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(Continuación del testamento de la viuda de Gaspar de Espinosa): “Declaro
que yo debo a Francisca de Angulo, sin escritura, doscientos y veinte y cinco
pesos de oro y que de estos le he comprado una negra, en cien pesos, de Melchor
de Morales, que él la tiene en su poder, y mando que le pague el resto a ella o a su
marido, García Navarro. Mando que, porque Pedro Baquero, de color prieto (negro), me ha hecho buenos servicios, no
sean vendidos él ni dos hijos que tiene, uno llamado Perico y otra llamada Isabelica,
sino que vayan a Castilla el padre e hijos con García Ortiz de Espinosa, mi
hijo, y le sirvan y no se puedan vender él ni sus hijos. Mando que una negra
que yo tengo, que se llama Constanza, si quisiere ir a Castilla con el dicho García Ortiz de Espinosa, que la lleve para que le
sirva, y, si ella no quisiere ir, que se venda, y, si ella diere por sí doscientos
pesos, que sea horra (libre) dando
los dichos doscientos pesos. Nombro por mis albaceas en Castilla a Juan de Espinosa,
canónigo de la Iglesia de Valladolid y a Francisco de Espinosa y al dicho
García Ortiz de Espinosa, mis hijos. Declaro que yo tengo seis casas de
alquiler en la plaza pública desta ciudad, y una estancia en el río de Bagre en
que están algunos negros e indios, con sus tierras y maíces cogidos y por coger.
Digo que tengo joyas de oro y anillos y perlas en un cofre que no quiero que se
vendan. Digo que es de García Ortiz de Espinosa una medalla con una esmeralda
en medio y un caballo blanco con sus aderezos, y mando que se lo den, y dos botones de oro que
se hicieron para él. Digo que tengo treinta y cinco negros y negras, poco más o menos. Tengo en Castilla
unas casas en la villa de Valladolid, que el licenciado Gaspar de Espinosa
compró en trescientos mil maravedís. Digo que tengo en Medina de Rioseco las
casas de la plaza, las casas de la Castra, las casas de la Rúa y las casas de
la Misericordia, que todas rentan veinte y ocho mil maravedís. Digo que yo
tengo en la ciudad de Sevilla cien ducados de juro de cierto dinero que tomó Su
Majestad en oro y plata que iba consignado a mi señor Pedro de Espinosa. Digo que yo tengo aderezando un barco en el
astillero, y mando que se acabe de aderezar, y, si les pareciere bien a mis albaceas fletarlo
para alguna parte, lo hagan, o lo vendan”.
“Dejo por herederos a los dichos Francisco
de Espinosa y García Ortiz de Espinosa, mis hijos, y encomiendo y encargo al
dicho señor canónigo Juan de Espinosa la tutoría y curadoría de los dichos mis
hijos. En la ciudad de Panamá, sábado, nueve días del mes de diciembre, año del
nacimiento de nuestro Salvador Jesu
Christo de mil y quinientos y cuarenta y dos años. Testigos, Francisco Martin,
Francisco Hernández maestre, Vicente Italiano, Juan de Ceballos, Pedro Hernández y Diego Sáenz, estantes en la
dicha ciudad. La dicha doña Isabel de Espinosa comenzó a firmar en el registro,
y no pudo”.
Isabel murió el diez 10 de diciembre de
1542, siendo enterrada en la iglesia de San Pedro Mártir, como había pedido,
bajo la supervisión de los doctores Pedro de Villalobos y Francisco Pérez de
Robles, y del licenciado Lorenzo Paz de la Serna.
(Imagen) Ya que se ha mencionado la
herencia del clérigo HERNANDO DE LUQUE, será oportuno explicar lo que, al
parecer, dio origen a disputas sobre su destino. Asunto complejo porque, quizá manipulando a
Luque, Gaspar de Espinosa había conseguido que lo nombrase albacea de su
testamento. En una Real Cédula del año 1536, se pide la investigación del
asunto. Aporta datos que aclaran cómo Luque, siendo un clérigo, pudo
convertirse en socio capitalista de Pizarro y Almagro, y luego de Espinosa. El
extraordinario y cultísimo obispo de Panamá Fray Tomás de Berlanga (quizá barriendo
para el obispado) argumentaba que Luque, “sin tener otros bienes algunos de
patrimonio más que los que obtuvo como administrador del obispado de Panamá por
tiempo de doce años, hizo sociedad con los gobernadores Francisco Pizarro y
Diego de Almagro para ir a descubrir el Perú, y que el licenciado Espinosa,
como su albacea, dice que ha llegado a un acuerdo con los dichos gobernadores para
que por la parte que pertenecía al dicho Luque se le diesen catorce mil pesos (es de suponer que Pizarro y Almagro obtuvieran
muchísimo más)”. Al morir Luque, quedó libre su obispado de Túmbez (nunca
pudo visitarlo), cuyo nombramiento fue mal visto por el Papa. El Rey, en una carta
enviada en 1535 a su embajador en Roma (véase la imagen), le dice aliviado: “El
dicho Don Hernando de Luque, a quien habíamos nombrado (propuesto) para el obispado de Túmbez, es fallecido, y por esto no
hay necesidad de despachar sus (asuntos)”.
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