jueves, 17 de enero de 2019

(Día 730) Almagro ordena que a los negociadores Enríquez y Núñez de Mercado les acompañen también, adonde Pizarro, Juan de Guzmán, Manuel de Espinar, Juan de Turégano y el padre Bartolomé de Segovia. Cieza se dispone a transcribirnos el importante documento que estaba en manos del obispo Tomás de Berlanga.


     (320) Ya vimos que, en la compleja personalidad de Enríquez, anidaban al alimón los defectos y las virtudes. Sabiendo cómo era, es fácil suponer por qué fue uno de los dos escogidos entre la numerosa tropa de Almagro. Se llevaba fatal con Hernando Pizarro, pero Francisco Pizarro le tenía en gran consideración porque veía en él a un hombre de mundo que casi trataba de tú a tú a todos los grandes personajes de la Corte, incluso al Rey. Por su parte, a Almagro le venían de perlas sus tretas de embaucador y de hábil negociador, que siempre iban sazonadas con ingeniosos y hasta jocosos comentarios, como para distraer al personal.
     Enríquez y Núñez de Mercado serían los dos ‘terceros’ encargados de dar un dictamen con los dos negociadores de Pizarro, pero no se iban a presentar solos en Lima, sino bien arropados: “Almagro dio sus poderes a Don  Alonso Enríquez, al alcalde Mercado (en su libro, Enríquez dice que Mercado fue también alcalde de Nicaragua), al contador Juan Guzmán, al tesorero Manuel de Espinar, al veedor Juan de Turégano e al padre Bartolomé de Segovia, a los cuales mandó a la Ciudad de los Reyes para que con brevedad se diese tan buen arreglo,  que, quedando él y el Gobernador Pizarro concertados, se renunciara a las armas, pues de ello sería muy servido Su Majestad. Con la licencia de Don Diego de Almagro, los mensajeros partieron para la Ciudad de los Reyes llevando cartas misivas suyas e de otras personas”.
     Procurando Cieza siempre encajar en el sitio oportuno los datos más importantes de las historias que está contando, no deja pasar la oportunidad de mostrarnos ahora un documento esencial para entender la confusa situación en que había quedado el conflicto entre Pizarro y Almagro, agravado por las presiones de sus propios ejércitos, ansiosos de gloria y de riquezas: “Y porque muchas veces he hecho mención (aguantándose las ganas de mostrarlo todo) de la provisión que el obispo de Panamá tenía de Su Majestad para señalar esos límites de las gobernaciones, será justo que la pongamos literalmente sacada del original”. La meticulosidad de Cieza en su maravillosa obra es extraordinaria, trabajando como un poseso para ver con sus propios ojos los documentos auténticos, algo de extraordinaria dificultad en aquellos tiempos. Pero él todo lo superaba, recorriendo distancias enormes para tener acceso a los archivos municipales o judiciales. Pone hasta la última letra del documento a que ahora se refiere, y habrá que resumirlo a lo esencial.
     Pero previamente, Cieza nos explica una maniobra que hizo Pizarro unos tres años antes con el fin de que Almagro, que estaba a punto de partir hacia Chile, no llegara a conocer el documento, o lo viera lo más tarde posible para que no se hiciera ilusiones precipitadas sobre el territorio que le correspondía como gobernador. De hecho, el documento no bastaba para zanjar la cuestión. Había que proceder a medir las distancias. Ya mostré anteriormente las muchas opiniones que ha habido al respecto (incluso entre los historiadores) y la que me pareció más acertada. Pero ahora vamos a ver paso a paso cómo se fueron enredando fatalmente las cosas.
  
     (Imagen) Cuando Almagro obtuvo su gobernación de Nueva Toledo, fueron nombrados varios funcionarios. Diremos algo de dos de ellos. El vallisoletano JUAN DE TURÉGANO, nombrado veedor, se casó dos veces, en ambos casos con mujeres de la alta sociedad española. La segunda, María Abreo, estaba al servicio de las Infantas de Castilla, y cuidó de su hija cuando su marido partió hacia Perú. Juan de Turégano fue uno de los afortunados que sobrevivieron a todas las guerras civiles, pues consta que murió dos años después de la última, la del rebelde Francisco Hernández de Girón. El otro en cuestión, MANUEL DE ESPINAR, tuvo el cargo de tesorero de la gobernación de Almagro. Ya dije algo de él, como el hecho de que Gonzalo Pizarro lo ahorcó hacia 1548 por su lealtad a la Corona. En el documento de la imagen vemos que, seis años después, el Rey da orden de que se le entreguen treinta ducados a Francisco de Espinar, hijo del tesorero Manuel de Espinar, para ir a embarcarse en Sevilla hacia Perú, por tenerse en cuenta que “su padre fue muerto en nuestro servicio por Gonzalo Pizarro e sus secuaces”. Siguieron las atenciones del Rey con la familia. A Francisco le concedió una pensión permanente de mil pesos de oro anuales mientras permaneciera en Perú, y a cada una de sus dos hermanas, como dote, otra de mil pesos (por una sola vez). Como contraste, impresionan los documentos relativos a los muchos rebeldes que fueron ejecutados, y a la requisa general de bienes que se les aplicó.



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