(1375) Fue un magnífico triunfo, en el que
mucho tendría que ver la veteranía y la bravura del gobernador Francisco Laso
de la Vega, pero la 'enfermedad' mapuche seguía siendo grave y de futuro
incierto: “En la misma mañana, el Gobernador regresó en triunfo a sus ‘cuarteles
de Arauco, a dar gracias a Dios de aquel suceso, y llegó a tiempo -dice el
historiador Tesillo- de que se pudiera decir misa con procesión general, y se cantó el Te Deum Laudamus en acción de
gracias'. El aviso del Gobernador, llevado por el capitán don Fernando de
Bustamante, llegó a Santiago el 17 de enero, y dio lugar a demostraciones de
gran contento. El Cabildo se reunió el 24 de enero para tomar algunos acuerdos.
En albricias por tan prósperas noticias (era tradicional premiarlas),
los capitulares obsequiaron con 250 pesos al capitán Bustamante. 'Y siendo muy
justo, anotaron los cabildantes, que se muestre esta ciudad agradecida a su
señoría, el Gobernador, se decide comprarle un buen caballo por lo mucho que
merece el gran servicio que ha prestado'. El caballo era de Jusepe León y el
mejor que había en Santiago, pagándose por él 350 pesos".
El Gobernador estaba saboreando las mieles
del gran éxito obtenido, pero no quiso dejar pasar el verano sin llevar a cabo
alguna campaña más: "El 20 de enero
había concentrado una gran parte de su ejército en la ribera sur del río Biobío,
al pie del cerro de Negrete (ya expliqué que un adinerado español de la zona
se apellidaba así), donde los españoles habían tenido un fuerte, situado a pocas
leguas de la plaza de Nacimiento. Desde allí se adelantó con sus tropas por el
valle central al interior del territorio enemigo, pasando más allá de Purén y
de Lumaco, sin hallar por ninguna parte gentes armadas contra quienes combatir.
Los indios de esta región, advertidos de los movimientos del Gobernador, se
habían dispersado en todas direcciones para evitar una batalla que podía serles
funesta, pero todo dejaba comprender que ahora, como en las otras ocasiones en
que habían empleado la misma táctica, su propósito era el de mantenerse en
constante estado de guerra. Laso de la Vega estableció su campo a orillas del
río Colpi, y desde allí dispuso que el sargento mayor, Fernández de Rebolledo,
a la cabeza de toda la caballería y de los indios amigos, fuera a hacer ataques
en los campos vecinos a la destruida ciudad de La Imperial. En estas correrías
tampoco hallaron resistencia los españoles; pero consiguieron apoderarse de
unos ciento cincuenta indios que apresaron como cautivos y, sin duda, habrían
podido hacer una presa más considerable si no se hubieran hecho sentir en sus
filas la discordia y la desorganización. Después de una campaña de cerca de dos
meses completos, en que no se consiguió más que este mezquino resultado, el
ejército daba la vuelta a sus acuartelamientos de la frontera del Biobío a
mediados de marzo. Esta campaña que, con pequeña diferencia de accidentes, era
la repetición de las que habían hecho otros gobernadores, vino a fijar las
ideas de Lazo de la Vega sobre los medios de llevar a cabo la conquista. Se
convenció de que los indios de Chile no podían ser sometidos sino por un
sistema de poblaciones sólidamente asentadas dentro de su territorio".
(Imagen) La noticia del gran triunfo obtenido
en La Albarrada, y más aún por haberse producido en el tormentoso territorio de
Chile, no tardó en llegar a puntos lejanos: "En el Perú se celebró con
gran aparato la victoria de La Albarrada. El gobernador Laso de la Vega había mandado
por mar la noticia al Virrey, enviándole, a la vez, sesenta indios prisioneros
para que sirviesen en las galeras del Callao. 'Llegó a Lima el aviso, dice el
historiador Tesillo, y se recibió en la ciudad con el regocijo que merecía. Se
presentaron en palacio los oidores de la Real Audiencia para dar la enhorabuena
al Virrey, LUIS JERÓNIMO FERNÁNDEZ DE CABRERA (ver en imagen su partida de
España en abril de 1628), pero él, con
santo y religioso celo, se fue con la misma Audiencia a la catedral a dar las
gracias a quien tan piadosamente lo dispuso, y mandó escribir cartas a todas
las ciudades del reino de Perú para que hiciesen en ellas los mismos
rendimientos de gracias. Pareciendo conveniente que aquellos indios cautivos
que había remitido el Gobernador para las galeras del Callao viesen a los
habitantes de la ciudad de Lima, fueron traídos a ella y se llevaron a la plaza
mayor, donde el número de gente que acudió por la noticia era muy numerosa, y
había también un escuadrón de soldados, que recibió a los indios con salvas de
arcabuces y mosquetes, no para hacerles una honra, sino para que se admirasen
de ver en todas partes escuadrones de españoles'. La fama alcanzada por el
gobernador Francisco Laso de la Vega después de aquella victoria se extendió
por todas las colonias españolas, dando origen a que se celebrara ese éxito
casi como si fuera el término de una guerra que costaba al Rey tan grandes
sacrificios. Sin embargo, la batalla de La Albarrada, por más que hubiese sido
una derrota desastrosa de los indios, no merecía por las consecuencias que tuvo
que se le tributasen tantos honores. La guerra que sostenían aquellos bárbaros
no podía terminarse con una ni con varias derrotas. Volvieron a sus tierras
confundidos y descalabrados, pero, una vez lejos del alcance de sus
perseguidores, les abandonó el pánico y comenzaron a prepararse de nuevo para
otras correrías. Laso de la Vega parecía comprender la verdad acerca de su
situación y, por eso, después de su victoria, se abstuvo cuidadosamente de
mandar perseguir a los fugitivos al interior de sus tierras, temeroso de las
emboscadas en que podían caer sus tropas". Además, el Gobernador era muy
consciente de que necesitaba con urgencia un refuerzo importante de hombres
para no perder terreno frente a los mapuches, y, sabiendo que una carta
serviría de poco, le envió a España a Francisco de Avendaño con el encargo de
pedirle al Rey el envío de más soldados, para lo que partió a primeros de abril
de 1631.
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