(413) Aquellos peripatéticos nunca estaban quietos, y Cieza no para de
contar incidentes: “Antes de que entrase
el licenciado Juan de Vadillo en Cali, estando en un pueblo llamado Mediacanoa,
le hurtaron de dentro de su tienda un lío de oro que valdría dos mil
seiscientos pesos, que era del común y se había de repartir entre todos.
Algunos creyeron que el mismo licenciado lo había escondido y que echó fama de
que lo habían hurtado. Pesábale a Vadillo, y afirmaba que lo había tomado un
Baltasar Ledesma, hombre mañoso, que fue
dotado de gracias excelentes y abundó en vicios my feos. Después se vio que era
verdad, pues estuvo preso el Ledesma, sobre ello le dieron tormento, y apareció
el oro. Luego se repartió entre los que estábamos en Cali, y a mí me cupo de
parte cinco pesos y medio: para que vean cuánto fue el premio de descubrimiento
tan trabajoso como aquel”.
Como era previsible, el licenciado
Vadillo, aunque estaba en corral ajeno, no se iba a resignar a permanecer con los brazos cruzados: “Al cabo
de algunos días, viendo el licenciado Vadillo que había salido de Cartagena con
una armada tan pujante y españoles tan valerosos, e no había hecho ninguna
población como los demás capitanes suelen hacer, vínole voluntad de enviar a un
capitán a poblar las provincias de Buturica. Aldana tuvo aviso de estos
movimientos, e pesole que Vadillo, después de haber dejado alborotadas las
provincias (por las que había pasado),
quisiese poblar, y determinó no consentir que ningún capitán saliese de la
ciudad sin su licencia. Y, estando en una sala de las casas de Miguel Muñoz, le
dijo a Vadillo, delante de muchos que allí estaban, que le admiraba que, viendo
el orden que en Perú había en la conquista de los naturales y en poblar las
ciudades, quisiese ir a poblar las provincias en las que no había hecho más
fruto que el fuego, que consume todo lo que en él se echa. Y que supiese que él
y todos los que habían venido de Cartagena estaban ya fuera de los límites de
aquella gobernación y en los términos de la de D. Francisco Pizarro. Le añadió
que, si quisiera volverse con su gente, le daría todo su favor, pero, si no,
que no hablase de enviar un capitán con hombres, porque no lo había de
consentir. El licenciado Vadillo le respondió que él era Oidor del Rey y
Gobernador suyo y que no había destruido ninguna provincia, añadiendo que
quería salir por la costa del mar del Sur, y que Lorenzo de Aldana no tenía
autoridad para estorbarle lo que él quisiere hacer. Luego el licenciado Vadillo
se fue a la posada de Pedro de Ayala”.
Estamos viendo que lo que ahora es suelo colombiano se
prestaba a conflictos de competencias. Pizarro no quería que se le fuera de las
manos su dominio, pero, andando el tiempo, el territorio quedó desgajado de la
gobernación de Perú. Si la llegada de Vadillo fue inquietante, se complicó
mucho más la situación años después. Enseguida contemplaremos cómo aparecieron tres
grandes capitanes por Bogotá, separados pero casi al mismo tiempo, y por este orden
de llegada: Gonzalo Jiménez de Quesada, el holandés Federman (autorizado por
Carlos V), y el inquietante Belalcázar. Y fue un milagro que la peligrosa
disputa por cuestiones de derechos se resolviera pacíficamente a favor de
Quesada. Ganó el más razonable, frente al duro Belalcázar y al brutal Federman.
(Imagen) Se puso en marcha JUAN DE VADILLO
con su expedición en busca de oro donde Francisco César lo había encontrado. No
hallaron ni rastro. Para colmo, el recorrido fue una pesadilla, muriendo muchos
hombres, incluso Francisco César. Cuando volvieron, Vadillo, que temía ser
procesado por los hechos que le motivaron a huir, hizo una interesante memoria
del viaje y se la envió al Rey. Veamos parte del relato (el mapa de la imagen
muestra el recorrido): “La gente, visto que no había oro y que la esperanza que
llevaban les había faltado, comenzaron a desmayar”. El mismo Vadillo enfermó
gravemente, y hasta le dieron la extremaunción, pero, viendo que muchos se
querían volver, sacó fuerzas de flaqueza, se levantó y puso en marcha a sus
hombres hacia otro valle. Llegaron a Cali. Confirmando a Cieza, dice que allí
los indios practicaban la antropofagia. Apenas detalla el hecho de que se
habían metido en zona ya ocupada por capitanes españoles. Explica las
distancias de su recorrido hasta empezar la vuelta a Panamá (de donde mandó la
carta), y el tiempo que duró el viaje. En total: un año y seis meses de
pesadillas y unos dos mil kilómetros hasta llegar a San Miguel, donde se
embarcaron hacia Panamá. Como era de esperar, termina su relato lamentándose
ante el Rey porque espera verse enredado en pleitos: “Iré ahora a Cartagena a
dar descargo de mí, por los males que de mí se han dicho en mi ausencia, pues
mis obras y voluntad no han sido tales como dicen. Los que hacen justicia
siempre son odiosos a los que no la quieren, y así me ha acaecido por hacer lo
que debo, y esta voluntad, por muchos
trabajos que me vengan, no dejaré de efectuarla hasta perder la vida”. Del que
nada dice (porque era entonces un simple y jovenzuelo soldado de su tropa) es
del gran PEDRO CIEZA DE LEÓN.
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