(147) –Por fin
vuelve Cortés a México, secre, pero para sufrir.
-Siguió tan inquieto y emprendedor como siempre, eminente abad, pero los
buenos tiempos se acabaron: “Como Cortés hacía mucho tiempo que estaba en
Castilla (2 años) e ya casado, tuvo
gran deseo de volverse a la Nueva España. Y llegado a México (año 1530) tuvo buen recibimiento, mas
no tanto como solía (mal augurio)”. Pero
trasladó su domicilio definitivamente a otra población en la que ya había
construido un palacio: “una villa de su marquesado que se llama Cuernavaca (el asombroso Humboldt la llamó ‘la ciudad
de la eterna primavera’), y se llevó a la marquesa, doña Juana de Zúñiga,
haciendo allí su asiento. Como había capitulado con la serenísima emperatriz
Isabel enviar armadas por la Mar del Sur a descubrir tierras, y todo a su
costa, comenzó a hacer navíos en varios puertos. En esto de las armadas, nunca tuvo ventura en cosa que pusiese la
mano, sino que todo se le tornaba espinas”. De pasada, Bernal habla de otra
expedición organizada anteriormente por Cortés con tristes resultados. “Envió
navíos, bien abastecidos y con 250 soldados, bajo el mando de un primo suyo,
Álvaro Saavedra Cerón, hacia las Molucas”.
-Expliquemos a nuestros queridos tertulianos, noble cronista, que, entre
otras misiones, el rey le ordenó a Saavedra que le echara una mano al navegante
García de Loaysa, porque parecía perdido por las Islas Salomón. No dieron con
él. Saavedra intentó ¡tres veces! volver
a las costas mexicanas, pero los vientos se lo impidieron y murió en el empeño.
Tendrían que pasar muchos años hasta que el gran Urdaneta encontrara, por fin,
la ruta del tornaviaje (el camino de vuelta de Filipinas a México). Pongamos en
el debe de Cortés este primer fracaso. Sigamos anotando desastres (cuánta pasta
tenía el tío): “En mayo de 1532, bajo el mando del capitán Diego Hurtado de
Mendoza, envió dos navíos desde el puerto de Acapulco a descubrir por la costa
del Mar del Sur; se amotinaron más de la
mitad de los soldados y se volvieron a Jalisco con un navío, de lo cual
le pesó mucho a Cortés. Y del Diego Hurtado nunca más se oyó hablar, ni jamás
apareció”. ¿Se daría por vencido Cortés? Ni hablar: “Despachó otros dos navíos
con el capitán Diego Becerra para que buscaran al Diego Hurtado, y si no lo
hallasen, que descubrieran tierras nuevas”. Como era de suponer, la expedición
al mando de Becerra no encontró el menor rastro de Hurtado de Mendoza. Y,
además, todo terminaría de la peor manera, como en las tragedias griegas,
siendo los principales protagonistas Becerra, “un vizcaíno llamado Ortuño
Jiménez, piloto mayor y gran cosmógrafo”, y Hernando de Grijalva capitaneando
la segunda nave. Digamos, de pasada, que, no en esta, sino en otra expedición
posterior, Grijalva no conseguía encontrar el camino de tornaviaje desde Las
Molucas, su tripulación le exigió desistir, él quiso continuar la búsqueda, y
lo asesinaron. Pero ahora lo que va a hacer es separarse del otro navío
aprovechando la excusa de que un temporal les había alejado, “porque el Becerra
era muy soberbio y mal acondicionado, y también porque quería ganar honra por sí
mismo”. Hizo algún descubrimiento geográfico y volvió sano y salvo, pero con
rentabilidad cero para Cortés. Lo del otro barco fue peor: “Como Becerra iba
mal quisto con la mayoría de los soldados, se concertó el Ortuño con ellos y
con marineros vizcaínos, y lo mataron durante la noche; llegaron a una isla a
la que llamaron Santa Cruz, y cuando saltaron en tierra, los naturales los
mataron”. Quedó algún marinero en el navío y se volvieron a casita.
¿Escarmentaría Cortés?
(Foto: En medio de tanto perro rabioso, Cortés ya había acotado bien sus
propios dominios familiares. Con el flamante título de Marqués del Valle de
Oaxaca, procuró alejarse de la caldera hirviendo de México, y en la primaveral Cuernavaca se construyó
este palacio, instalando allí a su joven esposa, doña Juana de Zúñiga.
Conservaron vivos cuatro hijos, y el obsesivo afán de Cortés intentando una
empresa nueva cada vez que fracasaba en otra, fue la desesperación de su mujer,
empeñada en convencerle de que ya había conseguido la máxima grandeza).
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