(325) Visto lo que luego pasó, Cieza reflexiona sobre las verdaderas
intenciones de los dos viejos amigos, pero ahora angustiados contrincantes: “Bien
creo yo que la intención de cada uno no era otra que, si la averiguación no se
hacía a su gusto y contento, procurar por la punta de las lanzas tener el
gobierno de la provincia, no contentándose con gobernar, en paz e concordia de
entrambos, la tierra que hay desde el Estrecho de Magallanes hasta la ciudad de
Antioquia (Colombia, y no lleva acento),
habiendo de una parte a otra más de mil ochocientas leguas, en un tiempo en el
que no había más gobernadores que ellos dos para tan gran tierra”.
El siguiente paso fue escoger un lugar
tranquilo para que los mediadores deliberaran: “Decidieron que fuera el pueblo
de Mala, prometiendo por ambas partes que estarían allí libremente los terceros
e los pilotos, sin que por parte de los Gobernadores ni de sus capitanes se les
hiciese fuerza ni amenaza alguna, ni prometimiento de dineros ni de otra cosa.
Se obligaron también a que Almagro no saldría del pueblo de Chincha hasta que
fueren pasados quince días, ni Pizarro de la Ciudad de los Reyes. Se hizo
escritura de todo ello ante escribano con grandes firmezas. Lo cual pasó a diez
días del mes de octubre de mil quinientos treinta y siete años”.
Enríquez y Mercado volvieron a Chincha
para darle cuenta a Almagro de la conformidad de Pizarro con respecto a poner
en manos de terceros la solución del conflicto, y de los mediadores que, por su
parte, nombró. Pero ninguno se fiaba del otro. Y, por primera vez, Pizarro le
hará a Almagro un ruego sobre la situación de su hermano Hernando (recordemos que lo tenía preso en Chincha): “El Gobernador Pizarro
envió al factor Illán Suárez de Carvajal y al padre Bobadilla (pronto va a tener un gran protagonismo),
de la Orden de Nuestra Señora de la Merced, al valle de Chincha, para decirle
al Adelantado Almagro que volviesen con
brevedad los mediadores a resolver el
conflicto, e rogarle que, olvidando las cosas pasadas, soltase a Hernando Pizarro.
Pero en la ciudad de Lima se preparaban armas y se juntaba gente, diciendo que los
conciertos que ellos querían hacer no eran otros sino que Almagro, dejando la
ciudad del Cuzco, se retirase a su gobernación. Y así como a Almagro los suyos
le convencían de que su gobernación se extendía hasta el valle de Lima, tampoco
faltaba quien le dijera a Pizarro que su gobernación llegaba hasta cincuenta
leguas más allá del Cuzco”.
Cuando llegaron adonde Almagro sus
mediadores, le molestó mucho el mal trato que les habían dado los hombres de
Pizarro. Poco después aparecieron Suárez
de Carvajal y el padre Bobadilla, quienes tuvieron que excusarse ante Almagro
diciéndole que la retención de los documentos y el quitarles las armas a
Enríquez y a Guzmán lo había hecho Alonso Álvarez sin que Pizarro supiera nada.
Tras la disculpa, sacaron a relucir el tema más espinoso: “Le dijeron que
habían ido por mandado del Gobernador Pizarro para que tuviese por bien dar
lugar a que Hernando Pizarro fuese suelto de la prisión en la que estaba,
puesto que había conformidad en que se juntasen los pilotos y los terceros, y
en que se cumpliese lo que sentenciasen, sin lo quebrantar hasta que el
Emperador otra cosa mandase. El Adelantado Almagro respondió que soltar a
Hernando Pizarro era encender la guerra, y que la paz nunca llegaría, y que,
por tanto, no lo haría entonces, debiendo estar detenido, sin que su persona
recibiera detrimento, hasta que se terminasen aquellos negocios, que sería en
breve”.
(Imagen) El riojano FRAY FRANCISCO DE
BOBADILLA pertenecía a la Orden de la Merced, especializada en la redención de
cautivos. Muchos de sus frailes tuvieron comportamientos heroicos, porque su
misión era sumamente arriesgada y sufrida, la de conseguir dinero para ir a
países musulmanes y liberar a cristianos mediante precio. Para muestra, un botón: En una revista de La Merced (año
1919), se dice: “Beato Luis de Matienzo. Dio libertad en Túnez a 220 cautivos,
quedándose como rehén (no llevaba dinero
suficiente para rescatar a todos) por espacio de cuatro años, encerrado en
un hediondo calabozo, maltratado cruelmente y privado del sustento necesario”.
Su obsesión era que los cristianos no apostataran. Fray Francisco de Bobadilla
era otro ejemplo de fraile ansioso por salvar almas, y bautizaba en masa a los
indios. Pero su actuación en el enfrentamiento entre Pizarro y Almagro fue, al
parecer, tramposa. Cieza no se atreve a darlo por cierto, pero lo que le dice Manuel
de Espinar al Rey en el documento de la imagen parece verosímil. Cuenta que,
cuando ya se había quedado en resolver el conflicto con dos representantes de
cada parte, “atravesose el padre fray Francisco de Bobadilla, el cual no traía
la voluntad conformada con su hábito, y le dijo a Don Diego de Almagro que
Pizarro no tenía razón, y que, si él ponía este asunto en sus manos, le
prometía sentenciar que le correspondía el Cuzco”. Almagro aceptó, el fraile se
la jugó, y estalló la guerra (como veremos).
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