-Que se enredó más todavía,
veterano plumífero, porque, como sabemos, el impaciente Cortés montó una expedición
a lo grande antes de tiempo, y se puso en marcha para solucionar el problema
Olid; se cruzó en el camino, sin verlos, con Francisco de las Casas y Gil
González Dávila, que iban precisamente a México para contarle todo lo ocurrido.
Vamos a hacer una pequeña reseña de este último, por su interesante biografía y
porque era otro protegido del obispo Fonseca, al que, mal que os pese, hijos
míos, siempre le estaré agradecido. Don Gil comenzó su carrera como criado
de mi ‘padrino’. Fue a La Española en 1511,
como funcionario. Con la ayuda de Fonseca, le nombraron general del Mar del Sur
(el Pacífico), consiguió esquivar al
despótico Pedrarias, se asoció con el piloto Andrés Niño (cuyos restos,
como veremos, reposan junto a Sandoval en el monasterio de La Rábida), y
salieron de expedición. Gil González Dávila y Andrés Niño llegaron desde Panamá a una amplia
entrada de la costa de Honduras, en el Pacífico, y el agradecido pupilo del
obispo la dejó llamada para siempre Golfo de Fonseca. Luego se separaron, yendo
Niño por las aguas costeras y siguiendo él, tierra adentro, por Nicaragua. Una nueva manita del poderosísimo
Fonseca le consiguió autorización para explorar Honduras por la costa del
Atlántico. Pasó después lo que ya hemos contado. Cuando Cortés se enteró de que
en un poblado cercano había españoles, maniobró con datos equivocados por
desconocer aún que Olid había sido ejecutado: “Y mandó a Sandoval que fuese a
ver si eran muchos los que allí estaban con Olid, para que diésemos sobre él de
noche y le prendiéramos”. El grupo de Sandoval se encontró por el camino otra
sorpresa: vieron venir a cuatro españoles; tras una primera reacción de recelo,
llegaron las explicaciones. Eran soldados de los que dejó en su poblado Gil
González Dávila, y andaban buscando desesperadamente alimentos. Por ellos se
enteraron de todo lo pasado con Olid, y de algo más; partido Gil, los soldados
se habían alzado contra su delegado en el cargo, el capitán Armenta, y lo
habían matado. “Sandoval volvió con ellos hasta donde Cortés, a quien le
dijeron los soldados que tenían en la villa un navío que estaban calafateando
para embarcarse todos los que allí vivían e irse a Cuba; y que ahorcaron al
capitán Armenta porque no les había
dejado embarcar y porque había mandado dar garrote a un clérigo que revolvía la
villa”. Perdonen vuesas mersedes el lío de hoy (le otorgaré una bula especial
al que lo tenga claro); pero por lo menos se habrá entendido que aquello era
una casa de locos.
(Foto 1ª.- Ahí se ve todo: el Golfo de Honduras, en el Atlántico; el
Golfo Fonseca, en el Pacífico. Después de explorar Gil González Dávila el lago
de Nicaragua, creyó, equivocadamente, que había encontrado otro paso entre los
dos océanos. Lo asombroso es que ahora, precisamente por ahí, está en proyecto
hacer un canal, obra más que faraónica. Foto 2ª.- ¡Qué ilusión me hace,
discípulo amado! Así de hermoso aparece el Golfo Fonseca sobre la costa
hondureña del Pacífico. No es solo porque yo siempre le apreciara, sino también
porque se lo merece: trabajó incansablemente al frente de la administración de
las Indias. No me importó gastarme la mitad de mi hacienda en misas por su
alma: conseguí que en el Purgatorio entrara por una puerta y saliera de
inmediato por otra).
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