jueves, 14 de julio de 2022

(1775) Era tal el ansia, en todas partes, de que ocurriera algo bueno en Chile, que la victoria de La Albarrada fue celebrada con gran entusiasmo por doquier. Pero el gobernador Francisco Laso de la Vega sabía que los mapuches nunca se rendirían.

 

     (1375) Fue un magnífico triunfo, en el que mucho tendría que ver la veteranía y la bravura del gobernador Francisco Laso de la Vega, pero la 'enfermedad' mapuche seguía siendo grave y de futuro incierto: “En la misma mañana, el Gobernador regresó en triunfo a sus ‘cuarteles de Arauco, a dar gracias a Dios de aquel suceso, y llegó a tiempo -dice el historiador Tesillo- de que se pudiera decir misa con procesión general,  y se cantó el Te Deum Laudamus en acción de gracias'. El aviso del Gobernador, llevado por el capitán don Fernando de Bustamante, llegó a Santiago el 17 de enero, y dio lugar a demostraciones de gran contento. El Cabildo se reunió el 24 de enero para tomar algunos acuerdos. En albricias por tan prósperas noticias (era tradicional premiarlas), los capitulares obsequiaron con 250 pesos al capitán Bustamante. 'Y siendo muy justo, anotaron los cabildantes, que se muestre esta ciudad agradecida a su señoría, el Gobernador, se decide comprarle un buen caballo por lo mucho que merece el gran servicio que ha prestado'. El caballo era de Jusepe León y el mejor que había en Santiago, pagándose por él 350 pesos".

     El Gobernador estaba saboreando las mieles del gran éxito obtenido, pero no quiso dejar pasar el verano sin llevar a cabo alguna campaña más:  "El 20 de enero había concentrado una gran parte de su ejército en la ribera sur del río Biobío, al pie del cerro de Negrete (ya expliqué que un adinerado español de la zona se apellidaba así), donde los españoles habían tenido un fuerte, situado a pocas leguas de la plaza de Nacimiento. Desde allí se adelantó con sus tropas por el valle central al interior del territorio enemigo, pasando más allá de Purén y de Lumaco, sin hallar por ninguna parte gentes armadas contra quienes combatir. Los indios de esta región, advertidos de los movimientos del Gobernador, se habían dispersado en todas direcciones para evitar una batalla que podía serles funesta, pero todo dejaba comprender que ahora, como en las otras ocasiones en que habían empleado la misma táctica, su propósito era el de mantenerse en constante estado de guerra. Laso de la Vega estableció su campo a orillas del río Colpi, y desde allí dispuso que el sargento mayor, Fernández de Rebolledo, a la cabeza de toda la caballería y de los indios amigos, fuera a hacer ataques en los campos vecinos a la destruida ciudad de La Imperial. En estas correrías tampoco hallaron resistencia los españoles; pero consiguieron apoderarse de unos ciento cincuenta indios que apresaron como cautivos y, sin duda, habrían podido hacer una presa más considerable si no se hubieran hecho sentir en sus filas la discordia y la desorganización. Después de una campaña de cerca de dos meses completos, en que no se consiguió más que este mezquino resultado, el ejército daba la vuelta a sus acuartelamientos de la frontera del Biobío a mediados de marzo. Esta campaña que, con pequeña diferencia de accidentes, era la repetición de las que habían hecho otros gobernadores, vino a fijar las ideas de Lazo de la Vega sobre los medios de llevar a cabo la conquista. Se convenció de que los indios de Chile no podían ser sometidos sino por un sistema de poblaciones sólidamente asentadas dentro de su territorio".

 

     (Imagen) La noticia del gran triunfo obtenido en La Albarrada, y más aún por haberse producido en el tormentoso territorio de Chile, no tardó en llegar a puntos lejanos: "En el Perú se celebró con gran aparato la victoria de La Albarrada. El gobernador Laso de la Vega había mandado por mar la noticia al Virrey, enviándole, a la vez, sesenta indios prisioneros para que sirviesen en las galeras del Callao. 'Llegó a Lima el aviso, dice el historiador Tesillo, y se recibió en la ciudad con el regocijo que merecía. Se presentaron en palacio los oidores de la Real Audiencia para dar la enhorabuena al Virrey, LUIS JERÓNIMO FERNÁNDEZ DE CABRERA (ver en imagen su partida de España en abril de 1628),  pero él, con santo y religioso celo, se fue con la misma Audiencia a la catedral a dar las gracias a quien tan piadosamente lo dispuso, y mandó escribir cartas a todas las ciudades del reino de Perú para que hiciesen en ellas los mismos rendimientos de gracias. Pareciendo conveniente que aquellos indios cautivos que había remitido el Gobernador para las galeras del Callao viesen a los habitantes de la ciudad de Lima, fueron traídos a ella y se llevaron a la plaza mayor, donde el número de gente que acudió por la noticia era muy numerosa, y había también un escuadrón de soldados, que recibió a los indios con salvas de arcabuces y mosquetes, no para hacerles una honra, sino para que se admirasen de ver en todas partes escuadrones de españoles'. La fama alcanzada por el gobernador Francisco Laso de la Vega después de aquella victoria se extendió por todas las colonias españolas, dando origen a que se celebrara ese éxito casi como si fuera el término de una guerra que costaba al Rey tan grandes sacrificios. Sin embargo, la batalla de La Albarrada, por más que hubiese sido una derrota desastrosa de los indios, no merecía por las consecuencias que tuvo que se le tributasen tantos honores. La guerra que sostenían aquellos bárbaros no podía terminarse con una ni con varias derrotas. Volvieron a sus tierras confundidos y descalabrados, pero, una vez lejos del alcance de sus perseguidores, les abandonó el pánico y comenzaron a prepararse de nuevo para otras correrías. Laso de la Vega parecía comprender la verdad acerca de su situación y, por eso, después de su victoria, se abstuvo cuidadosamente de mandar perseguir a los fugitivos al interior de sus tierras, temeroso de las emboscadas en que podían caer sus tropas". Además, el Gobernador era muy consciente de que necesitaba con urgencia un refuerzo importante de hombres para no perder terreno frente a los mapuches, y, sabiendo que una carta serviría de poco, le envió a España a Francisco de Avendaño con el encargo de pedirle al Rey el envío de más soldados, para lo que partió a primeros de abril de 1631.




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