de guerra y de su evidente pobreza, se habían evitado el pago de algunas de las numerosas contribuciones con que estaban gravados por el Rey de España. Una de las más onerosas era la alcabala. Gravaba no sólo las transferencias de las propiedades, sino también las ventas mercantiles. Pero este impuesto era muy odiado por las poblaciones, y ya a fines del siglo XVI, cuando el Virrey don García Hurtado de Mendoza lo exigió en Perú, la ciudad de Quito se puso en abierta rebelión, y fue necesaria una campaña militar para someterla. Debido a los desastres ocurridos en Chile después de la muerte de Óñez de Loyola (en 1598), los españoles quedaron exentos por un tiempo del pago de aquella odiada y gravosa contribución”.

     Apuntarse a la aventura de las Indias debía de tener un componente de insensatos sueños de gloria y riqueza, quizá debido a que la vida en España fuera demasiado miserable, y Chile era un lugar especialmente duro. El Rey volvió pronto a la carga con los impuestos: “Los apuros siempre crecientes del tesoro real no permitían que se perpetuase esta exención. En tres diversas cédulas expedidas por Felipe IV, en 1627, 1633 y 1636, había  dispuesto que la alcabala se estableciese en todos los países de las Indias. El Marqués de Baides llegaba a Santiago en septiembre de 1639 con la orden terminante de exigir en Chile ese impuesto, que suponía cada año veinte mil ducados para la Corona. Se produjo inmediatamente en la ciudad una gran alarma. El vecindario celebró un cabildo abierto bajo la presidencia del general don Valeriano de Ahumada, corregidor de la ciudad (en la cual se conserva una importante calle con su nombre). Se acordó enseguida solicitar respetuosamente del virrey de Perú que se eximiese a Chile de aquella gravosa contribución. Un mes más tarde el cabildo de Santiago nombraba los apoderados que debían realizar en Lima estas gestiones. Incluso el Gobernador, testigo de la angustiada situación de Chile, parecía estar de parte del vecindario al comunicar al Rey estas circunstancias, y estas gestiones dieron por resultado solamente una reducción del impuesto. El importe de la alcabala para Chile fue fijada en 12.500 pesos, esto es, la mitad de la suma que había pedido el virrey de Perú. Otro asunto que por entonces le preocupaba al Marqués de Baides era la proyectada repoblación de la ciudad de Valdivia. Felipe IV, por despachos expedidos en abril de 1637, había reprobado duramente la conducta del virrey del Perú que, como contamos, se atrevió a no cumplir las órdenes supremas que mandaban llevar a cabo esa repoblación”.

 

     (Imagen) Diego Barros nos habla del nuevo gobernador de Chile: “DON FRANCISCO LÓPEZ DE ZÚÑIGA (nacido en Pedrosa del Rey-Valladolid) el año 1599), Marqués de Baides y caballero del Hábito de Santiago, era un capitán español que había prestado a la Corona largos y buenos servicios militares. Felipe IV le dio en 1622 el título de marqués tras haberse incorporado al ejército con solo 17 años, donde sirvió en las campañas de Flandes hasta alcanzar el rango de capitán. Vuelto a España hacia 1636, el Rey le dio el puesto de gobernador de Santa Cruz de la Sierra (Perú), cuyo nombramiento lo obligó a pasar a América. Más tarde, por muerte de su padre, que le dejó un modesto mayorazgo, López de Zúñiga se disponía a fines de 1638 a volver a España, pero llegó a sus manos una cédula real en la que se le nombraba gobernador de Chile por un período de ocho años. El documento revelaba la pobreza a que había llegado la Hacienda Real y los métodos que utilizaba el Rey para procurarse recursos. López de Zúñiga no debía cobrar su sueldo hasta el día en que tomase el gobierno, y estaba obligado a pagar adelantado a la Corona la mitad del sueldo correspondiente al primer año. Era el impuesto con el que Felipe IV acababa de gravar a los funcionarios públicos. Estos onerosos gravámenes complicaban mucho la situación de los gobernadores en los primeros días de mando, pues tenían que hacer gastos considerables en su viaje y en su instalación. A pesar de todo, el Marqués de Baides aceptó gustoso el puesto a que se le llamaba, se trasladó inmediatamente a Lima, y con toda actividad comenzó a hacer sus preparativos de viaje. Con los dineros del situado (fondo económico anual destinado al ejército) pudo reunir 326 hombres distribuidos en tres compañías, y comprar algunas armas, pero estos gastos, así como el pago de algunos compromisos anteriores, disminuyeron considerablemente sus recursos. Al fin, venciendo todo género de inconvenientes, partió del Callao (puerto de Lima) el 20 de marzo de 1639, llegó a Concepción en la noche del 1º de mayo siguiente, y, como ya dijimos, tomó posesión del gobierno de Chile pocas horas más tarde, a la luz de las antorchas y de las luminarias”. Es de suponer que los gobernadores, a pesar de esas estrecheces económicas y de  los peligros de luchar contra los mapuches, confiaran en poder sacar algún provecho monetario importante, y, por supuesto, el disfrute y la honra de la alta dignidad de su cargo. En cuanto llegó a Chile FRANCISCO LÓPEZ DE ZÚÑIGA, se entregó a sus responsabilidades: “Se instaló en Concepción, desde allí envió algunas ayudas a los españoles destacados en los fuertes de la frontera con los mapuches, y estudió el estado de la guerra, que le pareció poco satisfactorio y sembrado de peligros”.




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