(410) La altanería de Mercadillo acabó con
la paciencia de sus hombres: “Estando en esto, el Maestre de Campo y Lope
Martín le echaron mano diciendo que no era tiempo de más disimular. Llegaron
los otros más principales, y le echaron una cadena y unos grillos al capitán
Mercadillo, que muy temeroso estaba de lo que veía. Con palabras tristes
imploraba a los soldados que le ayudasen, diciendo que no lo disimulasen y que
era gran oprobio para ellos que su capitán fuera apresado de aquella manera.
Mas, aunque Mercadillo pensaba conmoverlos, de nada le aprovechó porque todos
estaban mal con él. Después le pusieron guardias, e hicieron contra él un
proceso por los juramentos que había hecho, y de otras cosas tocantes a la
Santa Inquisición”. Mercadillo perdió cualquier legitimidad porque todos sus
hombres aprobaron el apresamiento, y el motín recibió la bendición de las
autoridades.
Mala
cosa era en las Indias que los soldados estuviesen ociosos. Necesitaban acción
y embarcarse en nuevas aventuras ilusionantes. De no tenerlas, la vida en las
poblaciones se alteraba con conflictos sociales, y más todavía en un ambiente
de guerra civil. Cieza nos va explicando datos sobre varias de las expediciones
enviadas por Pizarro. Ha hablado de la de Pedro de Candía, la de Peransúrez y
la de Mercadillo (todas fracasadas), y también del comienzo de la de Alonso de
Alvarado (que terminará bien). Pero ahora nos sigue contando cómo le iba a
Lorenzo de Aldana en su difícil misión de evitar que Belalcázar se
independizara de Pizarro en territorios de Quito y de la actual Colombia. Ya
vimos que, en su recorrido, Aldana ocultaba sensatamente la poderosa amplitud
de los poderes que le había dado Pizarro, para que no lo supiera Belalcázar
hasta que se vieran cara a cara. Pero ansiaba que llegara el momento de poder
exhibirlos y ejercitarlos. Páginas atrás, supimos que Aldana llegó hasta
Popayán, y de la grave crisis social de los indios, tercamente empeñados en no
sembrar nada para que los españoles se marcharan de la zona, hasta el punto de
que muchos nativos murieron de hambre y otros
practicaron el canibalismo con los muertos. La habilidad de Aldana consiguió
solucionar el problema. Envió alimentos desde Cali, y los indios, comprobando
que su estrategia era inútil, volvieron a sembrar. De esta manera, se pudo
mantener la población de Popayán (aún sigue pujante), que estaba ya a punto de
ser abandonada por los españoles. En ese tiempo Aldana conoció al humano
capitán Jorge Robledo, cuya vida terminó trágicamente, ejecutado por
Belalcázar, según ya mencioné, y al que
sirvió como soldado el propio PEDRO CIEZA DE LEÓN.
Después de solucionar lo de Popayán, Aldana
(el que todo lo arreglaba) volvió a Cali. Y ahora, en el hilo de la narración,
se mete de repente el humilde pero excepcional Cieza como protagonista, porque,
de forma sorprendente, va a llegar (¡desde el Atlántico!) con una expedición
que nada tenía que ver con esta zona próxima al Pacífico. Cruce de vidas, cruce
de historias apasionantes de gentes salidas de la lejana España y casi perdidas
en la inmensidad de las Indias.
(Imagen) Acabamos de ver en la imagen
anterior que los del Consejo de Indias le proponen como prioritario para ser
Mariscal de Perú a MARTÍN DE AVENDAÑO Y GAMBOA, de forma que el hijo de Alonso
de Alvarado lo sea de una zona más
lejana, colindante con Chile (Ana de Velasco, la mujer del gran Alonso, era
hermana de Avendaño). No es fácil encontrar datos suyos, pero resulta que fue
un personaje extraordinario. Todo indica que nació en Bilbao. Estuvo en las
guerras europeas, y después batallando por Perú, siempre fiel a la Corona
(luchó también contra el rebelde Hernández Girón). Encuentro un documento de
1557 muy curioso (es el de la imagen, y tiene letra clara). El autor es Carlos
V, y este es el contenido: Ha recibido una carta de Avendaño, quien desconoce
que, retirado en Yuste, ha renunciado ya al trono. Se la remite a su hijo con
un trato muy cariñoso, pero de un respeto absolutamente protocolario porque
ahora Felipe II es el Emperador. Le dice que Avendaño ha llegado de las Indias,
al frente de una armada que traía oro y plata para el Tesoro Real, con la buena
noticia de que aquellas tierras estaban en paz, y desmintiendo el rumor de que
habían asesinado al Marqués de Cañete, Virrey de Perú. Le anuncia a Felipe que
Avendaño se dirige a visitarlo, y que le lleva un expediente de sus servicios y
la petición de alguna merced. Casi suplicando (mucha tenía que ser su estima
por Avendaño) le añade: “No tenía intención de hacerlo por nadie, pero (por su méritos) no he querido dejar de
rogaros que le hagáis la merced que os pareciere ser justa”. Luego se despide
del “Serenísimo Rey, mi muy caro y muy amado hijo”. Pero la historia acabo mal:
tanto Carlos V como Martín de Avendaño y Gamboa murieron pocos meses después.
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