miércoles, 31 de julio de 2019

(Día 898) Cristóbal de Sotelo le dijo a Francisco de Chávez que ordenase a un soldado devolver a una india que retenía con permiso suyo. Se negó en redondo, y Sotelo se dirigió muy airado a la casa de Chávez.


      (488) Nos habla Cieza ahora de unos incidentes que nos dejan ver cómo la violencia entre los españoles, incluso del mismo bando, podía producirse de manera totalmente insensata. Uno de los protagonistas va a ser Cristóbal de Sotelo, entonces al mando en Lima, por delegación de Diego de Almagro el Mozo. Era una persona extraordinariamente razonable y con gran respeto a lo que estimaba justo, como lo deja bien claro el cronista. Da la casualidad de que, justo cuando iban a ocurrir los hechos, volvía a la ciudad el capitán García de Alvarado, que no participó en lo ocurrido, pero lo menciono porque, unos meses después, tuvo un conflicto violento con Sotelo, a quien uno de los hombres de Alvarado lo mató.
     Eso fue el resultado de un enfrentamiento importante, pero el de ahora comenzó por un asunto menor, envenenado por el amor propio. Resultó que “un soldado que era muy amigo de Francisco de Chávez (recordemos que no hay que confundirlo con el Francisco de Chávez que murió junto a Pizarro) había tomado una india a otro soldado que tenía mucha amistad con el capitán Cristóbal de Sotelo, y como era hombre de tanto pundonor y deseoso de que no se hiciera daño, envió a rogar con mucha amabilidad al capitán Francisco de Chávez, que, puesto que, con su permiso, el soldado habia quitado la india al que la tenía, que mandase que la restituyese”.
     Se negó en redondo: “Francisco de Chávez, con mucha arrogancia, le respondió que no quería que el soldado devolviese a la india, pues era suya, y que no le enviase ningún alguacil, porque lo maltrataría. Sotelo era sabio, y, conociendo los daños que se suelen seguir en las discusiones entre los capitanes, templando la ira con el saber de su persona, le rogó por segunda vez que se devolviese a la india a quien ya la poseía, indicándole que, si el otro decía que era suya, que la pidiese ante el juez”. Ante una nueva negativa altanera de Chávez, habló Sotelo con gran firmeza delante de seis amigos, y hasta dejó claro que, a pesar de estar en el bando de Almagro, cumpliría lo que las leyes del Rey ordenaran: “Dijo que le pesaba mucho que empezara a haber discordia y bandos entre ellos, que es causa de grandes daños, y que se alegraba en gan manera de no haber sido uno de los que mataron al Marqués,  y que, si seguía a Don Diego de Almagro, era por la amistad que tuvo con su padre, lo cual no suponía que él dejara de cumplir lo que Su Majestad mandara. Y dijo más: que no pensase que se saldría con lo que él no le consentiría. Después fue a la casa de Francisco de Chávez para quitarle la india, y, si se negase, la vida, o perder él la suya”.
     Sabiendo lo que va a ocurrir, Cieza se desespera por tanta estupidez violenta, y  no puede evitar desahogarse: “A vosotros, capitanes de mi nación, ¿qué os mueve a horadaros unos a otros vuestras entrañas con puñales y espadas? Lloro y en gran manera me acongojo en que, por cosas tan comunes, muriesen españoles tan adornados de serlo, reconocidos como merecedores de haber nacido a riberas del Ebro en cualquier región que atravesasen, pero enfrentados entre sí, pues, sin haber descubierto todos los secretos del Perú, levantaron guerras en las que los más de ellos, como testimonio de su desatino, quedaron muertos, de forma que luego vinieron a disfrutar de sus conquistas e poblaciones nuevas personas que no habían trabajado en aquellas tierras”.

     (Imagen) Ya hablamos de Francisco de Chávez el pizarrista. Toca hacerlo de FRANCISCO DE CHÁVEZ el almagrista. Tuvieron cosas en común, y otras muy diferentes. Nacieron los dos en Trujillo, cuna de tantos conquistadores, pero no todos bien avenidos, porque muchos vivieron el infierno de las guerras civiles. El pizarrista (que también estuvo inicialmente al sevicio de Almagro), fue un gran capitán, culto y generalmente razonable, pero odiado en la memoria de los peruanos de Huánuco por ser autor de una masacre de mujeres y niños como represalia. Eran parientes, y, el pizarrista, bastante mayor. Fueron ambos con Almagro a la campaña de Chile. A pesar de ser siempre fieles a su bando, los dos resultaron, por una vez, injustamente sospechosos. El mayor, como posibe cómplice de los asesinos de Pizarro; el otro, acusado por el gran Rodrigo Orgóñez de haberse puesto de acuerdo con los pizarristas en la batalla de las Salinas. Los dos Chávez salieron derrotados en esa batalla y Pizarro los perdonó. Pero el más joven siguió en el bando de los almagristas. Fue un bravo capitán, con un amor propio desmedido y terco. Da la casualidad de que, en cierta ocasión, apresó al Capitán Perálvarez Holguín, al que vemos ahora correteando para enfrentarse a él y a todos los almagristas que acababan de asesinar a Pizarro. El Chávez almagrista era bronco y poco religioso. Cieza le criticó que expulsara de la plaza de Lima a unos frailes que iban con el Santísimo suplicando que no se asesinara a Pizarro. Al mismo tiempo, los almagritas mataban al otro Francisco de Chávez, que trataba de calmarlos. Unos meses después, también Chávez el almagrista morirá. Había dado permiso a un soldado suyo para que tomara a una india que ya estaba concedida a otro compañero. Cieza nos está contando ahora de qué manera tan tonta se enredaron las cosas. A Chávez nada le importaba la india, pero sí mucho que se le negara el derecho a haberla entregado. Un simple pique por el mando, y su ciega terquedad, le costarán la vida. Fue algo tan estúpido, que, cuando fueron a matarlo, no se lo podía creer.



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