(597) El valioso y prudente capitán Lorenzo de Aldana parecía estar al
margen de estos acontecimientos, pero lo saca a escena de nuevo Cieza:
"Estaba en la provincia de Jauja, donde tenía indios en encomienda, y, a
los vecinos del Cuzco que venían de la Ciudad de los Reyes, les oyó las cosas
que iban diciendo. Deseando que no hubiese alborotos ni ninguna guerra, y que
el virrey actuase cuerdamente, pues el negocio que tenía entre manos era muy
dificultoso, le escribió diciéndole que le daba la bienvenida. Le aconsejaba
también que, para que el alboroto no pasase adelante, debería hacer con gran
prudencia lo que Su Majestad le mandaba, pues él, como muy antiguo en Perú,
conocía por experiencia la rebeldía de los que allí vivían, y el mucho deseo
que tenían de que hubiese guerra. También le contó que, según se decía, Gonzalo
Pizarro estaba en el Cuzco con la intención de que lo nombrasen procurador.
Pocos días después de escribirle esta carta, partió de Jauja para ir a verle en
la Ciudad de los Reyes. El virrey mostró alegrarse de su llegada.
Las cartas iban y venían rápidamente por la posta, y en Lima supieron pronto
que Gonzalo Pizarro había conseguido en el Cuzco los nombramientos que deseaba:
"Al enterarse los vecinos, unos a otros se hablaban alegremente, esperando
que llegara Gonzalo Pizarro para enfrentarse al virrey. Algunos se daban hombro
con hombro y se apretaban las manos, no pudiendo contener la risa. En
conclusión, grandísima era la alegría que tenían. También llegó la noticia de
que Gonzalo Pizarro estaba haciéndose con gente de guerra en el Cuzco. Al oírlo
el virrey, lo sintió grandemente, mas no lo dio a entender, y decía que Gonzalo
Pizarro no querría convertirse en traidor".
El virrey estaba sumamente preocupado, y no sabía muy bien qué hacer:
"Deseaba que llegasen los oidores para establecer ya la Audiencia. Estuvo
muchas veces determinado para ir al Cuzco llevando solamente en compañía a su
hermano, al capitán Diego Álvarez de Cueto, su cuñado, y algunos vecinos. Pero
le pusieron tantos inconvenientes, que no fue capaz de ir al Cuzco, siendo así
que, ciertamente, si hubiese ido, cesaran los alborotos, y la guerra no habría
comenzado. Pero Dios tenía determinado castigar a aquel reino. Y hasta me
parece que, por los relámpagos que nuevamente se levantan, si no se enmiendan,
han de llegar más calamidades y miserias". Lo dice el cronista porque, en
el tiempo en que él escribía, se estaban fraguando las dos últimas rebeliones,
la de Sebastián de Castilla y la de Francisco Hernández Girón.
Subraya Cieza la desgracia del virrey: "Cuando entró en Perú, halló
el virrey los ánimos de los hombres con fuerza para apelar las leyes y para
oponerse contra él, como se opusieron. Pero el tirano (Pizarro) los fatigó
tanto, que, después, Don Pedro de la Gasca pudo, no solamente obligarles a
cumplir las leyes, sino también otros mandamientos que ellos tenían por más
graves, de manera que, con disgusto suyo, se ha cumplido la voluntad del
Emperador. He dicho esto para que se entienda que Su Majestad pudo, como
soberano señor, conceder lo que le pedían, mas, al fin y al cabo, se ha de
hacer lo que él manda, por mucho que haya desde España hasta los confines del
Perú más de cuatro mil leguas de mar y tierra".
(Imagen) He mencionado en la imagen anterior a MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE
LOYOLA, pero el personaje fue demasiado relevante para que lo pasemos de largo,
aunque ejerció su gran protagonismo después de las guerras civiles. Partió
hacia Perú en 1568 con el virrey (uno de los mejores de las Indias) Francisco
Álvarez de Toledo, tío suyo. Solo tenía veinte años, y morirá en Chile con
cincuenta, desplegando en su transcurso una actividad espectacular, como lo fue
en otro plano la de su tío abuelo San Ignacio de Loyola. Tuvo sin duda el apoyo
del virrey, más la ventaja de pertenecer a la alta nobleza, pero (el que vale
vale) logró, ganándolos a pulso, cargos de suma importancia. En 1572, una
expedición, bajo el mando del capitán Martín Hurtado de Arbieto, marchaba en
persecución del príncipe Túpac Amaru (hijo del fallecido Manco Inca), quien se
había rebelado rompiendo la alianza que tenía con los españoles. Pero fue
Martín García de Loyola quien, con unos cuantos soldados, logró apresarlo, lo
que supuso la ejecución del inca y el destierro de toda su familia. Fue
entonces cuando Martín se casó con la princesa inca Beatriz Clara Coya.
Tuvieron una hija, María Coya de Loyola, a quien Felipe III le dio el título de
Marquesa de Oropesa, prueba evidente de su parentesco con los Álvarez de Toledo,
tan importantes en esa población. Por su parte, Martín ocupó, sucesivamente,
los cargos de Gobernador de Potosí, Gobernador de Paraguay y Gobernador de
Chile. En esta su última gobernación hizo una labor espléndida, administrativa,
militar y de protección a los indios que vivían con los españoles, y, todo
ello, a pesar de las dificultades que encontró en sus luchas contra los ataques
de los piratas y contra los temibles e indomables indios araucanos. Y así
ocurrió que, en 1598, acabaron con la vida de MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE LOYOLA y de
los cuarenta hombres y algunos frailes que le acompañaban. Los eufóricos
araucanos guardaron su cabeza como trofeo.
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