(485) Seguía incesante el plan de control y recuperación de localidades
para ponerlas al servicio del Rey. Mientras Perálvarez esperaba la llegada de
Peransúrez de la Plata, “mandó a su Sargento Mayor, Francisco Sánchez, que
fuese a Arequipa (estaba en poder de los
almagristas, bajo la autoridad de Cristóbal de Hervás) y persuadiese a los
vecinos de ella a que se pusiesen al servicio de Rey, dándose buena maña para
recoger armas e gente”. Se enteró entonces Perálvarez de que, al puerto de la
ciudad de Arequipa, había llegado un barco que formaba parte de una pequeña
flota financiada por el Obispo de Plasencia para explorar la zona del Estrecho
de Magallanes, siendo el único que se había librado de naufragar. En el navío
llegaron algunos españoles (todos sus capitanes habían muerto), y pensó
Perálvarez que sería fácil ganarlos para su causa.
Cieza nos deja a la espera de que retome lo que ahora está contando,
porque quiere que sepamos cómo continuó el complicado viaje de Vaca de Castro,
el apoderado del Rey. Recordemos que se vio a punto de naufragar, y decidió
refugiarse en el Puerto de Buenaventura para seguir por tierra hasta Cali. Ya
vimos que allí, el hijo de Pascual de Andagoya consiguió de él que ordenara a
Belalcázar que dejase libre a su padre. La idea de Vaca de Castro era tener
juntos en Cali a Belalcázar y a Andagoya para zanjar sus diferencias.
Belalcázar recibió el mensaje, y estuvo colaborador. Le envió comida a Vaca de
Castro y unos indios que le sirvieran como porteadores para ir hasta Cali.
Además, se quedó a esperarle en la ciudad suspendiendo el viaje a Cartago que
tenía previsto para “visitar las regiones que había conquistado e descubierto el capitán Jorge Robledo (a quien matará cinco años después)”.
Tras la horrenda travesía marítima, le aguardaba a Vaca de Castro otro
calvario: “Ayudado e muy servido por el capitán Cristóbal de Peña, partió con
muy graves enfermedades, y, de no estar en su compañía sus médicos e cirujanos,
hubiera muerto. Llegó a la ciudad de Cali, habiendo matado por el camino los
tigres a dos españoles, y resultando muertos otros siete por el hambre y las
ásperas sierras que pasaban; el Gobernador y todos los vecinos de la ciudad le
hicieron muy buen recibimiento”.
En Cali estuvo tres meses enfermo. Cosas del Destino, porque, de no
tener esa demora obligatoria, lo más probable habría sido que la historia de
los españoles en Perú fuera muy distinta. Es casi seguro que el asesinato de
Pizarro no se habría producido, y tampoco las subsiguientes guerras civiles. Lo
que sí pudo hacer en esos tres meses de estancia fue suavizar la relación entre
Belalcázar y Andagoya: “Para evitar que hubiese entre ellos algún conflicto,
les notificó un mandamiento de que no contendiesen en nada, porque, si lo
hicieran, Su Majestad sería muy deservido”.
Luego veremos que Vaca de Castro logró muchos aciertos en su cometido,
especialmente al derrotar y ejecutar a Diego de Almagro el Mozo y a varios de
los cabecillas de su rebelión, pero tuvo problemas judiciales por acusaciones
de cohecho.
(Imagen) Cieza comenta que llegó a Arequipa el único barco que
quedaba de la expedición financiada por
el Obispo de Plasencia. Y eso es todo. Pero, tirando del hilo, nos encontramos
con un personaje sorprendente: el madriñeño GUTIERRE DE VARGAS CARVAJAL. Ese
era el tal obispo. Como otros muchos dignatarios de la Iglesia, pertenecía a
una familia de la alta nobleza. Y, como otros muchos, fue un clérigo mundano,
ajeno a la castidad y a la pobreza. Consta que legitimó a un hijo suyo llamado
Francisco de Vargas y Mendoza. Pero, años después, tuvo un estremecimiento
espiritual, y cambió por completo. Nació en 1506, y, por influencias de su
padre, Francisco de Vargas, miembro del Consejo de Castilla, fue nombrado obispo
de Plasencia con solo 18 años. De espíritu renacentista, restauró muchas
iglesias, y, el año 1539, financió una expedición marítima, con cuatro naves,
dirigida hacia las tierras del sur de Chile a través del Estrecho de Magallanes.
Era una zona en la que ya habían fracasado tres intentos de conquista.
Extrañamente, la del obispo Gutierre iba bajo el mando, como gobernador, del
fraile Francisco de la Ribera. Y fue otro desastre. Un barco naufragó en el
Atlántico, en el Estrecho se hundió el del fraile, otro dio la vuelta hacia
España, y, el restante, solamente consiguió el éxito de llegar a Arequipa. Hubo que esperar hasta el
año 1551 para que se produjera la radical transformación espiritual del obispo
Guiterre de Vargas. Ocurrió en el Concilio de Trento al leer los ‘Ejercicios
Espirituales’ de San Ignacio de Loyola, al que entonces conoció. Durante los
ocho años que le quedaron de vida, fue un obispo ejemplar. Se entregó a causas
evangélicas, y le dio tiempo para fundar generosamente en Plasencia un colegio
de jesuitas, un convento de capuchinas y un hospital. La ‘buena vida’ anterior
le pasó factura: murió el año 1559 en Jaraicejo (Cáceres) a consecuencia de
complicaciones de la gota que padecía.
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