(477) Antonio Picado, el todopoderoso secretario de Pizarro (que había
pasado la noche en alegre compañía) va a acabar muy mal. Como vimos, había ido
a esconderse en la casa del tesorero Alonso de Riquelme, confiando ingenuamente
en su amparo. Los almagristas ya sabían que se encontraba allí y fueron a
buscarle. Cuando llegaron, el falso Riquelme les hizo guiños para indicarles
que estaba escondido debajo de una cama: “Lo prendieron y, para que les hablase
del tesoro del Marqués y de las escrituras que tenía, acordaron tratarlo bien
con el fin de que, pensando que no lo habían de matar, lo dijese; le llevaron a
las casas de Don Diego, que ya se llamaba Gobernador”. (Picado tendrá un triste
final, y Cieza lo contará más tarde).
Diego de Almagro el Mozo envió enseguida un mensajero para que
comunicara en el Cuzco el gran acontecimiento de la muerte de Pizarro. Tenía
especial interés en que se enteraran los almagristas de la ciudad, de los
cuales, en aquellos tiempos, el más relevante era el sensato Gabriel de Rojas,
quien, como sabemos, y precisamente por su sentido común, evitó cuanto pudo
participar en las guerras civiles, pero sí lo hizo después (bajo el mando de
Pedro de la Gasca, el representante del Rey) en la decisiva batalla de
Jaquijaguana, donde fue derrotado y ejecutado Gonzalo Pizarro.
Vemos que, casi de la noche a la mañana, Diego de Almagro el Mozo, con
solo diecinueve años, se había convertido en el dueño de Lima. Ahora va a intentar
serlo de todo el Perú. Quizá en el tiempo que le quedó de vida, poco más de un
año, el poder efectivo estuviera en manos de una camarilla de almagristas
encabezada por Juan de Rada, pero no es seguro que se conformara con ese papel,
porque va a ir dando muestras de un carácter fuerte y valiente: “Tras apoderarse
D. Diego de Almagro de la Ciudad de los Reyes, le aconsejaron Juan de Rada,
Cristobal de Sotelo, Francisco de Chávez y otros que se escribiesen cartas y se
enviasen por todas las ciudades del reino, principalmente al capitán Alonso de
Alvarado, que estaba al mando en la Ciudad de la Frontera de los Chapapoyas, escribiéndole
graciosamente que se alegrase de tener con él amistad y de ser su Teniente en
aquella ciudad. Y así se hizo”.
Con Alonso de Alvarado pincharán en hueso. Incluso nosotros, simples
lectores de aquellas crónicas, tenemos claro que, dada la trayectoria de tan
excepcional, sensato y honesto personaje, se podían haber ahorrado la carta. Se
daba, además, la circunstancia de que Alvarado había tenido ya noticias de la
muerte de Pizarro. Reaccionó sin dudas y con rapidez, mostrando las hechuras
del gran líder que era. Cuando los pizarristas mataron a Pizarro, llegó pronto
la noticia a la ciudad de Huánuco: “Allí estaba como Teniente Pedro Barroso, e,
sabiéndolo, acordaron él y los vecinos ir a juntarse con el capitán Alonso de
Alvarado, que estaba entonces en Chachapoyas. Juan de Mora, vecino de Huánuco,
partió con mucha prisa para darle con brevedad la noticia. Al llegar y contarle
por entero la muerte del marqués D. Francisco Pizarro, fue grande la pena que
recibió el capitán Alonso de Alvarado”.
(Imagen) Aunque ya hice varias referencias al tesorero ALONSO DE
RIQUELME, aportaré algún dato más porque ahora, incidentalmente, Cieza nos lo
muestra en una actuación poco honrosa. No debía de tener el cronista una buena
opininión de él, puesto que, ya en el pasaje de la ejecución de Atahualpa,
aseguró que Riquelme fue uno de los que más insistieron en que se le matara. Lo
que nadie le discutió fue su valía profesional y la gran cultura que atesoraba.
Intervino en mediaciones delicadas, y sus opiniones pesaban mucho. Fue regidor
de la ciudad de Lima, pero el cargo que le daba lustre (y mucho dinero) era el
de Tesorero Real. Resulta imposible aclarar, por falta de documentación, cuál
fue su actitud durante las guerras civiles. En la desagradable anécdota que
cuenta Cieza, se muestra, de fea manera, como amigo de los almagristas. Y como
ruin amigo de Antonio Picado, el secretario de Pizarro, ya que, habiendo ido a
su casa a esconderse para evitar ser apresado, Riquelme, al llegar en su
búsqueda los almagristas, les descubrió con guiños que estaba debajo de la cama,
entregándolo así a una muerte segura. Después el Tesorero sorteó con habilidad los peligros de las guerras civiles. Murió el año
1548, como Gonzalo Pizarro, lo que hace pensar que quizá se viera implicado en
su rebeldía, aunque también se sabe que llevaba mucho tiempo gotoso y
prácticamente inválido. La imagen muestra la morada que construyó en Lima, que
es considerada la más antigua de la ciudad. Se la conoce como la Casa del Oidor
porque luego vivió en ella el oidor Gaspar Melchor de Carvajal.
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