lunes, 31 de diciembre de 2018

(Día 715) Los enviados de Pizarro, después de hablar con Hernando Pizarro, le dicen a Almagro que están conformes con el trato. Gaspar de Espinosa le expone a Almagro, con brillantes ejemplos, cuán catastróficas son las guerras civiles.


     (305) Entre dudas y trampas, la negociación iba perdiendo posibilidades de éxito, y los enviados de Pizarro andaban desesperados: “E pareciéndoles a todos ellos que las cosas salían ya del término de la razón, respondieron que querían volver a hablar con Hernando Pizarro. Almagro accedió, y, cuando consultaron con Hernando Pizarro, les respondió: ‘Puesto que ya habéis comenzado a tratar estos negocios con Almagro, no dejéis de concluirlos, sino que con toda brevedad lo hagáis, de manera que yo sea liberado de la prisión; por lo demás, dadle lo que él quisiere, pues, no embargante lo que por vosotros le fuere señalado, el Rey proveerá lo que más servicio le hiciere (lo único que quería Hernando era la libertad, sin ninguna intención de respetar los acuerdos). Dicho esto, salieron de allí e volvieron a hablar con el Adelantado Almagro, para firmar con él el trato, de manera que lo tuviesen por estable hasta que viniese el obispo de Panamá a señalar los límites de las gobernaciones”.
     El que llevó la voz cantante frente a Almagro fue el licenciado Gaspar de Espinosa. Le soltó un discurso de alto voltaje, que resumiré lo mínimo posible porque fue brillante y el último de su vida, ya que tanta presión fue superior a sus fuerzas, y murió poco después: “Como el licenciado Gaspar de Espinosa era varón tan docto y viera que, si no les aconsejaban hombres modestos y desapasionados, se perderían los dos gobernadores, quedando toda la tierra destruida, tomando aparte a Almagro, le dijo: ‘Si todos los hombres pensaran solamente en servir a Dios e guiar las cosas por el camino de la razón, no habría habido tantas y tan grandes guerras, mas, como la condición humana se inclina siempre a querer dominar, se han perdido por ello muchos reyes y grandes señores. Aunque hay pocas ocasiones para que estas guerras comiencen, después se van encendiendo de tal manera que, aunque los que las causaron desean verlas acabadas, ya no pueden. E las guerras más temibles y más crueles son las civiles. A Roma nunca la pusieron en tanto peligro Aníbal ni Pirro ni otra nación ninguna como sus mismos ciudadanos, ni en setecientos años sufrieron tanto como en las guerras civiles de Sila y Mario, y del gran Pompeyo, e de Julio César. Muchas ciudades de España están perdidas e casi despobladas por tener sus vecinos bandos de unos contra otros. Pues si ahora, después de haber servido tanto tiempo a Su Majestad, os mostráis en vuestras senectudes como autores de guerras civiles, ¿qué esperáis sacar de ellas sino mataros los unos a los otros, o que venga un juez mandado por el Rey, de manera que perdáis las gobernaciones, e acaso también las vidas. No penséis que toda vuestra felicidad está en que se os dé hasta Mala, pues se aguarda con brevedad al obispo de Panamá para que, señalando los límites de las gobernaciones, cada uno conozca lo que es suyo”.

     (Imagen) Ya entrado en años, GASPAR DE ESPINOSA mandó  en 1536, desde Panamá, una carta a la Audiencia de Santo Domingo comunicando que Pizarro estaba en apuros  por el feroz acoso de Manco Inca, tanto en Lima como en el Cuzco. Pedía que enviaran urgentemente toda la ayuda posible, porque el dominio sobre Perú corría mucho peligro. Cuando recibió el refuerzo (unos doscientos cincuenta soldados), lo transportó personalmente en un barco suyo hasta Lima. El peligro de los indios ya había remitido, y la tropa sirvió para reforzar a Pizarro contra Almagro. Llegado Gaspar de Espinosa, empleó su experiencia y sensatez para tratar de restablecer la paz entre los dos, pero fracasó. La imagen muestra su firma al pie de la mencionada carta (a la derecha). Pero también, curiosamente, la de un excepcional personaje burlado por el destino: el vasco PASCUAL DE ANDAGOYA. Pudo haber sido el verdadero descubridor y conquistador de Perú, pues fue quien tomó  el testigo del gran VASCO NÚÑEZ DE BALBOA tras su ejecución, siendo así el primero que se aventuró por la costa del Pacífico en dirección Sur, pero dio la vuelta, tras un largo recorrido, por sentirse muy enfermo. Tuvo después cargos importantes. Precisamente, figura su firma en la carta porque era entonces alcalde de Panamá. Llegó a participar en las guerras civiles, pero murió en 1548 luchando contra Gonzalo Pizarro. El excepcional cronista Gonzalo Fernández de Oviedo dijo de él que era un hidalgo ilustrado digno de mejor suerte.



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