(488) Nos habla Cieza ahora de unos incidentes que nos dejan ver cómo la
violencia entre los españoles, incluso del mismo bando, podía producirse de
manera totalmente insensata. Uno de los protagonistas va a ser Cristóbal de
Sotelo, entonces al mando en Lima, por delegación de Diego de Almagro el Mozo.
Era una persona extraordinariamente razonable y con gran respeto a lo que
estimaba justo, como lo deja bien claro el cronista. Da la casualidad de que,
justo cuando iban a ocurrir los hechos, volvía a la ciudad el capitán García de
Alvarado, que no participó en lo ocurrido, pero lo menciono porque, unos meses
después, tuvo un conflicto violento con Sotelo, a quien uno de los hombres de
Alvarado lo mató.
Eso fue el resultado de un enfrentamiento importante, pero el de ahora
comenzó por un asunto menor, envenenado por el amor propio. Resultó que “un
soldado que era muy amigo de Francisco de Chávez (recordemos que no hay que confundirlo con el Francisco de Chávez que
murió junto a Pizarro) había tomado una india a otro soldado que tenía
mucha amistad con el capitán Cristóbal de Sotelo, y como era hombre de tanto
pundonor y deseoso de que no se hiciera daño, envió a rogar con mucha
amabilidad al capitán Francisco de Chávez, que, puesto que, con su permiso, el
soldado habia quitado la india al que la tenía, que mandase que la restituyese”.
Se negó en redondo: “Francisco de Chávez, con mucha arrogancia, le
respondió que no quería que el soldado devolviese a la india, pues era suya, y
que no le enviase ningún alguacil, porque lo maltrataría. Sotelo era sabio, y, conociendo
los daños que se suelen seguir en las discusiones entre los capitanes,
templando la ira con el saber de su persona, le rogó por segunda vez que se
devolviese a la india a quien ya la poseía, indicándole que, si el otro decía
que era suya, que la pidiese ante el juez”. Ante una nueva negativa altanera de
Chávez, habló Sotelo con gran firmeza delante de seis amigos, y hasta dejó
claro que, a pesar de estar en el bando de Almagro, cumpliría lo que las leyes del
Rey ordenaran: “Dijo que le pesaba mucho que empezara a haber discordia y
bandos entre ellos, que es causa de grandes daños, y que se alegraba en gan
manera de no haber sido uno de los que mataron al Marqués, y que, si seguía a Don Diego de Almagro, era
por la amistad que tuvo con su padre, lo cual no suponía que él dejara de
cumplir lo que Su Majestad mandara. Y dijo más: que no pensase que se saldría
con lo que él no le consentiría. Después fue a la casa de Francisco de Chávez
para quitarle la india, y, si se negase, la vida, o perder él la suya”.
Sabiendo lo que va a ocurrir, Cieza se desespera por tanta estupidez
violenta, y no puede evitar desahogarse:
“A vosotros, capitanes de mi nación, ¿qué os mueve a horadaros unos a otros
vuestras entrañas con puñales y espadas? Lloro y en gran manera me acongojo en
que, por cosas tan comunes, muriesen españoles tan adornados de serlo,
reconocidos como merecedores de haber nacido a riberas del Ebro en cualquier
región que atravesasen, pero enfrentados entre sí, pues, sin haber descubierto
todos los secretos del Perú, levantaron guerras en las que los más de ellos,
como testimonio de su desatino, quedaron muertos, de forma que luego vinieron a
disfrutar de sus conquistas e poblaciones nuevas personas que no habían
trabajado en aquellas tierras”.
(Imagen) Ya hablamos de Francisco de Chávez el pizarrista. Toca hacerlo
de FRANCISCO DE CHÁVEZ el almagrista. Tuvieron cosas en común, y otras muy
diferentes. Nacieron los dos en Trujillo, cuna de tantos conquistadores, pero
no todos bien avenidos, porque muchos vivieron el infierno de las guerras
civiles. El pizarrista (que también estuvo inicialmente al sevicio de Almagro),
fue un gran capitán, culto y generalmente razonable, pero odiado en la memoria
de los peruanos de Huánuco por ser autor de una masacre de mujeres y niños como
represalia. Eran parientes, y, el pizarrista, bastante mayor. Fueron ambos con
Almagro a la campaña de Chile. A pesar de ser siempre fieles a su bando, los
dos resultaron, por una vez, injustamente sospechosos. El mayor, como posibe
cómplice de los asesinos de Pizarro; el otro, acusado por el gran Rodrigo
Orgóñez de haberse puesto de acuerdo con los pizarristas en la batalla de las
Salinas. Los dos Chávez salieron derrotados en esa batalla y Pizarro los
perdonó. Pero el más joven siguió en el bando de los almagristas. Fue un bravo
capitán, con un amor propio desmedido y terco. Da la casualidad de que, en
cierta ocasión, apresó al Capitán Perálvarez Holguín, al que vemos ahora correteando
para enfrentarse a él y a todos los almagristas que acababan de asesinar a
Pizarro. El Chávez almagrista era bronco y poco religioso. Cieza le criticó que
expulsara de la plaza de Lima a unos frailes que iban con el Santísimo
suplicando que no se asesinara a Pizarro. Al mismo tiempo, los almagritas
mataban al otro Francisco de Chávez, que trataba de calmarlos. Unos meses
después, también Chávez el almagrista morirá. Había dado permiso a un soldado
suyo para que tomara a una india que ya estaba concedida a otro compañero.
Cieza nos está contando ahora de qué manera tan tonta se enredaron las cosas. A
Chávez nada le importaba la india, pero sí mucho que se le negara el derecho a
haberla entregado. Un simple pique por el mando, y su ciega terquedad, le costarán
la vida. Fue algo tan estúpido, que, cuando fueron a matarlo, no se lo podía
creer.
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