(300) Pizarro se lamentó de la actitud de
su antiguo amigo con todos los argumentos que tuvo a mano: “Muy enojado e casi
a manera de exclamación, dijo: ‘No merecían mis obras ni la hermandad que con
Almagro he tenido, que tan cruelmente haya tratado mis cosas, y se mostrara tan
cruel enemigo mío entrando en el reino con banderas tendidas y tocando
tambores, como si yo me hubiera declarado contra el servicio del Rey negándole
la obediencia que como su vasallo le debo. No contento con haber entrado en la
ciudad del Cuzco, y haber apresado a mis hermanos, ha ido contra Alonso de
Alvarado, que estaba aguardando mis órdenes (aunque Alvarado le había dado la excusa a Almagro al apresar a Enríquez
y a los otros emisarios). Si dice que la ciudad del Cuzco cae en los límites
de su gobernación, que hubiese venido a verse conmigo, pues yo tengo la tierra
a cargo por mandato de Su Majestad, e soy Capitán General de estas provincias,
y debería mirar que fundé yo aquella ciudad e la gané del poder de los indios,
y que se prometió que, viéndonos los dos, determinaríamos el negocio de forma
que, cayendo en su gobernación la ciudad, quedárase con ella con la bendición
de Dios; tampoco se ha acordado del juramento de paz que entrambos hicimos en
el Cuzco. Pues ya que así lo ha querido, yo espero en Dios satisfacerme, e
primero perderé la vida que dejar de ser restituido en lo que me tiene ocupado”.
Nadie podía esperar que Pizarro cediera a
las bravas. Pero, sin dejar de prepararse para atacar, tratará una y otra vez
de encontrar una (imposible) solución pactada. Entraron en ese juego los dos
ahora enemigos. Eso fue un juego desesperado, porque no se impuso la razón,
sino la ambición, y también, por ambas partes, el amor propio herido. Pizarro llamó
a sus mejores consejeros, entre los que estaba el licenciado Espinosa (de quien
habrá que hacer una pequeña reseña por su impresionante historial, aunque es un
viejo conocido nuestro): “Hablaron sobre cuán mal encaminadas iban las cosas,
pues, si Almagro venía hacia ellos, el daño sería mucho mayor que el ya hecho.
A la mayoría de ellos les pareció que el Gobernador Pizarro debería ir a la
ciudad del Cuzco a verse con Almagro,
porque, acordándose de la hermandad que tenían entre ellos, se adobarían las
cosas e tendrían paz y conformidad”. Otros, con razón, pensaron que sería
meterse en la cueva del oso: “El licenciado Espinosa y el bachiller García Díaz
fueron de contraria opinión, diciendo que no sería cordura que el Gobernador se
fuera a meter en las manos de Almagro y de Rodrigo Orgóñez, porque era claro
que allí lo tendrían o lo matarían, y que sería mejor que se volviese a la
Ciudad de los Reyes y engrosase su ejército, pues hallaría gente para ello. A
todos les pareció bien, y así lo determinó hacer Pizarro, y les rogó que le
quisiesen seguir contra aquellos que le querían quitar la gobernación que con
tantos trabajos él había ganado, diciendo que, si alguno no fuese con él
voluntariamente, les daba licencia para que se fuesen adonde quisiesen”.
(Imagen) El licenciado GASPAR DE ESPINOSA
merece otro apartado porque fue una figura clave en grandes acontecimientos de
las Indias. Participó temporalmente como socio, junto a Pizarro, Almagro y
Luque, en la triunfal campaña de Perú. Nos muestra Cieza que tuvo una
intervención muy sensata en el agrio enfrentamiento de Pizarro y Almagro, pero ahora
le quedan pocos días de vida. Su mujer, ISABEL DE ESPINOSA, vivía en Panamá, y
también murió pronto, solo cuatro años después. Hizo un testamento breve, en el
que se ve la curiosa y dramática situación de los esclavos negros, a los que, a
veces, no les faltaba una muestra de afecto por parte de sus dueños. Recojo la
referencia con la grafía de la época: “Yten declaro que yo debo a Francisca de
Angulo dozientos y veinte y çinco pesos de oro y que destos le he conprado una
negra, en çien pesos, de Melchor de Morales, que él la tiene en su poder. Mando
que le pague el resto a ella o a su marido, García Navarro. Yten mando que,
porque Pedro Baquero, de color prieto (moreno),
me a hecho buenos servicios, que no se benda a él ni a dos hijos que tiene, uno
llamado Perico y otra llamada Ysabelica, sino que vaya a Castilla el padre e
hijos con García Ortiz de Espinosa, mi hijo, y le sirvan, y no se puedan bender
él ni sus hijos. Yten mando que una negra que yo tengo, que se llama Constança,
que si ella de su boluntad quisiere ir a Castilla con el dicho mi hijo, que la
lleve para que le sirva, y si ella no quisiere ir, que se benda, y si ella
diere por sí dozientos pesos, que sea orra (libre)”.
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