lunes, 6 de mayo de 2019

(Día 823) Juan de Vadillo, frustrado por no haber tenido éxito, intentó conquistar en zona que no le correspondía. Lorenzo de Aldana se lo impidió. Era como una premonición de futuras rivalidades entre capitanes por aquellos lugares.


     (413) Aquellos peripatéticos  nunca estaban quietos, y Cieza no para de contar incidentes: “Antes de que  entrase el licenciado Juan de Vadillo en Cali, estando en un pueblo llamado Mediacanoa, le hurtaron de dentro de su tienda un lío de oro que valdría dos mil seiscientos pesos, que era del común y se había de repartir entre todos. Algunos creyeron que el mismo licenciado lo había escondido y que echó fama de que lo habían hurtado. Pesábale a Vadillo, y afirmaba que lo había tomado un Baltasar Ledesma,  hombre mañoso, que fue dotado de gracias excelentes y abundó en vicios my feos. Después se vio que era verdad, pues estuvo preso el Ledesma, sobre ello le dieron tormento, y apareció el oro. Luego se repartió entre los que estábamos en Cali, y a mí me cupo de parte cinco pesos y medio: para que vean cuánto fue el premio de descubrimiento tan trabajoso como aquel”.
     Como era previsible, el licenciado Vadillo, aunque estaba en corral ajeno, no se iba a resignar a  permanecer con los brazos cruzados: “Al cabo de algunos días, viendo el licenciado Vadillo que había salido de Cartagena con una armada tan pujante y españoles tan valerosos, e no había hecho ninguna población como los demás capitanes suelen hacer, vínole voluntad de enviar a un capitán a poblar las provincias de Buturica. Aldana tuvo aviso de estos movimientos, e pesole que Vadillo, después de haber dejado alborotadas las provincias (por las que había pasado), quisiese poblar, y determinó no consentir que ningún capitán saliese de la ciudad sin su licencia. Y, estando en una sala de las casas de Miguel Muñoz, le dijo a Vadillo, delante de muchos que allí estaban, que le admiraba que, viendo el orden que en Perú había en la conquista de los naturales y en poblar las ciudades, quisiese ir a poblar las provincias en las que no había hecho más fruto que el fuego, que consume todo lo que en él se echa. Y que supiese que él y todos los que habían venido de Cartagena estaban ya fuera de los límites de aquella gobernación y en los términos de la de D. Francisco Pizarro. Le añadió que, si quisiera volverse con su gente, le daría todo su favor, pero, si no, que no hablase de enviar un capitán con hombres, porque no lo había de consentir. El licenciado Vadillo le respondió que él era Oidor del Rey y Gobernador suyo y que no había destruido ninguna provincia, añadiendo que quería salir por la costa del mar del Sur, y que Lorenzo de Aldana no tenía autoridad para estorbarle lo que él quisiere hacer. Luego el licenciado Vadillo se fue a la posada de Pedro de Ayala”.
     Estamos viendo  que lo que ahora es suelo colombiano se prestaba a conflictos de competencias. Pizarro no quería que se le fuera de las manos su dominio, pero, andando el tiempo, el territorio quedó desgajado de la gobernación de Perú. Si la llegada de Vadillo fue inquietante, se complicó mucho más la situación años después. Enseguida contemplaremos cómo aparecieron tres grandes capitanes por Bogotá, separados pero casi al mismo tiempo, y por este orden de llegada: Gonzalo Jiménez de Quesada, el holandés Federman (autorizado por Carlos V), y el inquietante Belalcázar. Y fue un milagro que la peligrosa disputa por cuestiones de derechos se resolviera pacíficamente a favor de Quesada. Ganó el más razonable, frente al duro Belalcázar y al brutal Federman.

     (Imagen) Se puso en marcha JUAN DE VADILLO con su expedición en busca de oro donde Francisco César lo había encontrado. No hallaron ni rastro. Para colmo, el recorrido fue una pesadilla, muriendo muchos hombres, incluso Francisco César. Cuando volvieron, Vadillo, que temía ser procesado por los hechos que le motivaron a huir, hizo una interesante memoria del viaje y se la envió al Rey. Veamos parte del relato (el mapa de la imagen muestra el recorrido): “La gente, visto que no había oro y que la esperanza que llevaban les había faltado, comenzaron a desmayar”. El mismo Vadillo enfermó gravemente, y hasta le dieron la extremaunción, pero, viendo que muchos se querían volver, sacó fuerzas de flaqueza, se levantó y puso en marcha a sus hombres hacia otro valle. Llegaron a Cali. Confirmando a Cieza, dice que allí los indios practicaban la antropofagia. Apenas detalla el hecho de que se habían metido en zona ya ocupada por capitanes españoles. Explica las distancias de su recorrido hasta empezar la vuelta a Panamá (de donde mandó la carta), y el tiempo que duró el viaje. En total: un año y seis meses de pesadillas y unos dos mil kilómetros hasta llegar a San Miguel, donde se embarcaron hacia Panamá. Como era de esperar, termina su relato lamentándose ante el Rey porque espera verse enredado en pleitos: “Iré ahora a Cartagena a dar descargo de mí, por los males que de mí se han dicho en mi ausencia, pues mis obras y voluntad no han sido tales como dicen. Los que hacen justicia siempre son odiosos a los que no la quieren, y así me ha acaecido por hacer lo que debo,  y esta voluntad, por muchos trabajos que me vengan, no dejaré de efectuarla hasta perder la vida”. Del que nada dice (porque era entonces un simple y jovenzuelo soldado de su tropa) es del gran PEDRO CIEZA DE LEÓN.



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