(305) Entre dudas y trampas, la
negociación iba perdiendo posibilidades de éxito, y los enviados de Pizarro
andaban desesperados: “E pareciéndoles a todos ellos que las cosas salían ya
del término de la razón, respondieron que querían volver a hablar con Hernando
Pizarro. Almagro accedió, y, cuando consultaron con Hernando Pizarro, les respondió:
‘Puesto que ya habéis comenzado a tratar estos negocios con Almagro, no dejéis
de concluirlos, sino que con toda brevedad lo hagáis, de manera que yo sea
liberado de la prisión; por lo demás, dadle lo que él quisiere, pues, no
embargante lo que por vosotros le fuere señalado, el Rey proveerá lo que más
servicio le hiciere (lo único que quería
Hernando era la libertad, sin ninguna intención de respetar los acuerdos).
Dicho esto, salieron de allí e volvieron a hablar con el Adelantado Almagro,
para firmar con él el trato, de manera que lo tuviesen por estable hasta que
viniese el obispo de Panamá a señalar los límites de las gobernaciones”.
El que llevó la voz cantante frente a
Almagro fue el licenciado Gaspar de Espinosa. Le soltó un discurso de alto
voltaje, que resumiré lo mínimo posible porque fue brillante y el último de su
vida, ya que tanta presión fue superior a sus fuerzas, y murió poco después:
“Como el licenciado Gaspar de Espinosa era varón tan docto y viera que, si no
les aconsejaban hombres modestos y desapasionados, se perderían los dos
gobernadores, quedando toda la tierra destruida, tomando aparte a Almagro, le
dijo: ‘Si todos los hombres pensaran solamente en servir a Dios e guiar las
cosas por el camino de la razón, no habría habido tantas y tan grandes guerras,
mas, como la condición humana se inclina siempre a querer dominar, se han
perdido por ello muchos reyes y grandes señores. Aunque hay pocas ocasiones
para que estas guerras comiencen, después se van encendiendo de tal manera que,
aunque los que las causaron desean verlas acabadas, ya no pueden. E las guerras
más temibles y más crueles son las civiles. A Roma nunca la pusieron en tanto
peligro Aníbal ni Pirro ni otra nación ninguna como sus mismos ciudadanos, ni
en setecientos años sufrieron tanto como en las guerras civiles de Sila y
Mario, y del gran Pompeyo, e de Julio César. Muchas ciudades de España están
perdidas e casi despobladas por tener sus vecinos bandos de unos contra otros.
Pues si ahora, después de haber servido tanto tiempo a Su Majestad, os mostráis
en vuestras senectudes como autores de guerras civiles, ¿qué esperáis sacar de
ellas sino mataros los unos a los otros, o que venga un juez mandado por el
Rey, de manera que perdáis las gobernaciones, e acaso también las vidas. No
penséis que toda vuestra felicidad está en que se os dé hasta Mala, pues se
aguarda con brevedad al obispo de Panamá para que, señalando los límites de las
gobernaciones, cada uno conozca lo que es suyo”.
(Imagen) Ya entrado en años, GASPAR DE
ESPINOSA mandó en 1536, desde Panamá,
una carta a la Audiencia de Santo Domingo comunicando que Pizarro estaba en
apuros por el feroz acoso de Manco Inca,
tanto en Lima como en el Cuzco. Pedía que enviaran urgentemente toda la ayuda
posible, porque el dominio sobre Perú corría mucho peligro. Cuando recibió el
refuerzo (unos doscientos cincuenta soldados), lo transportó personalmente en
un barco suyo hasta Lima. El peligro de los indios ya había remitido, y la
tropa sirvió para reforzar a Pizarro contra Almagro. Llegado Gaspar de
Espinosa, empleó su experiencia y sensatez para tratar de restablecer la paz
entre los dos, pero fracasó. La imagen muestra su firma al pie de la mencionada
carta (a la derecha). Pero también, curiosamente, la de un excepcional
personaje burlado por el destino: el vasco PASCUAL DE ANDAGOYA. Pudo haber sido
el verdadero descubridor y conquistador de Perú, pues fue quien tomó el testigo del gran VASCO NÚÑEZ DE BALBOA
tras su ejecución, siendo así el primero que se aventuró por la costa del
Pacífico en dirección Sur, pero dio la vuelta, tras un largo recorrido, por
sentirse muy enfermo. Tuvo después cargos importantes. Precisamente, figura su
firma en la carta porque era entonces alcalde de Panamá. Llegó a participar en
las guerras civiles, pero murió en 1548 luchando contra Gonzalo Pizarro. El excepcional
cronista Gonzalo Fernández de Oviedo dijo de él que era un hidalgo ilustrado
digno de mejor suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario