viernes, 5 de julio de 2019

(Día 875) Fueron muchas las advertencias que tuvo Pizarro para que se protegiese de los almagristas. Los rumores sobre un atentado circulaban por todas partes. Pizarro no tomó las medidas necesarias para evitarlo.


     (465) Disuelta la reunión de los conspiradores, se produjo un incidente típico de aquellos hombres tan implacables en la batalla, como profundamente religiosos: “Uno de ellos, llamado Francisco de Herencia, lo contó en confesión a un clérigo que tiene por nombre Henao, el cual, viendo el gran mal que vendría al reino y a los indios si el Marqués muriese de aquella manera, e que las guerras civiles, que se habían enfriado, se levantarían con mayor incendio, determinó avisarle al Marqués. Ya antes de recibir este aviso, Pizarro, que había ido con Antonio Picado, su secretario, a la posada del doctor Juan Blázquez, su Teniente, le dijo que mirase que parecía que los de Chile andaban levantados, e que hasta platicaban de quererlo matar, que remediase con tiempo aquellos dichos y que evitase las ocasiones haciendo justicia. El Doctor le respondió que, mientras estuviese en sus manos la vara de justicia, durmiese descuidadamente”.
     Pizarro, pues, tomaba sus precauciones, pero de manera muy superficial. Tampoco se alteró demasiado cuando tuvo más motivos de alarma: “Estando Pizarro en la casa de su hermano Francisco Martín de Alcántara, llegó  Antonio Picado, con el color demudado, acompañado del clérigo Henao, que le venía a avisar de que los de Chile le querían matar. Oído lo que le quería decir, el Marqués le respondió que todo aquello eran dichos de indios. Luego se volvió a la mesa pensativo, y no comió más, e, sin pasar muho tiempo, se fue a su casa. Antonio Picado se fue a la suya a danzar con una amiga que tenía (Ana Suárez); cosa mal hecha, porque, si él hubiese dado aviso de lo que había pasado, y de la sospecha que se tenía, a los amigos del Marqués, pudiera ser que se evitara por entonces su muerte, aunque, si vino, como es de creer, por juicio divino, no eran suficientes las fuerzas humanas para estorbarlo”.
     El temor se iba extendiendo entre los amigos de Pizarro: “El Marqués se acostó en su lecho. Aquella noche el licenciado Carvajal supo de las tramas en que andaban los de Chile, llamó a Juan de Rada y le dijo que no hiciese cosa por la que les viniese más daño. A lo cual le respondió, simuladamente, que no tenía ninguna intención que fuese en perjuicio del Marqués, porque ellos aguardaban a Vaca de Castro, y creían que haría justicia. El Licenciado avisó al Marqués para que anduviese acompañado y tuviese de los de Chile el recelo que era justo tener”.
     Los almagristas estaban preocupados por saber que a Pizarro  le habían llegado advertencias sobre sus planes secretos, y no cesaban de dar opiniones: “Unas veces hablaban de salir a matar al Marqués, otras, de irse a los pueblos de los indios para aguardar a Vaca de Castro, y otras consideraban que el Marqués los tenía por sospechosos, y, con algunas justificaciones que él buscaría, les daría a todos muertes crueles. Juan de Rada les dijo que trajesen armas y que el tiempo les diría lo que habían de hacer. Estando el Marqués en su casa, llegó un paje suyo e le dijo: ‘Señor, por toda la ciudad se dice que los de Chile os han de matar mañana’. Y el Marqués, con gran enojo, le dijo que se fuese”.

     (Imagen) El doctor (se supone que en Leyes) JUAN BLÁZQUEZ llegó hacia 1535 a Perú y se ganó pronto la confianza de Pizarro, quien, quizá por ser analfabeto, sobrevaloraba a la gente culta. Le había dado el cargo de máxima autoridad en Lima. Veremos que, el día que fue asesinado, la mayoría de los que estaban con él escaparon como pudieron, superando el miedo al honor. Uno de ellos fue Juan Blázquez. Estaba casado (en segundas nupcias) con María de Valverde, hermana del (mucha veces mencionado) obispo fray Francisco de Valverde. Muerto Pizarro, los almagristas apresaron a los dos cuñados. Tuvieron la habilidad de huir en un barco, pero para su desgracia, porque (como  ya conté) Juan y el obispo Valverde fueron asesinados (y comidos) por los indios en la isla Puná. La mujer y los pequeños hijos de Juan fueron respetados por los almagristas, quizá ya calmados tras haber permanecido la familia oculta durante un tiempo. Juan Blázquez tuvo, con idéntico nombre, un hijo, un nieto y un biznieto. Este último (a veces tenido por nieto suyo equivocadamente) fue una lumbrera como doctor en Leyes (uno de los buenos productos que dio la Universidad de Lima), y ocupó cargos muy importantes, llegando a ser Gobernador de Paraguay. La imagen muestra parte de un expediente (año 1645) en el que solicitaba mercedes basándose en sus méritos y en los de sus antepasados. Entre otras cosas, comenta que su abuelo Juan Blázquez (el niño salvado) fue luego un gan capitán que siempre sirvió lealmente a la Corona durante las guerras civiles. Los estudios universitarios del ilustre biznieto del compañero de Pizarro, pueden servir como ejemplo de que los españoles destruían para construir, dejando en las Indias, aunque solo fuera de pura carambola, un importantísimo legado cultural.



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