(431) Quizá por el aprecio que le tenía a
Jorge Robledo, se preocupa Cieza de dejar claro que recibió de Lorenzo de
Aldana un cargo perfectamente legal, ya que luego tuvo problemas tan graves con
Belalcázar, que le costaron la vida: “Yo vi el poder que tenía Aldana del
Marqués para este nombramiento, y, aunque algunos dijeron que era frívolo y sin
fuerza, se engañaron, porque después se aprobó en España, y me lo confirmó el
doctor Villalobos en Panamá, donde era oidor de la Audiencia. El poder del
Marqués decía: ‘…por cuanto estaba informado
de que había algunas provincias por poblar, que Aldana, si estuviese ocupado en
el gobierno de las ciudades, pudiese nombrar a la persona que le pareciese,
para que, en su lugar, fuese a poblar una ciudad, y que él daba poder bastante
al que fuese por él nombrado”.
Robledo reclutó gente y fueron con él
también voluntarios de la tropa que había ido de Cartagena con Vadillo, entre
ellos, Cieza, quien comenta que todos los soldados estaban contentos bajo su
mando. Llevó menos indios que los habituales en estas campañas, y se diría que
Cieza lo elogia por considerarlo un gesto de humanidad. Se escogió como nombre
para la ciudad que se había de fundar, por orden de Aldana, el de Santa Ana de
los Caballeros. Como casi siempre ocurría, esta fundación figuró después
simplemente como ‘Anserma’ (de la misma manera que nadie habla de San Francisco
de Quito, sino de Quito). Robledo partió en julio de 1539 (y Cieza con él).
Aldana dejó en Cali a Miguel Muñoz como Teniente de Gobernador. De allí se
dirigió a Popayán, donde nombró para ese mismo puesto a Juan de Ampudia, y
siguió hasta Quito, fundando de paso Villa Viciosa de Pasto (hoy, Pasto), donde
dejó idéntico cargo a Rodrigo de Ocampo. Lorenzo de Aldana permaneció en Quito
hasta que llegó Gonzalo Pizarro. Cieza nos deja caminando a Jorge Robledo, para
mencionar otro asunto relacionado con un conflicto naciente en aquellas mismas
tierras.
Antes de morir, Gaspar de Espinosa, tuvo
mucho interés en conseguir la gobernación de la zona de Baeza y Río de San
Juan, y el Rey se la concedió, pero, al saber que había fallecido, se la
adjudicó a Pascual de Andagoya, que se encontraba entonces en la Corte. Al
llegar a Panamá, supo que Belalcázar había fundado varias poblaciones (en
nombre de Pizarro) y, pudiéndole la ambición (a pesar de que muchos se lo
censuraban y hasta el mismo Rey le había exigido que se limitara a actuar en su
territorio), se preparó para meterse en
el apetitoso corral ajeno, quizá ansioso por resarcirse de un fracaso anterior.
Años atrás, había recogido la antorcha de otro fuera de serie que también fue
castigado duramente por el Destino: Vasco Núñez de Balboa. Como aquellos
conquistadores siempre iban incansablemente ‘más allá’ (plus ultra), cuando
Balboa hizo el grandioso descubrimiento del Pacífico (al que llamó la Mar del
Sur), inmediatamente preparó una flota para navegar por aquellas costas hacia
nuevas tierras. Un conflicto con la mala bestia de su suegro, Pedrarias Dávila,
le costó la cabeza. Fue la gran oportunidad de Pascual de Andagoya, y se lanzó
a la aventura. Iba por buena ruta y había avanzado bastante, pero, a punto de
morir por enfermedad, tuvo que volverse. Los incas siguieron tranquilos, sin
saber lo que les esperaba. El siguiente en intentarlo fue Pizarro. Y no falló.
(Imagen) Otro personaje de sorprendente
biografía y poco conocido: el vasco PASCUAL DE ANDAGOYA. Tuvo grandes éxitos y
no menores fracasos. Escribía bien, y dejó alguna crónica interesante sobre el
Perú. Era profundamente religioso, y narró críticamente la dureza contra los
indios en las campañas de Pedrarias, con quien había llegado a las Indias en
1514. Acabo de contar que pudo haber sido, navegando por la costa, el primero
en descubrir el Perú, y que tuvo que volverse por estar muy enfermo. Pero hay
que matizarlo. Él mismo explicó que estuvo a punto de ahogarse; lo salvaron,
pero había permanecido demasiado tiempo tiritando de hipotermia, “y amanecí al
otro día tullido, sin poder cabalgar, y así permanecí tres años”. Sin embargo
afirmó que habría vuelto a intentar descubrir tierras peruanas si Pedrarias no
hubiese decidido darles la exclusiva a Pizarro y a Almagro. Luego se hizo muy
rico gracias a su habilidad comercial, pero de nuevo sufrió otro revolcón
porque gastó gran parte de su fortuna en defenderse judicialmente de un entorno
de envidiosos. Para ello, tuvo que venir a España en 1544. La imagen muestra
que el Rey ordenaba, a petición de Pascual, que el superior de su orden diera
permiso a fray Juan de Ulibarri (otro vasco), sobrino suyo, para que lo
visitara, porque estaba enfermo, y para que, ya sano, volviera con su tío a las
Indias y se dedicara a evangelizar. Un año después, en 1546, Pascual de
Andagoya vio la oportunidad de congraciarse con el Rey enrolándose en la tropa
de Pedro de la Gasca, quien iba a las Indias encargado de acabar con la
rebelión de Gonzalo Pizarro. Fue su última desgracia, porque murió luchando en
la batalla de Jaquijaguana, que supuso también la derrota y ejecución de
Gonzalo.
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