(332) Pizarro seguía soportando a duras
penas su angustia más personal, y se precipitaba en sus peticiones: “Hernán
Ponce de León fue en aquel tiempo a Chincha con un mensaje de Pizarro para que
el Adelantado tuviese a bien soltar a Hernando Pizarro, pues ya se había encomendado
el negocio al provincial Bobadilla para que sentenciase el debate que tenían
las gobernaciones. Orgóñez no veía bien aquellas embajadas, e aconsejaba al
Adelantado que viera lo que convenía al oficio de la guerra que tenía entre
manos”.
No hay la menor duda de que fray Francisco
de Bobadilla era un personaje autoritario que de ninguna manera se sentía
intimidado ante las máximas autoridades de Perú, Pizarro y Almagro, los dos
gobernadores. Al ver que ambos se negaron a entregar rehenes que evitaran el
juego sucio mientras él estudiaba lo que había de decidir en la cuestión de los
límites, redactó dos documentos, de contenido similar, en los que, de manera
pomposa y contundente les obligaba a
“hacer pleito homenaje, al estilo de los caballeros, prometiendo que mandarían
a sus capitanes, so pena de muerte e pérdida de todos sus bienes, que no se
moviesen a parte ninguna, e les ordenaba que así lo jurasen”. Insistente en sus
precauciones, les exigía prometer que no se matarían el uno al otro, ni a los que
estuviesen en su compañía, “ni habría escándalos, sino que se limitarían a
cumplir y obedecer, sin fingimiento ni engaño, lo que el Provincial decidiera en
la cuestión de los límites de las gobernaciones”. El primero en jurarlo y
firmarlo fue Almagro, ya que estaba en la misma población que Bobadilla.
Veremos luego que le llevaron a Pizarro a la Ciudad de los Reyes el otro
documento, y también lo acató. No le bastó a Bobadilla que juraran los
gobernadores, y preparó otros dos documentos, casi idénticos, para que los
capitanes y caballeros principales de Pizarro y de Almagro prometieran cumplir
lo que les ordenaba; y así lo hicieron.
Lo que revelan las extremadas precauciones
de Bobadilla es que la situación era explosiva, o más bien, desesperada. Por
eso Cieza, comenta de seguido: “Aunque el juez árbitro Bobadilla había mandado
tomar los juramentos solemnes en lo tocante a lo que había de resolver en Mala,
no por eso la paz era deseada, ni se tenía solamente en ella la esperanza de
que los debates vinieran a buen fin, ni creían menos que el que tuviese mayor
potencia desharía al enemigo, quedando superior para poder gobernar el reino en
su totalidad. Las intenciones de los gobernadores no eran las de recuperar la
amistad antigua, porque ni D. Francisco Pizarro ni D. Diego de Almagro querían
que hubiese otro con el mismo poder. Si buscaban algunas justificaciones y
daban a entender que tenían temor del Rey, era solo para justificar sus causas
ante la gente que habían juntado para hacer la guerra, y así encenderlos en ira
para que, teniéndolas por justas, se animasen a defenderlas”.
(Imagen) Aparece ahora como mensajero de
Pizarro el casi olvidado sevillano HERNÁN PONCE DE LEÓN. Vamos a jugar al cruce
de vidas. Vasco Núñez de Balboa se casó por poderes con María de Peñalosa (ella
estaba en España). Fue un matrimonio planeado para que Balboa pudiera hacer las
paces con su suegro, el terrible Pedrarias Dávila, quien, dejándose llevar por
su necesidad de ser el máximo jefe, después le cortó vilmente la cabeza a su
yerno. Con el intratable, aunque gran militar, Pedrarias llegaron a las Indias dos
hombres de futuro, Hernán Ponce de León y Hernando de Soto. Además de guerrear
juntos, se hicieron socios en la trata de esclavos. El brillo de Perú les
atrajo. Se unieron a la campaña, pero volvieron a España. El gran Soto porque
se vio infravalorado. Pero no por el Rey, pues luego le nombró gobernador de
Cuba. Se casó con otra hija de Pedrarias, Isabel de Bobadilla, hermana, pues,
de María de Peñalosa, la viuda virtual de Balboa. Ya muerto Soto, y sumergido
poéticamente por sus hombres el cadáver en el gran río que descubrió, el
Misisipi, su mujer lo sustituyó en su cargo, convirtiéndose en la única
gobernadora que ha habido en las Indias. Por su parte, Hernán Ponce de León
abandonó aquellas tierras en cuanto asesinaron a su querido Pizarro, cuyo
cadáver llevó piadosamente a su casa. Y, triste cosa, en España pleiteó con la
viuda de Soto reclamándole parte de los bienes de su vieja sociedad. Isabel de
Bobadilla apeló la sentencia, como vemos en la imagen. Ella murió un año
después, en 1546. Hay constancia de que Ponce de León falleció antes de 1558,
porque en esa fecha su abogado les reclamaba a sus herederos parte del salario
que el difunto le debía. El dinero no tiene corazón.
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