(126) –Me
pregunto, querido hijo, si un líder ha de ser masoquista.
-Somos un misterio, daddy; la verdad es que el poder resulta una carga
muy pesada. En su marcha, Cortés no dejaba de tener complicaciones: “Pareció
ser que ciertos caciques mexicanos que venían con nosotros apañaron tres
indios, y por el hambre que traíamos, los mataron y se los comieron. Sabiéndolo
Cortés, riñó malamente con ellos, y mandó por justicia quemar a uno de ellos,
disimulando que sabía que todos eran culpables”. Sigue Bernal con algo cómico,
que no deja de ser una crítica al boato
de Cortés: “Los que tocaban las chirimías y sacabuches y dulzainas, como en
Castilla estaban acostumbrados a regalos y no sabían de trabajos, y con el
hambre habían adolecido, no le daban música a Cortés, excepto uno, y
renegábamos todos los soldados de lo oír, y decíamos que aullaba como los
zorros y adives (chacales), que
valiera más tener maíz para comer que música”. Y allá va otro puyacito a Cortés: “Algunas personas me han preguntado
por qué no comíamos la manada de puercos que traía Cortés, ya que a la
necesidad de hambre no hay ley. A esto digo que su mayordomo hacía creer que,
al pasar los ríos, se los habían comido los lagartos, y para que no los
viésemos, los traían siempre cuatro jornadas rezagados, y además, para tantos
soldados como éramos, no habrían durado un día”. De inmediato, nuevo desastre,
y bien estúpido. Mandó Cortés al capitán Francisco de Medina al encuentro de
Simón de Cuenca, que había ido antes con dos navíos a buscar vituallas. Al
verse, “tuvieron palabras sobre el mandar ambos capitanes, vinieron a las armas
y murieron casi todos los soldados del capitán Cuenca; cuando los indios de los
poblados vieron aquella revuelta, dieron en ellos y acabáronlos de matar a
todos, e quemaron los navíos, y nunca supimos cosa alguna hasta dos años y
medio después”. El hambre iba dañando la autoridad de Cortés. Cuéntalo, reve.
-Y hasta Bernal se puso algo respondón, secre; aunque sin faltarle al
respeto: “Cortés me mandó a mí que fuese con ciertos indios principales a unos
poblados para tomar todo el mayor bastimento posible; volví con 130 cargas de
maíz y otras muchas cosas. Y así que
llegué, como era de noche y los soldados
me estaban esperando, cargaron con ello y lo tomaron todo, que no dejaron a
Cortés ni a ningún capitán cosa alguna”. Lamentable situación. Y siguió el
desmadre: “El despensero de Cortés les decía que dejaran siquiera una carga, y
como era de noche, le replicaban los
soldados: ‘Buenos puercos habéis comido vos y Cortés’, y todo lo apañaban.
Cuando supo Cortés que no le dejaron
cosa alguna, renegaba de la paciencia y pateaba, y estaba tan enojado que decía
que quería hacer pesquisa de quién lo tomó. Cuando vio que el enojo era dar
voces en el desierto, me mandó llamar a mí, y muy enojado me dijo que cómo dejé
hacer eso con el bastimento; yo le dije que su merced debería haber enviado
guardas para eso, y que, aunque él hubiera estado guardándolo, se lo habrían
tomado. Y como vio que no había remedio y él tenía mucha necesidad, me halagó
con palabras melosas, diciéndome que, si dejé algo escondido por el camino, que
lo partiese con él. Y desde que oí sus palabras y de la manera que lo dijo,
hube pena de él”. Cortés estaba en los cierto: Bernal, por si acaso, había
retenido en el camino doce cargas de
maíz, y le dijo a Cortés que las traería de noche para repartirlas con él y con
su gran amigo Sandoval. “Y Cortés se holgó en el alma y me abrazó, y el
Sandoval dijo que quería ir conmigo por el bastimento, y lo trajimos, de manera
que así pasaron aquella hambre (lo que
quiere decir que Cortés y su entorno de capitanes ya se habían comido los
puercos). He traído aquí esto a la memoria para que vean en cuánto trabajo
se ponen los capitanes en tierras nuevas, que hasta a Cortés, que era muy
temido, no le dejaron maíz que comer”.
(Foto: Da la impresión de que la desmedida ambición de Cortés terminó
mezclada con una buena dosis de vanidad, propia del más refinado estilo aristocrático. Se fue de
campaña militar a una de las zonas más
inhóspitas de Centroamérica con aires de príncipe borgoñón, rodeado de
capitanes, criados y hasta titiriteros. El no va más del amaneramiento fue el
primoroso grupo de músicos que, dadas las circunstancias, provocaron la risa y
el cabreo de los hambrientos soldados).
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