jueves, 2 de mayo de 2019

(Día 820) Con la aprobación de todos sus hombres, el Capitán Alonso de Mercadillo fue destituido y apresado. Lorenzo de Aldana consigue con mucha habilidad aplacar a los indios caníbales de Popayán.


     (410) La altanería de Mercadillo acabó con la paciencia de sus hombres: “Estando en esto, el Maestre de Campo y Lope Martín le echaron mano diciendo que no era tiempo de más disimular. Llegaron los otros más principales, y le echaron una cadena y unos grillos al capitán Mercadillo, que muy temeroso estaba de lo que veía. Con palabras tristes imploraba a los soldados que le ayudasen, diciendo que no lo disimulasen y que era gran oprobio para ellos que su capitán fuera apresado de aquella manera. Mas, aunque Mercadillo pensaba conmoverlos, de nada le aprovechó porque todos estaban mal con él. Después le pusieron guardias, e hicieron contra él un proceso por los juramentos que había hecho, y de otras cosas tocantes a la Santa Inquisición”. Mercadillo perdió cualquier legitimidad porque todos sus hombres aprobaron el apresamiento, y el motín recibió la bendición de las autoridades.
     Mala cosa era en las Indias que los soldados estuviesen ociosos. Necesitaban acción y embarcarse en nuevas aventuras ilusionantes. De no tenerlas, la vida en las poblaciones se alteraba con conflictos sociales, y más todavía en un ambiente de guerra civil. Cieza nos va explicando datos sobre varias de las expediciones enviadas por Pizarro. Ha hablado de la de Pedro de Candía, la de Peransúrez y la de Mercadillo (todas fracasadas), y también del comienzo de la de Alonso de Alvarado (que terminará bien). Pero ahora nos sigue contando cómo le iba a Lorenzo de Aldana en su difícil misión de evitar que Belalcázar se independizara de Pizarro en territorios de Quito y de la actual Colombia. Ya vimos que, en su recorrido, Aldana ocultaba sensatamente la poderosa amplitud de los poderes que le había dado Pizarro, para que no lo supiera Belalcázar hasta que se vieran cara a cara. Pero ansiaba que llegara el momento de poder exhibirlos y ejercitarlos. Páginas atrás, supimos que Aldana llegó hasta Popayán, y de la grave crisis social de los indios, tercamente empeñados en no sembrar nada para que los españoles se marcharan de la zona, hasta el punto de que muchos nativos murieron de hambre  y otros practicaron el canibalismo con los muertos. La habilidad de Aldana consiguió solucionar el problema. Envió alimentos desde Cali, y los indios, comprobando que su estrategia era inútil, volvieron a sembrar. De esta manera, se pudo mantener la población de Popayán (aún sigue pujante), que estaba ya a punto de ser abandonada por los españoles. En ese tiempo Aldana conoció al humano capitán Jorge Robledo, cuya vida terminó trágicamente, ejecutado por Belalcázar, según ya  mencioné, y al que sirvió como soldado el propio PEDRO CIEZA DE LEÓN.
     Después de solucionar lo de Popayán, Aldana (el que todo lo arreglaba) volvió a Cali. Y ahora, en el hilo de la narración, se mete de repente el humilde pero excepcional Cieza como protagonista, porque, de forma sorprendente, va a llegar (¡desde el Atlántico!) con una expedición que nada tenía que ver con esta zona próxima al Pacífico. Cruce de vidas, cruce de historias apasionantes de gentes salidas de la lejana España y casi perdidas en la inmensidad de las Indias.

     (Imagen) Acabamos de ver en la imagen anterior que los del Consejo de Indias le proponen como prioritario para ser Mariscal de Perú a MARTÍN DE AVENDAÑO Y GAMBOA, de forma que el hijo de Alonso de  Alvarado lo sea de una zona más lejana, colindante con Chile (Ana de Velasco, la mujer del gran Alonso, era hermana de Avendaño). No es fácil encontrar datos suyos, pero resulta que fue un personaje extraordinario. Todo indica que nació en Bilbao. Estuvo en las guerras europeas, y después batallando por Perú, siempre fiel a la Corona (luchó también contra el rebelde Hernández Girón). Encuentro un documento de 1557 muy curioso (es el de la imagen, y tiene letra clara). El autor es Carlos V, y este es el contenido: Ha recibido una carta de Avendaño, quien desconoce que, retirado en Yuste, ha renunciado ya al trono. Se la remite a su hijo con un trato muy cariñoso, pero de un respeto absolutamente protocolario porque ahora Felipe II es el Emperador. Le dice que Avendaño ha llegado de las Indias, al frente de una armada que traía oro y plata para el Tesoro Real, con la buena noticia de que aquellas tierras estaban en paz, y desmintiendo el rumor de que habían asesinado al Marqués de Cañete, Virrey de Perú. Le anuncia a Felipe que Avendaño se dirige a visitarlo, y que le lleva un expediente de sus servicios y la petición de alguna merced. Casi suplicando (mucha tenía que ser su estima por Avendaño) le añade: “No tenía intención de hacerlo por nadie, pero (por su méritos) no he querido dejar de rogaros que le hagáis la merced que os pareciere ser justa”. Luego se despide del “Serenísimo Rey, mi muy caro y muy amado hijo”. Pero la historia acabo mal: tanto Carlos V como Martín de Avendaño y Gamboa murieron pocos meses después.



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